domingo, 7 de septiembre de 2014

El Pino


Sucio, cansado y hambriento de tanto esfuerzo y camino, rogué a un solitario pino que me diera sustento. “No puedo” me respondió, “es tan sólo primavera, no es el tiempo de mi fruta, pero siéntate y disfruta del aire, color y sombra, duerme tranquilo a mi vera”. No estaba yo para esperas, ni consejos ni disputas… Me vencí, no lo quemé, pero, eso sí, lo olvidé.

El sol quemaba en verano, -¡hasta el aire mismo ardía!- cuando del campo volvía con azada y hoz en mano. Ya era imposible seguir tan abrasador camino… Volvía la vista hacia el pino que desprecié en primavera… Allá estaba verde, erguido, como un amigo que espera. Su sombra fue paraíso para mi infierno estival.

Yo no sé si tenía frutos, ¡ni me acordé de mirar! Cuando mediado el otoño, se acabaron heno y paja, busqué una cama mullida para el becerro y las vacas. Busqué abonos para el huerto, nadie me los pudo dar. ¡Qué triste será mi invierno de pobreza y soledad!

Miré primero hacia el cielo, luego, lejos, el camino… allá estaba, solo, el pino, dispuesto a colaborar. Tiró sus hojas al suelo haciendo una espesa alfombra. ¡Qué me importaban sus frutos! ¡Qué soledad, miedo y hambre. Mi débil choza no pudo con tantas calamidades. Un ciclón la hirió de muerte, voló parte del tejado, sentí cerca mi final. Tendí la vista hacia el pino…

¡Él si aguantó el vendaval! Con lágrimas lo corté, hice fuego, hice techado, y pensé en la primavera sin frutas, y en el verano –con caricias de su sombra- y en las hojas del otoño, y en todo lo que me ha dado. Una foto de recuerdo, y una leyenda debajo: “Antes me salvó su vida, hoy su muerte me ha salvado”.
(De la red)