sábado, 31 de diciembre de 2011

Jirafas y Ratones

Las jirafas tienen el cerebro a tres metros del corazón. Separan los sentimientos de los pensamientos por razones de altura.
Los ratones,sin embargo, son pequeñitos y escurridizos. Tienen el corazón y la cabeza tan cerca, tan cerca, que es difícil distinguirlos. Los ratones nunca saben si piensan lo que sienten o sienten lo que piensan, pero no se interesan por las ecuaciones. Aparecen y desaparecen por arte de magia y de sangre que nunca se sabe dónde está. Arriba o abajo. En el latido o en el calambrillo exacto de alguna neurona loca. Allí encierran paisajes azules como los bosques que hay al norte de esta isla y que todos olvidamos en nuestras vidas de jirafas cuellilargas y pensantes.

El corazón de las jirafas pesa doce kilos y medio bom bom bom.

Pero los ratones tienen corazones ligeros tictac tictac para que no les pese ir de un sitio para otro apresuradamente, ni bombear las emociones tan rápido que se escapen siempre de las razones y la sensatez.

El cerebro de las jirafas se siente tan solo que ha olvidado ordenar sonrisas. Pero el ratón sonríe porque se sabe siempre tan acompañado por un latido levadizo que le lleva de la mano al recuerdo de los bosques de los que procede. Y por eso no tiene que agachar la cabeza para acercársela al corazón.


(“Fábula del ratón y la jirafa”, del libro “Yo soy, yo eres, yo es” de Juan Bonilla.)

martes, 13 de septiembre de 2011

La belleza del saludo...

Cuenta una historia que un Judío trabajaba en una planta empaquetadora de carne en Noruega. Un día terminando su horario de trabajo, fue a uno de los refrigeradores para inspeccionar algo; se cerró la puerta con el seguro y se quedó atrapado dentro del refrigerador. Golpeó fuertemente la puerta y empezó a gritar, pero nadie lo escuchaba. La mayoría de los trabajadores se habían ido a sus casas, y era casi imposible escucharlo por el grosor que tenía aquella puerta.

Llevaba cinco horas en el refrigerador al borde de la muerte cuando inesperadamente se abrió la puerta. El guardia de seguridad entró y lo rescató. Después de esto, le preguntaron al guardia a qué se debía que se le ocurriera abrir esa puerta si no era parte de su rutina de trabajo. Él explicó:

-"Llevo trabajando en esta empresa 35 años; cientos de trabajadores entran a la planta cada día, pero él es el único que me saluda por la mañana y se despide de mí por las tardes. El resto de los trabajadores me tratan como si fuera invisible. Hoy me dijo “ hola ” a la entrada, pero nunca escuché “hasta mañana” .Yo espero por ese "hola, buenos días", y ese "chao" o "hasta mañana" cada día. Sabiendo que todavía no se había despedido de mí, pensé que debía de estar en algún lugar del edificio, por lo que lo busqué y lo encontré."

(De la red)

Esta es La belleza del Saludo.... "Una Sonrisa cuesta menos que la electricidad y da más Luz”.

lunes, 4 de julio de 2011

La princesa de fuego


Hubo una vez una princesa increíblemente rica, bella y sabia. Cansada de pretendientes falsos que se acercaban a ella para conseguir sus riquezas, hizo publicar que se casaría con quien le llevase el regalo más valioso, tierno y sincero a la vez. El palacio se llenó de flores y regalos de todos los tipos y colores, de cartas de amor incomparables y de poetas enamorados. Y entre todos aquellos regalos magníficos, descubrió una piedra; una simple y sucia piedra. Intrigada, hizo llamar a quien se la había regalado. A pesar de su curiosidad, mostró estar muy ofendida cuando apareció el joven, y este se explicó diciendo:
- Esa piedra representa lo más valioso que os puedo regalar, princesa: es mi corazón. Y también es sincera, porque aún no es vuestro y es duro como una piedra. Sólo cuando se llene de amor se ablandará y será más tierno que ningún otro.
El joven se marchó tranquilamente, dejando a la princesa sorprendida y atrapada. Quedó tan enamorada que llevaba consigo la piedra a todas partes, y durante meses llenó al joven de regalos y atenciones, pero su corazón seguía siendo duro como la piedra en sus manos. Desanimada, terminó por arrojar la piedra al fuego; al momento vio cómo se deshacía la arena, y de aquella piedra tosca surgía una bella figura de oro. Entonces comprendió que ella misma tendría que ser como el fuego, y transformar cuanto tocaba separando lo inútil de lo importante.
Durante los meses siguientes, la princesa se propuso cambiar en el reino, y como con la piedra, dedicó su vida, su sabiduría y sus riquezas a separar lo inútil de lo importante. Acabó con el lujo, las joyas y los excesos, y las gentes del país tuvieron comida y libros. Cuantos trataban con la princesa salían encantados por su carácter y cercanía, y su sola prensencia transmitía tal calor humano y pasión por cuanto hacía, que comenzaron a llamarla cariñosamente "La princesa de fuego".
Y como con la piedra, su fuego deshizo la dura corteza del corazón del joven, que tal y como había prometido, resultó ser tan tierno y justo que hizo feliz a la princesa hasta el fin de sus días
(De "Cuentos para dormir")

jueves, 26 de mayo de 2011

El filósofo y el zapatero


Un filósofo llegó un día al taller de un zapatero remendón con unos zapatos gastados y le dijo:
—Por favor, arréglalos.
—Ahora estoy remendando zapatos de otros hombres —respondió el zapatero—, y hay todavía más para reparar antes de que pueda ocuparme de los tuyos. Pero déjalos aquí. Usa este otro par por hoy, y ven mañana a buscarlos.
—No uso zapatos que no son míos —protestó indignado el filósofo.
—Pues bien -dijo el remendón—, ¿en verdad eres un filósofo y no puedes calzarte los zapatos de otro hombre? Al final de esta calle hay otro zapatero que comprende a los filósofos mejor que yo. Recurre a él para remiendos.

(Cuento de Gibran Khalil Gibran)

La tela

Un hombre caminaba por un callejón con un rollo de tela bajo el brazo cuando comenzó a llover torrencialmente. El caminante desenrolló la tela y la extendió sobre su cabeza. De pronto, otro hombre que pasaba por allí también se cobijó bajo el toldo improvisado.

Cuando cesó la lluvia, el segundo hombre reclamó la tela como suya y se inició una discusión que casi llegó a las manos. Finalmente, ambos llevaron el caso ante un juez. Este escuchó los respectivos argumentos y dijo:
—Alguacil, consiga unas tijeras y corte la tela justo por el medio para darle a cada uno su parte.

Así se hizo pero, entonces, el juez comprobó que uno de los hombres se manifestaba contento con la decisión mientras que el otro seguía muy enojado.
—Ya sé quién es el dueño de la tela —dijo el juez—. Alguacil, devuélvasela y envíe al ladrón a prisión.

(Cuento de la tradición hindú)

La zorra y el mono aristócrata


Viajaban por esta tierra juntos una zorra y un mono, disputando a la vez cada uno sobre su nobleza. Mientras cada cual detallaba ampliamente sus títulos, llegaron a cierto lugar. Volvió el mono su mirada hacia un cementerio y rompió a llorar. Preguntó la zorra que le ocurría, y el mono, mostrándoles unas tumbas le dijo: -- ¡Oh, cómo no voy a llorar cuando veo las lápidas funerarias de esos grandes héroes, mis antepasados! -- ¡Puedes mentir cuanto quieras -- contestó la zorra --; pues ninguno de ellos se levantará para contradecirte!

(Cuento zen)

lunes, 21 de marzo de 2011

El Diamante

Érase una vez, hace mucho tiempo, un Rey que vivía en Irlanda.
En aquellos tiempos, Irlanda estaba dividida en muchos reinos pequeños, y el reino de
aquel Rey era uno más entre esos muchos. Tanto el Rey como el reino no eran
conocidos, y nadie les prestaba mucha atención.


Pero un día, el Rey heredó un gran diamante de belleza incomparable de un
familiar que había muerto. Era el mayor diamante jamás conocido. Dejaba
boquiabiertos a todos los que tenían la suerte de contemplarlo. Los demás
Reyes empezaron a fijarse en este Rey porque, si poseía un diamante como
aquél, tenía que ser algo fuera de lo común.

El Rey tenía la joya expuesta en una urna de cristal para que todos los que
quisieran, pudieran acercarse a admirarla. Naturalmente, unos guardianes
bien armados mantenían aquel diamante único bajo una constante vigilancia.
Tanto el Rey como el reino prosperaban, y el Rey atribuía al diamante su
buena fortuna.

Un día, uno de los guardias, nervioso, solicitó permiso para ver al Rey. El
guardián temblaba como una hoja. Le dio al Rey una terrible noticia: había
aparecido un defecto en el diamante. Se trataba de una grieta, aparecida
justamente en la mitad de la joya. El Rey se sintió horrorizado y se acercó
corriendo hasta el lugar donde estaba instalada la urna de cristal para
comprobar por sí mismo el deterioro de la joya.

Era verdad. El diamante había sufrido una fisura en sus entrañas, defecto
perfectamente visible hasta en el exterior de la joya. Decidió convocar a
todos los joyeros del reino para pedir su opinión y consejo, pero sólo le
dieron malas noticias. Le aseguraron que el defecto de la joya era tan
profundo que si intentaban subsanarlo, lo único que conseguirían sería que
aquella maravilla perdiera todo su valor, y que si se arriesgaban a partirla
por la mitad para conseguir dos piedras preciosas, la joya podría con toda
probabilidad, partirse en millones de fragmentos.

Mientras el Rey meditaba profundamente sobre esas dos únicas tristes
opciones que se le ofrecían, un joyero, ya anciano, que había sido el último
en llegar, se le acercó y le dijo:

- Si me da una semana para trabajar en la joya, es posible que pueda
repararla.

Al principio, el Rey no dio crédito alguno a sus palabras, porque los demás
joyeros estaban totalmente seguros de la imposibilidad de arreglarla.
Finalmente el Rey cedió, pero con una condición: la joya no debía salir del
palacio real. Al anciano joyero le pareció bien el deseo del Rey. Aquél
era un buen sitio para trabajar, y aceptó también que unos guardianes
vigilaran su trabajo desde el exterior de la puerta del improvisado taller,
mientras él estuviese trabajando en la joya.

Aún costándole mucho, al no tener otra opción, el Rey dio por buena la
oferta del anciano joyero. A diario, él y los guardianes se paseaban
nerviosos ante la puerta de aquella habitación. Oían los ruidos de las
herramientas que trabajaban la piedra con golpes y frotamientos muy suaves.
Se preguntaban qué estaría haciendo y qué es lo que pasaría si el anciano
los engañaba.

Al cabo de la semana convenida, el anciano salió de la habitación. El Rey y
los guardianes se precipitaron al interior de la misma para ver el trabajo
del misterioso joyero. Al Rey se le saltaron las lágrimas de la alegría.
¡Su joya se había convertido en algo incomparablemente más hermoso y valioso
que antes! El anciano había grabado en el diamante una rosa perfecta, y la
grieta que antes dividía la joya por la mitad, se había convertido en el
tallo de la rosa.
Pon amor en las cosas que haces y las cosas tendrán sentido. Retírales
el amor y se tornaran vacías.

Vacío


Un célebre esgrimidor de sables japonés, que se decía adepto al zen, fue al encuentro del maestro Dukuon y le dijo, no sin un leve aire de triunfo, que todo lo que existía era el vacío, que nada distinguía al yo del tú, etc. El maestro lo escuchó un momento en silencio, luego cogió su pipa y golpeó con fuerza al soldado en el cráneo.
El hombre saltó, cogió su sable y amenazó al monje.
-Vaya- dijo éste muy tranquilo-. el vacío no tarda en montar en cólera.

martes, 15 de marzo de 2011

El Leñador Eficiente


Había una vez un leñador que se presentó a trabajar en una maderera. El sueldo era bueno y las condiciones de trabajo mejores aún, así que el leñador se propuso hacer un buen papel.

El primer día se presentó al capataz, que le dio un hacha y le asignó una zona del bosque.

El hombre, entusiasmado, salió al bosque a talar.

En un solo día cortó dieciocho árboles.

-Te felicito -le dijo el capataz-. Sigue así.

Animado por las palabras del capataz, el leñador se decidió a mejorar su propio trabajo al día siguiente. Así que esa noche se acostó bien temprano.

A la mañana siguiente, se levantó antes que nadie y se fue al bosque.

A pesar de todo su empeño, no consiguió cortar más de quince árboles.

«Debo estar cansado», pensó. Y decidió acostarsecon la puesta de sol.

Al amanecer, se levantó decidido a batir su marca de dieciocho árboles. Sin embargo, ese día no llegó ni a la mitad.

Al día siguiente fueron siete, luego cinco, y el último día estuvo toda la tarde tratando de talar su segundo árbol.

Inquieto por lo que diría el capataz, el leñador fue a contarle lo que le estaba pasando y a jurarle y perjurarle que se estaba esforzando hasta los límites del desfallecimiento.

El capataz le preguntó: «¿Cuándo afilaste tu hacha por última vez?».

-¿Afilar? No he tenido tiempo para afilar: he estado demasiado ocupado talando árboles.

¿De qué cosas importantes nos estamos olvidando?

(De la red)

sábado, 12 de marzo de 2011

El pescador y las piedras


Un pescador iba todas las noches hasta la playa para tirar su red; sabía que cuando el sol sale los peces vienen a la playa a comer almejas, por eso siempre colocaba su red antes del amanecer.
Tenía una casita en la playa y bajaba muy de noche con la red al hombro. Con los pies descalzos y la red medio desplegada entraba en el agua.
Esta noche de la cual habla el cuento, cuando estaba entrando en el agua sintió que su pie golpeaba contra algo muy duro en el fondo.
Toqueteó y vió que era algo duro, como unas piedras envueltas en una bolsa.
Entonces pensó: "¿quién es el tarado que tira estas cosas en mi playa?. Y encima yo soy tan distraido que cada vez que entre me las voy a llevar por delante… "

Así que dejó de tender la red, se agachó, agarró la bolsa y la sacó del agua.

Estaba todo muy oscuro, y quizás por eso, cuando volvió, otra vez se llevó por delante la bolsa con las piedras, ahora en la playa.
Y pensó ‘soy un tarado’.
Así que sacó su cuchillo, abrió la bolsa y tanteó. Había unas cuantas piedras del tamaño de pequeños pomelos pesados y redondeados.
El pescador volvió a pensar ‘quien será el idiota que embolsa piedras para tirarlas al agua’.
Instintivamente tomó una, la sopesó en sus manos y la arrojó al mar.
Unos segundos después sintió el ruido de la piedra que se hundía a lo lejos. ¡Plup!.
Entonces metió la mano otra vez y tiró otra piedra. Nuevamente escuchó ¡Plup!
Y tiró para otro lado ¡Plaf!. Y luego lanzó dos a la vez y sintió ¡plup-plup! Y trató de tirarlas más lejos y de espaldas y con toda su fuerza ¡Plup-plaf!
Y se entretuvo, escuchando los diferentes sonidos, calculando el tiempo y probando de dos en dos, de una en una, con los ojos cerrados, tiro de tres…tiraba y tiraba las piedras al mar.
Hasta que el sol empezó a salir.
El pescador palpó y tocó una sola piedra adentro de la bolsa.
Entonces se preparaba para tirarla más lejos que las demás, porque era la última y porque el sol ya salía.

Y cuando estiró el brazo hacia atrás para darle fuerza al lanzamiento el sol empezó a alumbrar, viendo entonces que en la piedra había un brillo dorado y metálico que le llamaba la atención.
El pescador detuvo el impulso para arrojarla y la miró. La piedra reflejaba el sol entre el moho que la recubría.
El hombre la frotó como si fuera una manzana, contra su ropa, y la piedra empezó a brillar más todavía.
Asombrado la tocó y se dió cuenta de que era metálica. Entonces empiezó a frotarla y a limpiarla con arena y con su camisa, y vió que la piedra era de oro puro. Una piedra de oro macizo del tamaño de un pomelo.
Pero su alegría se borró cuando pensó que esta piedra es seguramente igual a las otras que tiró.
Y se dijo entonces : "¡Qué tonto he sido!. Tuve entre mis manos una bolsa llena de piedras de oro y las fui tirando fascinado por el sonido estúpido de las piedras al entrar al agua."

Y empezó a lamentarse y a llorar y a dolerse por las piedras perdidas, pensando que era un desgraciado, que era un pobre tipo, un tarado, un idiota…

Y empiezó a pensar: "Si entrara y consiguiera un traje de buzo y si fuera por abajo del mar, si fuera de día, si trajera un equipo de buzos para buscarlas", y lloraba más todavía mientras se lamentaba a gritos…

El sol terminó de salir y él se dio cuenta de que todavía tenía la piedra, se da cuenta de que el sol podría haber tardado un segundo más o él podría haber tirado la piedra más rápido, de que podría no haberse enterado nunca del tesoro que tenía en sus manos. Entonces pensó finalmente que tenía un tesoro, y que este tesoro era en sí mismo una fortuna enorme para un pescador como él y que la suerte significa poder tener el tesoro que aún tenía.

‘Ojalá podamos ser sabios para no llorar por aquellas piedras que quizás desprevenidamente desperdiciamos, por aquellas cosas que el mar se llevó y tapó y podamos, de verdad, prepararnos para ver el brillo de las piedras que tenemos y disfrutar en el presente eterno de cada una de ellas…’

Merendando con Dios


Había una vez un pequeño niño que quería conocer a Dios.
Él sabía que era un largo viaje llegar hasta donde Dios vivía, así es que preparó su mochila con sandwiches y botellas de leche chocolatada y comenzó su viaje.

Cuando había andado tres cuadras, se encontró con un viejecita. Ella estaba sentada en el parque observando a unas palomas.

El niño se sentó a su lado y abrió su mochila. Estaba a punto de tomar un trago de su leche chocolatada cuando notó que la viejecita parecía hambrienta, así es que le ofreció un sandwich.
Ella agradecida lo aceptó y le sonrió. Su sonrisa era tan hermosa que el niño quiso verla otra vez, así que le ofreció una leche chocolatada. Una vez más, ella le sonrió. El niño estaba encantado.

Permanecieron sentados allí toda la tarde comiendo y sonriendo, aunque nunca se dijeron ni una palabra.
A medida que oscurecía, el niño se dió cuenta de cuan cansado estaba y se levantó para marcharse.
Antes de dar unos pasos más, se dió la vuelta, corrió hacia la viejecita y le dió un abrazo. Ella le ofreció su sonrisa más amplia.

Cuando el niño abrió la puerta de su casa un rato más tarde, a su madre le sorprendió la alegría en su rostro.
Ella le preguntó: “¿Qué hiciste hoy que te puso tan contento?” Él le respondió: “Almorcé con Dios.”
Pero antes de que su madre pudiese responder añadió: “¿Y sabes qué? ¡Ella tiene la sonrisa más hermosa que he visto!”

Mientras tanto la viejecita, también radiante de dicha, regresó a su casa. Su vecina estaba impresionada con el reflejo de paz sobre su rostro, y le preguntó: “¿Qué hiciste hoy que te puso tan contenta?” Y ella respondió:
“Yo comí sandwiches con Dios en el parque”. Pero antes de que su vecina respondiera a esto, añadió: ” ¿Sabes, es mucho más jóven de lo que esperaba.”

Dos lobos


Un viejo amerindio estaba hablando con su nieto.

Le decía:
- "Me siento como si tuviera dos lobos peleando en mi corazón. Uno de los dos es un lobo enojado, violento y vengador. El otro está lleno de amor y compasión".

El nieto preguntó:
"Abuelo, dime, Cuál de los dos lobos ganará la pelea en tu corazón?"

El abuelo contestó:
- "Aquel que yo alimente" . .
.

El abuelo y el nieto


Un atardecer cálido. Las golondrinas juegan teniendo el firmamento como fondo. El sabio abuelo camina satisfecho junto a su nieto. Es un niño vivaz y despierto, lleno de inquietudes espirituales, ávido de respuestas.

Abuelo - dice quebrando el silencio perfecto de la tarde -, cuando el cuerpo muere, ¿qué sucede?

- El cuerpo muere, pero el Ser nunca muere. Él es el Ser de todo el Universo. Es la esencia sutil de todo el mundo.

-¡Oh, abuelo! - se lamenta el muchachito -, no termino de comprender. ¿Puedes explicármelo mejor?

- Coge un fruto de aquel árbol.

El niño, presuroso, lo coge y lo trae entre sus manos.

- Quítale la cáscara - dice el abuelo: ¿Qué ves?

- El fruto.

- Abre el fruto. ¿Qué ves?

- Granos.

- Abre un grano. ¿Qué ves?

- Minúsculos granitos.

- Abre uno. ¿Qué ves?

- Nada, querido abuelo, nada.

Y el abuelo declara: Ésa esencia sutil que tú no ves es el Ser. Mantiene en pie el gran árbol. Nos mantiene vivos a ti y a mí. Hace que el río fluya y el fuego arda. Anima todos vastos espacios. Tú, querido mío, mi muy amado nieto, no ves esa esencia sutil, pero está ahí...

El niño, satisfecho, agarró la mano temblorosa y envejecida de su querido abuelo. Apaciblemente, se fundieron con el horizonte como el azúcar se funde con el agua.

martes, 8 de marzo de 2011

Como los muertos

Desde tiempos inmemoriales los maestros hindúes han insistido en la necesidad de mantenerse conectado con el ángulo de quietud tanto en lo agradable como en lo desagradeable. Han exhortado siempre a la ecuanimidad, que es esa energía de claridad que nos permite ser nosotros mismos a pesar de la contingencia y las viscisitudes, ya que en el mundo exterior todo es fluctuante.

El discípulo llevaba meses recibiendo aplicadamente la enseñanza espiritual del mentor. Un día, de repente, el amestro miró a los ojos al discípulo y le dijo:

- Sé como un muerto.

El discípulo se quedó perplejo. No entendía nada.

- No te comprendo, maestro -vaciló- A qué te refieres?

El maestro sonrió. Era la sonrisa del que ha alcanzado la calma profunda.

- Mi muy querido -dijo-, acércate al cementerio más cercano y, con todas las fuerzas de tus jóvenes y vigorosos pulmones, empieza a gritar toda suerte de halagos a los muertos.

Aunque sorprendido, el disípulo siguió las indicaciones del mentor y acudió al cementerio. Comenzó durante varios minutos a gritar halagos a los muertos. Luego regresó ante el maestro, quien le preguntó:

- Qué han respondido los muertos?
- Nada, maestro, no han respondido nada.
- Muy bien. Pues vuelve ahora al cementerio y comienza a proferir insultos contra los muertos.

Así lo hizo el discípulo. Una vez en el cementerio empezó a gritar insultos contra los muertos y luego regresó junto al maestro.

- Qué han respondido los muertos?
- Nada- respondió el discípulo-. Nada en absoluto.

Y el maestro dijo:

- Así tienes que ser tú siempre, como un muerto, o sea, indiferente a los halagos y a los insultos.

El Maestro declara:

Los que hoy te elogian, mañana te pueden insultar; los que hoy te insultan, mañana te pueden halagar. Permanece indiferente a halagos e insultos.

(De "Cuentos Hindúes" de Ramiro Calle)

lunes, 7 de marzo de 2011

Los tres milagros del sabio

Tres personas iban caminando por una vereda de un bosque; un sabio con fama de hacer milagros, un poderoso terrateniente del lugar y, un poco atrás de ellos y escuchando la conversación, iba un joven estudiante alumno de sabio.
Fue entonces cuando el poderoso dirigiéndose al sabio dijo: -"Me han dicho en el pueblo que eres una persona poderosa y que inclusive puedes hacer milagros".
-"Soy una persona vieja y cansada...¿como crees que yo podría hacer milagros? respondió.
-"me han dicho que sanas a los enfermos, haces ver a los ciegos y vuelves cuerdos a los locos... esos milagros solo los puede hacer alguien muy poderoso".
-"¿te refieres a eso?... Tú lo has dicho, esos milagros solo los puede hacer alguien muy poderoso... no un viejo como yo.. Esos milagros lo hace Dios, yo solo pido se conceda un favor al enfermo o para el ciego y todo el que tenga la fe suficiente en Dios puede hacer lo mismo.
-yo quiero tener la misma fe para realizar los mismos milagros que tú haces... muéstrame un milagro para poder creer en tu Dios.
Ante la insistencia de aquel hombre poderoso, el sabio acepto mostrarle tres milagros. Y así, con la mirada serena y sin hacer ningún movimiento le preguntó:
-¿Esta mañana volvió a salir el sol?
-Si, claro que sí.
-Pues ahí tienes un milagro... el milagro de la luz.
-No, yo quiero ver un verdadero milagro, oculta el sol, saca agua de un piedra... mira, hay un conejo herido junto a la vereda, tócalo y sana sus heridas.
-¿Quieres ver un verdadero milagro? No es verdad que tu esposa acaba de dar a luz hace algunos días?.
-¡Si! fue varón y es mi primogénito.
-Ahí tienes el segundo milagro, el milagro de la vida.
-Sabio...tu no me entiendes, quiero ver un verdadero milagro.
-¿Acaso no estamos en época de cosecha?, ¿no hay trigo y sorgo donde hace solo unos meses había tierra?
-Si, igual que todos los años.
-Pues ahí tienes el tercer milagro...
-Creo que no me he explicado, lo que yo quiero...
Sus palabras fueron cortadas por el sabio, quien convencido de la obstinación de aquel hombre y seguro de no hacerle poder comprender la maravilla que existe en todo aquello que le había mostrado, señalo:
-te he explicado bien, yo hice todo lo que podía hacer por ti, si lo que encontraste no es lo que buscabas, lamento desilusionarte, yo he hecho todo lo que podía hacer.
Dicho esto, el poderoso terrateniente se retiro ,muy desilusionado por no haber encontrado lo que buscaba. El sabio y su alumno se quedaron parados en la vereda. Cuando el poderoso terrateniente iba muy lejos como para ver lo que hacían el sabio y su alumno, el sabio se dirigió a la orilla de la vereda, tomó el conejo, sopló sobre él y sus heridas quedaron sanadas; el joven estaba algo desconcertado:
-Maestro te he visto hacer milagros como este casi todos los días, ¿Por qué te negaste a mostrarle uno al caballero’
-lo que buscaba el no era un milagro, sino un espectáculo, le mostré tres milagros y no pudo verlos. Para ser rey primero hay que ser príncipe, para ser maestro primero hay que ser alumno… no puedes pedir grandes milagros si no has aprendido a valorar los pequeños milagros que se te muestran día a día.

(Anónimo)

Confusión en el Cielo

Cierta vez, le pregunté a Ramesh, uno de mis maestros de la India:

- Por qué existen personas que salen fácilmente de los problemas más complicados, mientras que otras sufren por problemas muy pequeños, muriendo ahogadas en un vaso de agua?
El simplemente sonrió y me contó esta historia...

"Era un sujeto que vivió amorosamente toda su vida.

Cuando murió, todo el mundo dijo que se iría al cielo.

Un hombre bondadoso como él solamente podría ir al Paraíso.

Ir al cielo no era tan importante para aquel hombre, pero igual el fue para allá. En esa época, el cielo todavía no había tenido un programa de calidad total.

La recepción no funcionaba muy bien.

La chica que lo recibió dió una mirada rápida a las fichas que tenía sobre el mostrador, y como no vio el nombre de él en la lista, lo orientó para ir al Infierno.

En el Infierno, Ud. Sabe cómo es. Nadie exige credencial o invitación, cualquiera que llega es invitado a entrar.

El sujeto entró allí y se fue quedando.

Algunos días despues, Lucifer llegó furioso a las puertas del Paraíso para pedirle explicaciones a San Pedro:


- Esto es sabotaje! Nunca imaginé que fuese capaz de una bajeza semejante.

Eso que Ud. está haciendo es puro terrorismo!

Sin saber el motivo de tanta furia, San Pedro preguntó, sorprendido, de qué se trataba.

Lucifer, transtornado, gritó:

- Ud. mandó a ese sujeto al Infierno y él está haciendo un verdadero desastre allí.

El llegó escuchando a las personas, mirándolas a los ojos, conversando con ellas.

Ahora, está todo el mundo dialogando, abrazándose, besándose. El Infierno está insoportable, parece el Paraíso!

Y entonces hizo un pedido:

- Pedro, por favor, agarre a ese sujeto y tráigalo para acá!"

Cuando Ramesh terminó de contar esta história me miró cariñosamente y dijo:

- Vive con tanto amor en el corazón, que si por error, fueses a parar el Infierno, el propio demonio te lleve de vuelta al Paraíso.

Los problemas forman parte de nuestra vida, pero no dejes que ellos te transformen en una persona amargada. Las crisis siempre sucederán y a veces no tendrás opción.

Tu vida está sensacional y de repente puedes descubrir que un ser querido está enfermo; que la política económica del país cambió, y que infinitas posibilidades de preocupación aparecen.

En las crisis no puedes elegir, pero puedes elegir la manera de enfrentarlas.

Y, al final, cuando los problemas sean resueltos, mas que sentir orgullo por haber encontrado la solución, tendrás orgullo de ti mismo.

(Anónimo)

Amor ciego

Una pareja de jóvenes estaban muy enamorados y se iban a casar. Unos meses antes de la boda, la novia tuvo un accidente y quedó con el rostro totalmente desfigurado...

"No puedo casarme contigo”, le comunicó en una carta a su novio, “quedé marcada y muy fea para siempre, búscate a otra joven hermosa como tú te mereces, yo no soy digna de ti”

A los pocos días la muchacha recibió esta respuesta de su novio: “El verdadero indigno soy yo, tengo que comunicarte que he enfermado de la vista y el médico me dijo que voy a quedar ciego... Si aún así estás dispuesta a aceptarme, yo sigo deseando casarme contigo”

Y se casaron, y cuando lo hicieron, el novio estaba ya totalmente ciego. Vivieron 20 años de amor, felicidad y comprensión, ella fue su lazarillo, se convirtió en sus ojos, en su luz, el amor los fue guiando por ese túnel de tinieblas.

Un día ella enfermó gravemente y cuando agonizaba, se lamentaba por dejarlo solo entre esas tinieblas. El día que ella murió, él abrió sus ojos ante el desconcierto de todos.,“no estaba ciego” - dijo- “fingí serlo para que mi mujer no se afligiera al pensar que la veía con el rostro desfigurado, ahora mi amor descansa en ella”

El verdadero amor ve más allá de la belleza física, porque el verdadero amor, va con el corazón. Vivimos en un mundo de apariencias, donde se califica a las personas según su aspecto físico, pero el verdadero amor embellece más que el más caro tratamiento de belleza; la belleza se acaba, pero el amor verdadero vive para siempre.


La mano

Una vez, una maestra pidió a sus alumnos de primer grado que hiciesen un dibujo de alguna cosa de la que estuviesen agradecidos. Ella pensó que seguramente todos ellos eran hijos de familias pobres no tendrían mucho que agradecer, así que dibujarían platos de comida, o alguna cosa por el estilo.

Sin embargo, la profesora quedó sorprendida con el dibujo que hizo uno de sus alumnos... Era una mano, dibujada de forma sencilla e infantil.

Pero, ¿de quién era la mano? Toda la clase quedó encantada con aquel dibujo.

"Creo que debe ser la mano de Dios", dijo un niño

"No, yo creo que que es la mano de un granjero que está dando de comer de comer a las gallinas", dijo otro.

Cuando finalmente todos volvieron a su trabajo, la profesora se aproximo de su alumno y le preguntó de quien era la mano.

"Es su mano, profesora" -murmuró él.

El sufrimiento de Kisagotami

En tiempos de Buda, murió el único hijo de una mujer llamada Kisagotami.
Incapaz de soportar siquiera la idea de no volver a verlo, la mujer dejó el cadáver de su hijo en la cama y durante muchos días lloró y lloró implorando a los dioses que le permitieran morir a su vez.
Como no encontraba consuelo, empezó a correr de una persona a otra en busca de una medicina que le ayudara a seguir viviendo sin su hijo o, de lo contrario, a morir como él.
Le dijeron que Buda la tenía:
Kisagotami fue a ver a buda, le rindió homenaje y le preguntó:
-¿Puedes preparar una medicina que me sane este dolor o me mate para no sentirlo?
-Conozco esa medicina-contestó Buda-, pero para prepararla necesito ciertos ingredientes.
-¿qué ingredientes?-Preguntó la mujer.
-El más importante es una vaso de vino casero- dijo Buda.
-Ya mismo lo traigo- Dijo Kisagotami. Pero antes de que se marchara, Buda añadio:
-Necesito que el vino provenga de un hogar donde no haya muerto ningún niño, cónyuge, padre o sirviente.
La mujer asintió y, sin perder tiempo, recorrió el pueblo, casa por casa, pidiendo el vino. Sin embargo, en cada casa que visitaba le sucedía lo mismo. Todos estaban dispuestos a regalarle el vino, pero al preguntar si había muerto alguien, ella encontró que todos los hombres habían sido visitados por la muerte. En una vivienda había muerto una hija, en otra un sirviente, en otras el marido o alguno de los padres.
Kisagotami no pudo hallar un hogar donde no se hubiera experimentado el sufrimiento de la muerte.
Al darse cuenta de que no estaba sola en su dolor, la madre se desprendió del cuerpo sin vida de su hijo y fue a ver a Buda. Se arrodilló frente a él y le dijo:-Gracias... comprendí

lunes, 28 de febrero de 2011

El sabio


Un sabio, cierta tarde, llegó a la ciudad de Akbar. La gente no dio mucha importancia a su presencia, y sus enseñanzas no consiguieron interesar a la población. Incluso después de algún tiempo llegó a ser motivo de risas y burlas de los habitantes de la ciudad.

Un día, mientras paseaba por la calle principal de Akbar, un grupo de hombres y mujeres empezó a insultarlo. En vez de fingir que los ignoraba, el sabio se acercó a ellos y los bendijo.

Uno de los hombres comentó:

- "¿Es posible que, además, sea usted sordo? ¡Gritamos cosas horribles y usted nos responde con bellas palabras!".

"Cada uno de nosotros sólo puede ofrecer lo que tiene" -fue la respuesta del sabio-.

(Anónimo)

¿Qué es el amor?

Uno de los niños de una clase de educación infantil preguntó:
  • Maestra… ¿qué es el amor?

La maestra sintió que la criatura merecía una respuesta que estuviese a la altura de la pregunta inteligente que había formulado. Como ya estaban en la hora del recreo, pidió a sus alumnos que dieran una vuelta por el patio de la escuela y trajeran cosas que invitaran a amar o que despertaran en ellos ese sentimiento. Los pequeños salieron apresurados y, cuando volvieron, la maestra les dijo:

  • Quiero que cada uno muestre lo que ha encontrado.

El primer alumno respondió:

  • Yo traje esta flor… ¿no es bonita?

A continuación, otro alumno dijo:

- Yo traje este pichón de pajarito que encontré en un nido… ¿no es gracioso?

Y así los chicos, uno a uno, fueron mostrando a los demás lo que habían recogido en el patio.

Cuando terminaron, la maestra advirtió que una de las niñas no había traído nada y que había permanecido en silencio mientras sus compañeros hablaban. Se sentía avergonzada por no tener nada que enseñar.

La maestra se dirigió a ella:

  • Muy bien, ¿y tú?, ¿no has encontrado nada que puedas amar?

La criatura, tímidamente, respondió:

- Lo siento, seño. Vi la flor y sentí su perfume, pensé en arrancarla pero preferí dejarla para que exhalase su aroma durante más tiempo. Vi también mariposas suaves, llenas de color, pero parecían tan felices que no intenté coger ninguna. Vi también al pichoncito en su nido, pero…, al subir al árbol, noté la mirada triste de su madre y preferí dejarlo allí…

Así que traigo conmigo el perfume de la flor, la libertad de las mariposas y la gratitud que observé en los ojos de la madre del pajarito. ¿Cómo puedo enseñaros lo que he traído?

La maestra le dio las gracias a la alumna y emocionada le dijo que había sido la única en advertir que lo que amamos no es un trofeo y que al amor lo llevamos en el corazón.

El amor es algo que se siente.

Hay que tener sensibilidad para vivirlo.

(Del blog: Cuentos para reflexionar )

domingo, 6 de febrero de 2011

Los portadores de sueños


En todas las profecías
está escrita la destrucción del mundo.
Todas las profecías cuentan
que el hombre creará su propia destrucción.
Pero los siglos y la vida
que siempre se renueva
engendraron también una generación
de amadores y soñadores,
hombres y mujeres que no soñaron
con la destrucción del mundo,
sino con la construcción del mundo
de las mariposas y los ruiseñores.
Desde pequeños venían marcados por el amor.
Detrás de su apariencia cotidiana
Guardaban la ternura y el sol de medianoche.
Las madres los encontraban llorando
por un pájaro muerto
y más tarde también los encontraron a muchos
muertos como pájaros.
Estos seres cohabitaron con mujeres traslúcidas
y las dejaron preñadas de miel y de hijos verdecidos
por un invierno de caricias.


Así fue como proliferaron en el mundo los portadores sueños,
atacados ferozmente por los portadores
de profecías habladoras de catástrofes.
los llamaron ilusos, románticos, pensadores de utopías
dijeron que sus palabras eran viejas
y, en efecto, lo eran porque la memoria del paraíso es antigua
en el corazón del hombre.
Los acumuladores de riquezas les temían
lanzaban sus ejércitos contra ellos,
pero los portadores de sueños todas las noches
hacían el amor
y seguía brotando su semilla del vientre de ellas
que no sólo portaban sueños sino que los
multiplicaban
y los hacían correr y hablar.
De esta forma el mundo engendró de nuevo su vida
como también había engendrado
a los que inventaron la manera
de apagar el sol.
Los portadores de sueños sobrevivieron a los climas gélidos
pero en los climas cálidos casi parecían brotar por
generación espontánea.
Quizá las palmeras, los cielos azules, las lluvias torrenciales
tuvieron algo que ver con esto.
La verdad es que como laboriosas hormiguitas
estos especímenes no dejaban de soñar y de construir
hermosos mundos,
mundos de hermanos, de hombres y mujeres que se
llamaban compañeros,
que se enseñaban unos a otros a leer, se consolaban
en las muertes,
se curaban y cuidaban entre ellos, se querían, se ayudaban
en el arte de querer y en la defensa de la felicidad.
Eran felices en su mundo de azúcar y de viento
de todas partes venían a impregnarse de su aliento
de sus claras miradas
hacia todas partes salían los que habían conocido
portando sueños
soñando con profecías nuevas
que hablaban de tiempos de mariposas y ruiseñores
y de que el mundo no tendría que terminar en la hecatombe.
Por el contrario, los científicos diseñarían
puentes, jardines, juguetes sorprendentes
para hacer más gozosa la felicidad del hombre.
Son peligrosos
—imprimían las grandes rotativas
Son peligrosos
—decían los presidentes en sus discursos
Son peligrosos
—murmuraban los artífices de la guerra.
Hay que destruirlos
—imprimían las grandes rotativas
Hay que destruirlos
—decían los presidentes en sus discursos
Hay que destruirlos
—murmuraban los artífices de la guerra.
Los portadores de sueños conocían su poder
por eso no se extrañaban
también sabían que la vida los había engendrado
para protegerse de la muerte que anuncian las profecías
y por eso defendían su vida aún con la muerte.

Por eso cultivaban jardines de sueños
y los exportaban con grandes lazos de colores.
Los profetas de la oscuridad se pasaban noches
y días enteros
vigilando los pasajes y los caminos
buscando estos peligrosos cargamentos
que nunca lograban atrapar
porque el que no tiene ojos para soñar
no ve los sueños ni de día, ni de noche.
Y en el mundo se ha desatado un gran tráfico de sueños
que no pueden detener los traficantes de la muerte;
por doquier hay paquetes con grandes lazos
que sólo esta nueva raza de hombres puede ver
la semilla de estos sueños no se puede detectar
porque va envuelta en rojos corazones
en amplios vestidos de maternidad
donde piesecitos soñadores alborotan los vientres
que los albergan.
Dicen que la tierra después de parirlos
desencadenó un cielo de arcoiris
y sopló de fecundidad las raíces de los árboles.
Nosotros sólo sabemos que los hemos visto
sabemos que la vida los engendró
para protegerse de la muerte que anuncian las profecías.

(Gioconda Belli)

viernes, 28 de enero de 2011

La niña y el frío


Por la calle vi a una niña aterida y tiritando de frío dentro de su ligero vestido y con pocas perspectivas de conseguir una comida decente. Me encolericé y le dije a Dios: “¿Por qué permites estas cosas? ¿Por qué no haces nada para solucionarlo?”

Durante un rato, Dios guardó silencio. Pero aquella noche, de improviso, me respondió: “Ciertamente que he hecho. Te he hecho a ti.”

(Anthony de Mello)

Alas para volar

El águila empujó gentilmente sus pichones hacia la orilla del nido. Su corazón se aceleró con emociones conflictivas, al mismo tiempo en que sintió la resistencia de los hijos a sus insistentes empujones.

¿Por qué la emoción de volar tiene que comenzar con el miedo de caer?, pensó ella.

El nido estaba colocado bien en el alto de un pico rocoso. Abajo, solamente el abismo y el aire para sustentar las alas de los hijos.

¿Y si justamente ahora esto no funcionase ?, se decía.

A pesar del miedo, el águila sabía que aquel era el momento. Su misión estaba presta a ser completada; restaba todavía una tarea final: el empujón. El águila se llenó de coraje.

Mientras sus hijos no descubriesen sus alas no habría propósito para sus vidas. Mientras ellos no aprendieran a volar no comprenderían el privilegio que era nacer águila.

El empujón era el mejor regalo que ella podía ofrecerles. Era su supremo acto de amor. Entonces, uno a uno, ella los precipitó hacia el abismo.

¡¡Y entonces volaron!!.

(Autor desconocido)

A veces, en nuestras vidas, las circunstancias hacen el papel del águila. Son ellas las que nos empujan hacia el abismo.

Y quien sabe… tal vez sean ellas, las propias circunstancias, las que nos hacen descubrir que tenemos alas para volar…


jueves, 27 de enero de 2011

La Vaca

Cuenta la leyenda que cierto Maestro marchaba por los caminos con su aprendiz.

Un día, arriban a un pobre vivienda al lado del camino y se acercan a pedir alimento.

Con buena voluntad, los humildes habitantes del lugar les ofrecen lo poco que tenían.

Al verlos tan pobres, el Maestro les pregunta: “Cómo hacen para vivir ?”y, el dueño de la casa le comenta: “Pues Usted verá, tenemos aquella vaquita que nos da leche. Tomamos algo y con el resto hacemos queso que vendemos en el pueblo y, con lo que obtenemos de la venta, compramos lo que podemos. Somos pobres, pero gracias a la vaquita vamos viviendo”.

Luego de dormir un rato a un costado de la vivienda y siendo aún de noche, el Maestro despierta al aprendiz para seguir la marcha. A poco que se habían alejado de la vivienda, le dijo: “Regresa a la casa, toma la vaca y arrójala por el acantilado”.

El muchacho se espantó, pero, fiel a su voto de obediencia, cumplió con las órdenes del Maestro. Su sentimiento fue de horror y nunca pudo superar el trauma que esta cruel instrucción le causó en su espíritu.

Años después, este joven aprendiz ya adulto y habiendo abandonado al Maestro, tuvo en suerte volver a pasar por el mismo camino. Su espíritu no pudo menos que sobrecogerse al recordar la terrible acción que había cometido y buscó la pobre casita para enterarse cuál había sido el destino de la humilde familia.

Le costó encontrarla… dónde antes había estado la humilde vivienda ahora había un bella casita, con un jardín cuidado, una huerta, flores y varios animales de corral.

“Pobre gente” -pensó para sus adentros- “… con mi ciega obediencia, al matar su vaquita les causé un daño irreparable y tuvieron que irse…”. Se acercó y golpeó sus manos para llamar la atención de los moradores.

Un hombre mayor salió a recibirlo, su rostro denotaba felicidad y su ropa era prolija y agradable… le resultó vagamente conocido.

“Señor” -preguntó- “me podría decir qué fue de la familia que vivía en esta casa años atrás?”

“Pues… Usted verá… nosotros vivimos en esta casa desde siempre, nunca ha pertenecido a otra familia”

Sorprendido el joven insistió: “Pero, aquí vivía una familia humilde a la que tuve la suerte de conocer hace muchos años atrás, acaso son la misma familia que conocí?, cómo hicieron para progresar tanto ?”

“Ohhh… no lo recuerdo… pero ya que pregunta no tengo inconveniente en contarle… nosotros vivíamos de una vaquita que nos daba la leche y con ella nos arreglábamos para subsistir. Cierto día, la vaquita murió despeñada en el barranco y tuvimos que aguzar nuestro ingenio para
sobrevivir. Mis hijos empezaron una huerta y sus productos nos alimentaron y nos permitieron abastecer el mercado local, yo aprendí las artes de la alfarería y me convertí en un afamado artesano, hoy vienen desde lejos a comprar mis piezas, mi esposa retomó sus trabajos de costura y sus prendas también son requeridas a kilómetros a la redonda Prosperamos y las penurias de la pobreza acabaron para nosotros…

¿Cree Ud. que si esta familia aún tuviese su vaca, estaría hoy donde se encuentra?

Muchos de nosotros también tenemos vacas en nuestra vida. Ideas, excusas y justificaciones que nos mantienen atados a la mediocridad, dándonos un falso sentido de estar bien cuando frente a nosotros se encuentra un mundo de oportunidades por descubrir. Oportunidades que sólo podremos apreciar una vez que hayamos “matado” nuestras “vacas”.

(autor desconocido)

Los brahmanes y el león

En cierto pueblo había cuatro brahmanes que eran amigos. Tres habían alcanzado el confín de cuanto los hombres pueden saber, pero les faltaba cordura. El otro desdeñaba el saber; sólo tenía cordura. Un día se reunieron. ¿De qué sirven las prendas, dijeron, si no viajamos, si no logramos el favor de los reyes, si no ganamos dinero? Ante todo, viajaremos.

Pero cuando habían recorrido un trecho, dijo el mayor:

-Uno de nosotros, el cuarto, es un simple, que no tiene más que cordura. Sin el saber, con mera cordura, nadie obtiene el favor de los reyes. Por consiguiente, no compartiremos con él nuestras ganancias. Que se vuelva a su casa.

El segundo dijo:

-Mi inteligente amigo, careces de sabiduría. Vuelve a tu casa.

El tercero dijo:

-Ésta no es manera de proceder. Desde chicos hemos jugado juntos. Ven, mi noble amigo. Tú tendrás tu parte en nuestras ganancias.

Siguieron su camino y en un bosque hallaron los huesos de un león. Uno de ellos dijo:

-Buena ocasión para ejercitar nuestros conocimientos. Aquí hay un animal muerto; resucitémoslo.

El primero dijo:

-Sé componer el esqueleto.

El segundo dijo:

-Puedo suministrar la piel, la carne y la sangre.

El tercero dijo:

-Sé darle vida.

El primero compuso el esqueleto, el segundo suministró la piel, la carne y la sangre. El tercero se disponía a infundir la vida, cuando el hombre cuerdo observó:

-Es un león. Si lo resucitan, nos va a matar a todos.

-Eres muy simple -dijo el otro-. No seré yo el que frustre la labor de la sabiduría.

-En tal caso -respondió el hombre cuerdo- aguarda que me suba a este árbol.

Cuando lo hubo hecho, resucitaron al león; éste se levantó y mató a los tres. El hombre cuerdo esperó que se alejara el león, para bajar del árbol y volver a su casa.
(Panchatantra)

El alpinista

Un alpinista demoró tres días en escalar una montaña, pero, al llegar a lo alto y ver la belleza del paisaje, consideró pagados sus esfuerzos... Un conductor de helicóptero rió:

-Me basta hacer funcionar mi máquina y en un minuto estoy arriba sin cansarme inútilmente.

Así lo hizo. Cuando estuvo al lado del alpinista, le dijo:

-¡No sé por qué encuentras hermoso este insulso paisaje!

(Alejandro Jodorowsky)

La taza de té vacía

Un monje tenía siempre una taza de té al lado de su cama. Por la noche, antes de acostarse, la ponía boca abajo y, por la mañana, le daba la vuelta. Cuando un novicio le preguntó perplejo acerca de esa costumbre, el monje explicó que cada noche vaciaba simbólicamente la taza de la vida, como signo de aceptación de su propia mortalidad. El ritual le recordaba que aquel día había hecho cuanto debía y que, por tanto, estaba preparado en el caso de que le sorprendiera la muerte. Y cada mañana ponía la taza boca arriba para aceptar el obsequio de un nuevo día. El monje vivía la vida día a día, reconociendo cada amanecer que constituía un regalo maravilloso, pero también estaba preparado para abandonar este mundo al final de cada jornada.

(Lou Marinoff)

miércoles, 26 de enero de 2011

La Ciega

Érase una vez una ciega que fue a visitar a una sanadora.

-¿Qué te pasa, hermosa mujer?, le preguntó la sanadora.

-Pues que Dios no me dio la vista, respondió la ciega.

-Toma este ungüento y póntelo en los ojos, le dijo la sanadora, porque no es justo que yo lo vea todo y tu con esos hermosos ojos no veas nada.

La ciega se puso el ungüento en los ojos y, a los pocos minutos, empezó a ver.

-¡Dios te bendiga, sanadora, porque me has ayudado a ver! A ver este hermoso cielo lleno de estrellas, a ver esta hermosa luna, a ver estos hermosos árboles, a ver este hermoso mar, a ver estas hermosas flores que tantas veces he olido e imaginado, a ver a esta maravillosa gente, a ver esta hermosa tierra. ¡Gracias por compartir conmigo la hermosura de tu mundo y el Amor con que vives!

Atónita se quedó la sanadora al contemplar la hermosura que le rodeaba y la ciega le describía, contestándole así:

-En verdad te digo, querida ciega, que más ciega que tú estaba yo... ¡y no lo sabía!

(Juan Latorre Navas)

Los dos hermanos


Dos hermanos viajaban juntos; hacia el mediodía tendiéronse en el bosque para descansar.

Cuando despertaron, vieron cerca de ellos una piedra, con una inscripción; la descifraron y esto fue lo que leyeron:

«Que quien encuentre esta piedra camine por el bosque hacia el Oriente; en su camino hallará un río; que lo atraviese; a la otra ribera verá a una osa con sus oseznos; que coja los oseznos y escape a la montaña sin volverse. Allí verá una casa, y en aquella casa encontrará la dicha.»

Entonces dijo el menor al mayor:

-Vamos juntos; quizá podamos atravesar el río, coger los oseznos, llevarlos a aquella casa y encontrar ambos la dicha.

Pero el mayor replicó:

-No iré en busca de los osos, ni te aconsejo que lo hagas. En primer lugar, porque nada prueba la veracidad de esta inscripción, que acaso sea una broma; en segundo, porque es muy posible que la hayamos leído mal; y en tercero, aun admitiendo que eso sea la verdad, pasaremos la noche en el bosque, no hallaremos el río y nos extraviaremos. Y aun cuando hallásemos el río, ¿podríamos pasarlo? Quizá sea muy ancho y su corriente rápida. Mas, dado que lo pasásemos, ¿crees cosa fácil apoderarse de los oseznos? La osa nos degollaría y en vez de la dicha, encontraríamos la muerte. Por otra parte, aunque consiguiéramos apoderarnos de los oseznos, no nos sería posible escapar sin que descansásemos sino hasta haber llegado a la montaña. Por último, allí no se ve qué dicha es la que se encuentra en aquella casa; quizá sea una dicha de la que nada podamos hacer.

Y el hermano menor repuso:

-No soy de tu opinión; sin objeto no se escribió eso en esta piedra. El sentido de la inscripción es claro y preciso. Desde luego, no hay que correr tan gran peligro. En segundo lugar, si no vamos nosotros podrá otro descubrir esta piedra, hallar la dicha en lugar nuestro y nosotros no obtendremos nada. Por otra parte, nada se consigue en el mundo sin esfuerzo. Y, además, yo no quiero pasar por cobarde.

A lo que dijo el hermano mayor:

-Sabes el proverbio: «La codicia rompe el saco», o aquel otro: «Más vale pájaro en mano que ciento en el aire.»

Replicó el menor:

-Y yo he oído decir: «Quien no se arriesga no pasa la mar», y también: «Bajo una piedra inmóvil no corre el agua.» Pero me parece que es hora de partir.

Marchó el menor y el otro se quedó.

Un poco más lejos, en el bosque, el menor encontró un río, lo atravesó, y junto a la orilla vio una osa que dormía; cogió los oseznos y sin volver la cabeza, echó a correr hacia la montaña.

En cuanto llegó a la cima, una multitud de gente salió a su encuentro y transportole a la ciudad, donde se le nombró rey.

Reinó cinco años; al sexto, otro soberano más fuerte que él, le declaró la guerra, se apoderó de la ciudad y le expulsó.

Entonces, el hermano menor erró de nuevo y volvió a la casa del mayor, que vivía pacíficamente en el campo, ni rico ni pobre.

Ambos hermanos sintieron mucho gusto contándose su vida.

-Bien ves -díjole el mayor- que yo estaba en lo cierto. He vivido sin sobresaltos, y tú, que fuiste rey, piensa cuán atormentada fue tu vida.

Respondió el menor:

-No deploro mi aventura del bosque; cierto que ahora ya no soy nada; pero tengo, para embellecer mi vejez, el corazón lleno de recuerdos, mientras que tú no los tienes.

(Leon Tolstoi)

Dos números menos


Un hombre entra en una zapatería, y un amable vendedor se le acerca:

- ¿En qué puedo servirle, señor?
- Quisiera un par de zapatos negros como los del escaparate.
- Cómo no, señor. Veamos: el número que busca debe ser... el cuarenta y uno. ¿Verdad?
- No. Quiero un treinta y nueve, por favor.
- Disculpe, señor. Hace veinte años que trabajo en esto y su número debe ser un cuarenta y uno. Quizás un cuarenta, pero no un treinta y nueve.
- Un treinta y nueve, por favor.
- Disculpe, ¿me permite que le mida el pie?
- Mida lo que quiera, pero yo quiero un par de zapatos del treinta y nueve.

El vendedor saca del cajón ese extraño aparato que usan los vendedores de zapatos para medir pies y, con satisfacción, proclama «¿Lo ve? Lo que yo decía: ¡un cuarenta y uno!».

- Dígame: ¿quién va a pagar los zapatos, usted o yo?
- Usted.
- Bien. Entonces, ¿me trae un treinta y nueve?

El vendedor, entre resignado y sorprendido, va a buscar el par de zapatos del número treinta y nueve. Por el camino se da cuenta de lo que ocurre: los zapatos no son para el hombre, sino que seguramente son para hacer un regalo.

- Señor, aquí los tiene: del treinta y nueve, y negros.
- ¿Me da un calzador?
- ¿Se los va a poner?
- Sí, claro.
- ¿Son para usted?
- ¡Sí! ¿Me trae un calzador?

El calzador es imprescindible para conseguir que ese pie entre en ese zapato. Después de varios intentos y de ridículas posiciones, el cliente consigue meter todo el pie dentro del zapato.

Entre ayes y gruñidos camina algunos pasos sobre la alfombra, con creciente dificultad.

- Está bien. Me los llevo.

Al vendedor le duelen sus propios pies sólo de imaginar los dedos del cliente aplastados dentro de los zapatos del treinta y nueve.

- ¿Se los envuelvo?
- No, gracias. Me los llevo puestos.

El cliente sale de la tienda y camina, como puede, las tres manzanas que le separan de su trabajo. Trabaja como cajero en un banco.

A las cuatro de la tarde, después de haber pasado más de seis horas de pie dentro de esos zapatos, su cara está desencajada, tiene los ojos enrojecidos y las lágrimas caen copiosamente de sus ojos.

Su compañero de la caja de al lado lo ha estado observando toda la tarde y está preocupado por él.

- ¿Qué te pasa? ¿Te encuentras mal?
- No. Son los zapatos.
- ¿Qué les pasa a los zapatos?
- Me aprietan.
- ¿Qué les ha pasado? ¿Se han mojado?
- No. Son dos números más pequeños que mi pie.
- ¿De quién son?
- Míos.
- No te entiendo. ¿No te duelen los pies?
- Me están matando, los pies.
- ¿Y entonces?
- Te explico -dice, tragando saliva-. Yo no vivo una vida de grandes satisfacciones. En realidad, en los últimos tiempos, tengo muy pocos momentos agradables.
- ¿Y?
- Me estoy matando con estos zapatos. Sufro terriblemente, es cierto... Pero, dentro de unas horas, cuando llegue a mi casa y me los quite, ¿imaginas el placer que sentiré? ¡Qué placer, tío! ¡Qué placer!

(Jorge Bucay)

jueves, 13 de enero de 2011

Mi alma gemela


Un día mi alma gemela y yo fuimos al templo a orar, cuando llegamos empezamos a buscar un lugar solitario. Mientras buscábamos encontramos un señor flaco, largo y de comportamiento estupido.

- Es el coloso – dijo mi alma gemela - vamonos de aquí, no podemos orar junto a él.

Y seguimos caminando en el templo, pero esta vez encontramos un señor pequeño y con los ojos verdes, hablaba alto sobre cosas, luego se alteraba.

- Es un pikachu – dijo mi alma gemela - vámonos de este lugar ante que nos vea.

Nos alejamos de allí y más adelante encontramos una mujer acariciando perros.

- Dios – Dijo mi alma gemela – Corramos a otro lugar, no quiero ser uno más de lo poco que he visto.

Y seguimos caminando en el templo en busca de un lugar solitario, pero esta vez encontramos un señor en cuclillas, soplaba hacia arriba luego se tapaba el rostro.

- Es un vividor – dijo mi alma gemela – Vámonos de aquí ante que nos ensucie la piel.

De modo que seguimos buscando un lugar solitario, pero esta vez encontramos un joven escribiendo. Después se paraba y rompía lo escrito.

- ¡No! – Gritó mi alma gemela – Es un fénix sin alas, sabe muy bien que morirá sin dejar huella alguna. Oremos en otro lugar.

Y seguimos caminando en busca de un lugar solitario para orarle a nuestro Dios, pero esta vez encontramos un joven escuchando música.

- Es el más peligroso de todo – dijo mi alma gemela – Tiene un conjuro. Vámonos ahora mismo de este lugar, no quiero vivir toda mi vida hablando tonterías.

Finalmente mi alma gemela y yo nos pusimos tristes por no encontrar un lugar solitario donde orar.

- Vámonos de este templo – Dijo finalmente mi alma gemela – Pues no hay ningún lugar solitario donde podamos orarle a nuestro Dios. No permitiré que el viento acaricie mi pelo...

(Eddy Batista)

lunes, 10 de enero de 2011

El colibrí y las flores



Hace muchísimos años, todos los pájaros tenían las plumas del color de la tierra. Eran todas iguales. En cambio las flores eran rojas, azules, amarillas, violetas, anaranjadas...

Un día el colibrí dijo:-¡Como me gustaría tener mis plumitas del color de las flores!

A los otros pájaros les pareció una gran idea y decidieron pedirle al dios Inti, el sol, que coloreara sus plumas como lo había hecho con las flores.

Y allá se fueron todos los pájaros, volando hacia el cielo. Algunos se quedaron porque les gustaban sus plumas del color de la tierra. Y el colibrí se quedo para cuidar a las flores, ya que no quería dejarlas solas. Los pájaros volaron y volaron, pero el sol estaba muy lejos. Nunca llegarían. Entonces, compadecido, el dios Inti juntó unas nubes e hizo llover. Luego, con uno de sus rayos formo un gran arco iris.
Los pájaros, felices, se revoloteaban entre los colores. Uno se zambulló en el rojo, otro en el amarillo. Algunos se salpicaban con varios colores. Otros metían la cabeza en un color y el cuerpo en otro. Pero todos quedaron preciosos. Y el colibrí también quedó precioso, porque aunque no pudo viajar, las flores agradecidas por su compañía le regalaron un pedacito de sus colores.

(De la red)