Un joven poeta, , según la antigua tradición, vivía solo, en una remota torre de marfil que tenía una sola ventana, siempre cerrada y oscurecida por los postigos carcomidos.
Como todos los poetas ya fuera de moda, estaba un poco triste.
Todos los días se hacía preguntas sin respuesta sobre el mundo, la vida, el hombre, el alma, Dios…, hasta que, para huir de disparatadas elucubraciones, decidía refugiarse en el mundo irreal y maravilloso de la fantasía.
Imaginaba espectáculos extraordinarios de belleza o de crueldad, se entusiasmaba soñando empresas audaces y hasta ahora no realizadas, en representar las más perfectas y armoniosas formas que jamás arte humano o divino haya podido crear…
Pero, antes o después, también este mundo fantástico le aburría, su imaginación se agotaba, y se sentía aún más triste y dispuesto sólo a escribir los versos más tétricos.
Una tarde, precisamente mientras se disponía a derramar copiosas lágrimas de tinta, notó, sobre la inmaculada página intacta, un punto negro. Lo observó de cerca, pero éste… ¡se movía!
Lo siguió hasta el margen de la hoja, intentó agarrarlo… pero se le escapó de los dedos, desplegando dos alas transparentes que lo elevaron hacia la ventana, cerrada por oscuras persianas.
Llevado por la curiosidad, el poeta abrió de par en par los postigos cerrados desde siempre, casi respondiendo a la tácita petición del ser desconocido.
Siguió el vuelo con los ojos hasta que desapareció: pero su mirada fascinada no logró más apartarse de las imágenes que se le aparecieron, milagrosamente, en el momento en el cual su ventana, por primera vez, se había abierto al mundo.
(Rosella Vacchino)
sábado, 7 de febrero de 2009
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2 comentarios:
Maravillso cuento.
Un saludo.
Preciosa metáfora.Me gustó mucho.
Besos
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