domingo, 22 de febrero de 2009

Lara y el pez


Incapaz de sentirse pez en el agua quiso ser hombre de piernas largas, nariz aguileña y heridas profundas. Movió sus aletas con todas sus fuerzas y así, sin más, logró salir del estanque.

Fue a dar contra el piso de mármol que rodeaba todo lo alguna vez conocido y tirado comprendió que sus branquias no funcionaban en la tierra.

Sus gritos llegaron a los oídos atentos de una niña caritriste que paseaba por el jardín. Lara, como siempre, se había soltado de la mano de su madre en el intento por descubrir aquello que sus ojos no le mostraban. Quiso ver sin ser vista pero, a cambio, oyó el pedido de auxilio. Lara dio vueltas sobre si misma intentando encontrar de donde venía el sonido, pero no halló a nadie cerca.

- ¡Estoy en el suelo!

Lara bajó la vista y se encontró con un pequeño pez dorado retorciéndose.

- Tirame al agua.

Lara dudó un segundo pero cumplió la orden: lo devolvió al agua y vio las pequeñas burbujas formarse mientras su nuevo amigo respiraba de nuevo. Antes de poder preguntarle si estaba bien, Lara escuchó a su mamá que la llamaba y miró alrededor. El jardín era en sus ojos una jungla: el piso de piedra fría se mezclaba con los árboles y de vez en cuando una estatua le hacía una mueca.

-¿Estás ahí? Me tengo que ir- la voz de Lara llegó al estanque distorsionada.

Del agua emergió solamente la boca de Pez. Lara lo escuchaba atenta, sus palabras sonaban cristalinas. Le contó que a pesar de que podía respirar perfectamente en el agua era incapaz de entenderle una sola palabra a los demás peces: nunca sabía adónde tenía que ir, como encontrar comida o hacerse amigo de alguna pececita. Sentía que allá arriba con esos seres capaces de moverse sin nadar podría ser feliz. Después de pensarlo mucho, muchísimo tiempo decidió saltar. El relato se estaba haciendo largo y la mamá de Lara se acercaba. Jamás pensó que lo lograría en el primer intento. El pececito aún hablaba, pero la mamá de Lara la había agarrado de la mano y se la llevaba rápido. La niña hizo un gesto que Pez no comprendió.

Rodeado otra vez de la misma agua sus aletas tristes se sintieron aún más tristes. Siempre había creído que el idioma que él hablaba y que los demás peces no podían entender era el de esos animales longilineos que los visitaban días tras día; ahora estaba seguro. Esos animales se acercaban (unos más, otros un poco menos) los miraban maravillados, les arrojaban algo que parecía comida y unos segundos más tarde se iban para no volver jamás. Ahora ella también se había ido.

Pensando en saltar, nunca imaginó que el aire allá arriba sería distinto. Se quedó esperando en un costado oscuro del estanque. Supuso que algún día aprendería a hablar el lenguaje de sus compañeros o que, quizás, un día el aire de allí abajo se volvería tan espeso como el de arriba y el ya no sería capaz de respirarlo.

Pasaron los minutos y el recuerdo de la niña de ojos triste y cabello alegre se le fue distorsionando, como si en verdad nunca hubiera saltado fuera del estanque. Decidió dormir.

Vio a esa misma niña ya mayor. La sintió a su lado, supuso que ella había sido capaz de encontrar una manera de hacerlo respirar fuera del agua. Quizás lo llevara en una bolsa. Al bajar la vista vio un par de piernas larguisimas y entendió que eran suyas. Caminaban de la mano por un lugar desconocido. El piso que pisaban sus pies recién adquiridos no era frío como el que conoció al salir del estanque. En cambio, su calor se deslizaba entre los dedos, algo rugoso, capaz hasta de lastimar la piel de sus talones. La punta de su nariz se despabiló de golpe, sintió la frescura que lo inundaba y olió por primera vez. Pero el olor a sal que lo rodeaba era distinto que el olor en las manos de ella y se sintió desconcertado.

- Es que estamos en la playa- dijo ella y nada más.

La luz de la Luna empezaba a iluminar la noche y dos jóvenes de piernas largas y hermosas caminaban de la mano. Pez la miró a los ojos y Lara le devolvió una mirada pícara. A lo lejos, el ruido de unos grillos, el croar de unos sapos y la risa de Lara mientras él le acariciaba el pelo y se dirigían al mar.

(Nadina Tahuil, Desde mí)

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Un cuento precioso en un blog mágico.

Anónimo dijo...

Es un cuento adorable. Una variación del habitual cuento de hadas. Me encantó el cuento y todo el blog.

Anónimo dijo...

Estimada dama de abril:

gracias por publicar mi texto en tu página.
No tengo problema que mis textos de publiquen y difundan (por el contrario, me enorgullece), pero lo único que pido es que se ponga una referencia a mi blog
http://nanu-desdemi.blogspot.com

en donde tengo publicados otros textos

y, en este caso, también la referencia a
La luna naranja que es el sitio en donde seleccionaron este texto.

Muchas gracias

Nadina Tauhil