martes, 31 de marzo de 2009

Canción de amor

Cierta vez, un poeta escribió una hermosa canción de amor. E hizo muchas copias y las envió a sus amigos y conocidos, hombres y mujeres, y también a una joven que había visto tan sólo una vez y que vivía más allá de las montañas. Y cuando pasaron dos o tres días vino un mensajero de parte de la joven, trayendo una carta. Y la carta decía:

"Déjame decirte que estoy profundamente conmovida por la canción de amor que escribiste para mí. Ven pronto y habla con mis padres para tratar los preparativos de la boda".

Y el poeta respondió, diciendo en su carta:

"Amiga mía, la canción que le envié no era sino una canción de amor brotada del corazón de un poeta, cantada por todo hombre y a cualquier mujer."

Y ella le escribió a su vez, diciendo:

"¡Hipócrita y mentiroso! ¡Desde hoy, hasta el día en que me entierren, odiaré a todos los poetas por su causa!"

(Gibrán Jalil Gibrán)

Aquel viejo, viejo vino




Hubo una vez un hombre rico muy orgulloso de su bodega y del vino que allí había; y también había una vasija con vino añejo guardada para alguna ocasión sólo conocida por él.

El gobernador del estado llegó a visitarlo, y aquél, luego de pensar, se dijo: "Esa vasija no se abrirá por un simple gobernador".

Y un obispo de la diócesis lo visitó, pero él dijo para sí: "No, no destaparé la vasija. Él no apreciará su valor, ni el aroma regodeará su olfato".

El príncipe del reino llegó y almorzó con él. Mas éste pensó: "Mi vino es demasiado majestuoso para un simple príncipe".

Y aún el día en que su propio sobrino se desposara, se dijo: "No, esa vasija no debe ser traída para estos invitados".

Y los años pasaron, y él murió siendo ya viejo, y fue enterrado como cualquier semilla o bellota.

El día después de su entierro tanto la antigua vasija de vino como las otras fueron repartidas entre los habitantes del vecindario. Y ninguno notó su antigüedad.

Para ellos, todo lo que se vierte en una copa es solamente vino.

(Gibrán Jalil Gibrán)

domingo, 29 de marzo de 2009

la Ratonera

Un ratón, mirando por un agujero en la pared vió a un granjero y a su esposa abriendo un paquete.Sintió emoción pensando qué era lo que contenía.
-¿Qué tipo de comida puede haber allí?-se preguntaba.
Quedó aterrorizado cuando descubrió que era una ratonera. Fue corriendo al patio de la granja a advertir a todos:
- Hay una ratonera en la casa, una ratonera en la casa!

La gallina, que estaba cacareando y escarbando, levantó la cabeza y dijo:
- Discúlpeme Sr. Ratón, yo entiendo que es un gran problema para usted, mas no me perjudica en nada, no me incomoda.

El ratón fué hasta el cordero y le dijo:
- Hay una ratonera en la casa, una ratonera!
- Discúlpeme Sr. Ratón, mas no hay nada que yo pueda hacer, solamente pedir por usted. Quédese tranquilo que será recordado en mis oraciones.

El ratón se dirigió entonces a la vaca, y la vaca le dijo:

- Pero acaso, estoy en peligro?… Pienso que no, es más estoy segura que no.
Entonces el ratón volvió a la casa, preocupado y abatido, para encarar a la ratonera del granjero.

Aquella noche se oyó un gran barullo, como el de una ratonera atrapando su víctima. La mujer del granjero corrió para ver lo que había atrapado. En la oscuridad, ella no vió que la ratonera atrapó la cola de una cobra venenosa. La cobra veloz mordió a la mujer. El granjero la llevó inmediatamente al hospital. Ella volvió con fiebre.
Todo el mundo sabe que para reconfortar a alguien con fiebre, nada mejor que una sopa. El granjero agarró su hacha y fué a buscar el ingrediente principal: la gallina.
Como la enfermedad de la mujer continuaba, los amigos y vecinos fueron a visitarla. Para alimentarlos, el granjero mató el cordero.
La mujer no mejoró y acabó muriendo.El granjero entonces vendió la vaca al matadero para cubrir los gastos del funeral.
Así que la próxima vez que escuches que alguien tiene un problema y creas que como no es tuyo, no le debes prestar atención…piénsalo dos veces.
(Anónimo)

viernes, 27 de marzo de 2009

La Carta


San Juan, puerto Rico
8 de marso de 1947

Qerida bieja:

Como yo le desia antes de venirme, aqui las cosas me van vién. Desde que llegé enseguida incontré trabajo. Me pagan 8 pesos la semana y con eso bivo como don Pepe el alministradol de la central allá.

La ropa aqella que quedé de mandale, no la he podido compral pues quiero buscarla en una de las tiendas mejores. Digale a Petra que cuando valla por casa le boy a llevar un regalito al nene de ella.

Boy a ver si me saco un retrato un dia de estos para mandálselo a uste.

El otro dia vi a Felo el ijo de la comai María. El está travajando pero gana menos que yo.

Bueno recueldese de escrivirme y contarme todo lo que pasa por alla.

Su ijo que la qiere y le pide la bendision.

Juan


Después de firmar, dobló cuidadosamente el papel ajado y lleno de borrones y se lo guardó en el bolsillo de la camisa. Caminó hasta la estación de correos más próxima, y al llegar se echó la gorra raída sobre la frente y se acuclilló en el umbral de una de las puertas. Dobló la mano izquierda, fingiéndose manco, y extendió la derecha con la palma hacia arriba.

Cuando reunió los cuatro centavos necesarios, compró el sobre y el sello y despachó la carta.

(José Luis González)

jueves, 26 de marzo de 2009

El gurú falaz


Las lluvias monzónicas habían llegado a la India. Era un día oscuro y llovía torrencialmente. Un discípulo corría para protegerse de la lluvia cuando lo vio su maestro y le increpó:
-Pero, ¿cómo te atreves a huir de la generosidad del Divino?, ¿por qué osas refugiarte del líquido celestial? Eres un aspirante espiritual y como tal deberías tener muy en cuenta que la lluvia es un precioso obsequio para toda la humanidad.

El discípulo no pudo por menos que sentirse profundamente avergonzado.

Comenzó a caminar muy lentamente, calándose hasta los huesos, hasta que al final llegó a su casa. Por culpa de la lluvia cogió un persistente resfriado.

Transcurrieron los días. Una mañana estaba el discípulo sentado en el balcón de su casa leyendo las escrituras. Levantó un momento los ojos y vio a su gurú corriendo tanto como sus piernas se lo permitían, a fin de llegar a algún lugar que lo protegiera de la lluvia.

-Maestro -le dijo-, ¿por qué huyes de las bendiciones divinas? ¿No eres tú ahora el que desprecias el obsequio divino? ¿Acaso no estás huyendo del agua celestial?

Y el gurú repuso:

-¡Oh, ignorante e insensato! ¿No tienes ojos para ver que lo que no quiero es profanarla con los pies?

(Cuento popular de la India)

miércoles, 25 de marzo de 2009

El espejo de Matsuyama

En Matsuyama, lugar remoto de la provincia japonesa de Echigo, vivía un matrimonio de jóvenes campesinos que tenían como centro y alegría de sus vidas a su pequeña hija. Un día, el marido tuvo que viajar a la capital para resolver unos asuntos y, ante el temor de su mujer por viaje tan largo y a un mundo tan desconocido, la consoló con la promesa de regresar lo antes posible y de traerle, a ella y a su hijita, hermosos regalos.
Después de una larga temporada, que a la esposa se le hizo eterna, vio por fin a su esposo de vuelta a casa y pudo oír de sus labios lo que le había sucedido y las cosas extraordinarias que había visto, mientras que la niña jugaba feliz con los juguetes que su padre le había comprado.

-Para ti -le dijo el marido a su mujer- te he traído un regalo muy extraño que sé que te va a sorprender. Míralo y dime qué ves dentro.

Era un objeto redondo, blanco por un lado, con adornos de pájaros y flores, y, por el otro, muy brillante y terso. Al mirarlo, la mujer, que nunca había visto un espejo, quedó fascinada y sorprendida al contemplar a una joven y alegre muchacha a la que no conocía. El marido se echó a reír al ver la cara de sorpresa de su esposa.

-¿Qué ves? -le preguntó con guasa.

-Veo a una hermosa joven que me mira y mueve los labios como si quisiera hablarme.

-Querida -le dijo el marido-, lo que ves es tu propia cara reflejada en esa lámina de cristal. Se llama espejo y en la ciudad es un objeto muy corriente.

La mujer quedó encantada con aquel maravilloso regalo; lo guardó con sumo cuidado en una cajita y sólo, de vez en cuando, lo sacaba para contemplarse.

Pasaba el tiempo y aquella familia vivía cada día más feliz. La niña se había convertido en una linda muchacha, buena y cariñosa, que cada vez se parecía más a su madre; pero ella nunca le enseñó ni le habló del espejo para que no se vanagloriase de su propia hermosura. De esta manera, hasta el padre se olvidó de aquel espejo tan bien guardado y escondido.

Un día, la madre enfermó y, a pesar de los cuidados de padre e hija, fue empeorando, de manera que ella misma comprendió que la muerte se le acercaba. Entonces, llamó a su hija, le pidió que le trajera la caja en donde guardaba el espejo, y le dijo:

-Hija mía, sé que pronto voy a morir, pero no te entristezcas. Cuando ya no esté con ustedes, prométeme que mirarás en este espejo todos los días. Me verás en él y te darás cuenta de que, aunque desde muy lejos, siempre estaré velando por ti.

Al morir la madre, la muchacha abrió la caja del espejo y cada día, como se lo había prometido, lo miraba y en él veía la cara de su madre, tan hermosa y sonriente como antes de la enfermedad. Con ella hablaba y a ella le confiaba sus penas y sus alegrías; y, aunque su madre no le decía ni una palabra, siempre le parecía que estaba cercana, atenta y comprensiva.

Un día el padre la vio delante del espejo, como si conversara con él. Y, ante su sorpresa, la muchacha contestó:

-Padre, todos los días miro en este espejo y veo a mi querida madre y hablo con ella.

Y le contó el regalo y el ruego que su madre la había hecho antes de morir, lo que ella no había dejado de cumplir ni un solo día.

El padre quedó tan impresionado y emocionado que nunca se atrevió a decirle que lo que contemplaba todos los días en el espejo era ella misma y que, tal vez por la fuerza del amor, se había convertido en la fiel imagen del hermoso rostro de su madre.

(Cuento japonés)

martes, 24 de marzo de 2009

El día en que el Olvido entró en crisis

Alguien encontró al Olvido cerca del mar, apartado del mundo y con una botella de ron a la que le faltaba la mitad. Se había cansado de trabajar para los demás y ahora buscaba un cambio radical en su vida. De hecho, era la primera vez que bebía alcohol. Bueno, en realidad, era la primera vez que bebía cualquier cosa. Había comprado una botella de ron en un ultramarinos en el que ni siquiera le habían pedido documentación. Cayó en la cuenta de que, si aparentaba la mayoría de edad, es que estaba haciéndose viejo. Ahí empezó su crisis de identidad, cuando se vio reflejado en las aguas de un estanque y no se reconoció. Había ejercido tantos años provocando toneladas de amnesia ajena, que aquella amnesia impregnada en sus dedos había llegado hasta sus labios y sin darse cuenta él había tomado su propia medicina, olvidando su rostro y el tiempo que llevaba ejerciendo de olvido…

Mientas el Olvido vagaba por el mundo sumido en esta crisis existencial, la gente había dejado de olvidar cosas. Los enfermos de Alzheimer habían experimentado una notable mejoría sin tratamiento alguno y empezaban a recordar cosas y situaciones que meses o años antes habían olvidado. Dejaron de tomar esos mejunjes que los mantenían fuera de la realidad como zoombies y parecían haber salido de una urna de cristal en la que hubiesen hibernado durante largos años. Así: Aurora, la señora de Martín, el viejo cartero del pueblo, fue sola a comprar los ingredientes de la paella que solía prepararle en otro tiempo a su marido. Cuando Juana, la dependienta del supermercado la vio aparecer, arreglada y con cara de haber vuelto a la vida, llamó al encargado para que viniera a echar un vistazo a la “resucitada". No podía salir de su asombro, al ver que Aurora caminaba sola, sin necesidad de la silla de ruedas que había usado en los últimos dos años y que preguntaba cortésmente por toda la familia de Juana, a la que conocía desde que era niña.

Al mismo tiempo, Guillermo, el chico que llevaba siete años preparando oposiciones para notario, esa mañana hizo el mejor examen oral de toda su vida. Misteriosamente, aunque estaba igual de nervioso y desesperanzado que en las seis ocasiones previas en que se había presentado, hoy recordaba todos los artículos del código penal al pie de la letra. De hecho, él mismo se sorprendió al ver al tribunal que lo examinaba, de pie, aplaudiendo sus respuestas.

Y en otro lugar del mundo, Lucía, viuda de un marinero, aquel día empezó a recordar cómo era Antonio cuando vivía y las cosas que le decía antes de embarcarse: “Recuerda Lucía, que si alguna vez mi barco no volviese…yo quisiera que fueses feliz con otro hombre…no me llores más que lo justo…y no olvides que mi corazón estará siempre contigo…”. Y desde aquel momento Lucía se secó las lágrimas por Antonio y se miró al espejo, después de no hacerlo durante más de dos años. Se retocó las cejas y el peinado, se puso un poco de carmín en los labios y se pellizcó las mejillas…y aquella tarde quedó con Paco, el maestro, para tomar café.

Y ése fue el día en que el Olvido entró en crisis y dejó su trabajo por un momento.

(La Dama)

sábado, 21 de marzo de 2009

Tres regalos

Cierta vez, en la ciudad de Becharre, vivía un amable príncipe, querido y honrado por todos sus súbditos.

Pero había un hombre, excesivamente pobre, que se mostraba amargo con el príncipe y movía continuamente su lengua, pestilente en sus censuras.

El príncipe lo sabía. Pero era paciente.

Por fin decidió considerar el caso. Y, una noche de invierno, un siervo del príncipe llamó a la puerta del hombre, cargando un saco de harina de trigo, un paquete de jabón y uno de azúcar.

-El príncipe te envía estos regalos como recuerdo -dijo el siervo.

Y el hombre se regocijó, pues creyó que las dádivas eran un homenaje del príncipe. Y, en su orgullo, fue en busca del obispo y le contó lo que el príncipe había hecho, agregando:

-¿No ve cómo el príncipe desea mi amistad?

-Pero el obispo respondió:

-¡Oh! Qué príncipe sabio y qué poco comprendes. Él habla por símbolos. La harina es para tu estómago vacío, el jabón para tu sucia piel y el azúcar para endulzar tu amarga lengua.

Desde aquel día en adelante, el hombre sintió vergüenza hasta de sí mismo, y su odio al príncipe se hizo mayor que nunca. Pero, a quien más odiaba era al obispo que interpretó la dádiva del príncipe.

Sin embargo, desde entonces guardó silencio

(Gibrán Jalil Gibrán)

El Hogar

La niña sólo tenía cuatro años, sus recuerdos, probablemente, ya se habían desvanecido y su madre, para concienciarle del cambio que les esperaría, la llevó a la cerca de alambre de espino; desde allí, de lejos, le enseñó el tren.
-¿No estás contenta? Ese tren nos llevará a casa.
-Y entonces, ¿qué pasará?
-Entonces ya estaremos en casa.
-¿Qué significa estar en casa? -preguntó la niña.
-El lugar donde vivíamos antes.
-¿Y qué hay allí?
-¿Te acuerdas todavía de tu osito? Quizás encontremos también tus muñecas.
-Mamá, ¿en casa también hay centinelas?
-No, allí no hay.
-Entonces, de allí... ¿se podrá escapar?

(De ISTVÁN ÖRKÉNY. En "Ojos de Aguja. Antología de Microcuentos").

Las Alas Son Para Volar

Cuando se hizo mayor, su padre le dijo: "Hijo mío, no todos nacemos con alas. Si bien es cierto que no tienes obligación de volar, creo que sería una pena que te limitaras a caminar teniendo las alas que el buen Dios te ha dado"
-Pero yo no sé volar- contestó el hijo.
-Es verdad… - dijo el padre. Y, caminando, lo llevó hasta el borde del abismo de la montaña.
-¿Ves, hijo? Éste es el vacío. Cuando quieras volar vas a venir aquí, vas a tomar aire, vas a saltar al abismo y, extendiendo las alas, volarás.
El hijo dudó.
-¿Y si me caigo?
-Aunque te caigas, no morirás. Sólo te harás algunos rasguños que te harán más fuerte para el siguiente intento- contestó el padre.

El hijo volvió al pueblo a ver a sus amigos, a sus compañeros, aquellos con los que había caminado toda su vida.

Los más estrechos de mente le dijeron: "¿Estás loco? ¿Para qué? Tu padre está medio loco… ¿Para qué necesitas volar? ¿Por qué no te dejas de tonterías? ¿Quién necesita volar?".
Los mejores amigos le aconsejaron: "¿Y si fuera cierto? ¿No será peligroso? ¿Por qué no empiezas despacio? Prueba a tirarte desde una escalera o desde la copa de un árbol. Pero… ¿desde la cima?".

El joven escuchó el consejo de quienes le querían. Subió a la copa de un árbol y, llenándose de coraje, saltó. Desplegó las alas, las agitó en el aire con todas sus fuerzas pero, desgraciadamente, se precipitó a tierra.

Con un gran chichón en la frente, se cruzó con su padre.
-¡Me mentiste! No puedo volar. Lo he probado y ¡mira el golpe que me he dado! No soy como tú. Mis alas sólo son de adorno.
-Hijo mío- dijo el padre -. Para volar, hay que crear el espacio de aire libre necesario para que las alas se desplieguen. Es como tirarse en paracaídas: necesitas cierta altura antes de saltar.
Para volar hay que empezar asumiendo riesgos.
Si no quieres, lo mejor quizás sea resignarse y seguir caminando para siempre.


(Del libro "Déjame que te cuente". JORGE BUCAY)

La Mirada del Amor

El rey estaba enamorado de Sabrina, una mujer de baja condición a la que había convertido en su última esposa.

Una tarde, mientras el rey estaba de cacería, llegó un mensajero para avisar de que la madre de Sabrina estaba enferma. Pese a que estaba prohibido usar el carruaje personal del rey, infracción que se pagaba con la cabeza, Sabrina subió al coche y corrió junto a su madre.

A su regreso, el rey fue informado de la situación.
-¿No es maravillosa? -dijo-. Esto es un verdadero amor filial. No le ha importado jugarse la vida para cuidar de su madre. ¡Es maravillosa!

Otro día, mientras Sabrina estaba sentada en el jardín del palacio comiendo fruta, llegó el rey. La princesa lo saludó y después le dio un mordisco al último melocotón que le quedaba en la cesta.
-¡Parecen bueno! -dijo el rey.
-Lo son -dijo la princesa. Y, alargando la mano, le cedió a su amado el último melocotón.
-¡Cuánto me ama! -comentó después el rey-. Renunció a su propio placer para darme el último melocotón de la cesta. ¿No es fantástica?

Pasaron algunos años y, a saber por qué, el amor y la pasión desaparecieron del corazón del rey.
Sentado junto a su amigo más íntimo, le decía: "Jamás se comportó como una reina. ¿Acaso no desafió mi prohibición utilizando mi carruaje? Es más, recuerdo que una vez me dio a comer una fruta mordida".

Si lo que ves se ajusta "a medida"
con la realidad que a ti más te conviene...
...¡desconfía de tus ojos!

(Del libro "Déjame que te cuente". JORGE BUCAY).

Las Lentejas





Un día, estaba Diógenes comiendo un plato de lentejas, sentado en el umbral de una casa cualquiera.

No había ningún alimento en toda Atenas más barato que el guiso de lentejas.

Dicho de otra manera, comer guiso de lentejas significaba que te encontrabas en una situación de máxima precariedad.

Pasó un ministro del emperador, y le dijo: "¡Ay, Diógenes! Si aprendieras a ser más sumiso y a adular un poco más al emperador, no tendrías que comer tantas lentejas".
Diógenes dejó de comer, levantó la vista, y mirando al acaudalado interlocutor intensamente, contestó: "Ay de ti, hermano. Si aprendieras a comer un poco de lentejas, no tendrías que ser sumiso y adular tanto al emperador".


(Del libro "Déjame que te cuente". JORGE BUCAY).

Ni un segundo antes de que llegue mi hora



Había una vez dos ranas que cayeron en un recipiente de nata.

Inmediatamente, se dieron cuenta de que se hundían: era imposible nadar o flotar demasiado tiempo en esa masa espesa como arenas movedizas. Al principio, las dos ranas patalearon en la nata para llegar al borde del recipiente. Pero era inútil, sólo conseguían chapotear en el mismo lugar y hundirse. Sentían que cada vez era más difícil salir a la superficie y respirar.

Una de ellas dijo en voz alta: "No puedo más. Es imposible salir de aquí. En esta materia no se puede nadar. Ya que voy a morir, no veo por qué prolongar este sufrimiento. No entiendo qué sentido tiene morir agotada por un esfuerzo estéril".

Dicho esto, dejó de patalear y se hundió con rapidez, siendo literalmente tragada por el espeso líquido blanco.

La otra rana, más persistente o quizá más tozuda, se dijo: "¡No hay manera! Nada se puede hacer para avanzar en esta cosa. Sin embargo, aunque se acerque la muerte, prefiero luchar hasta mi último aliento. No quiero morir ni un segundo antes de que llegue mi hora".

Siguió pataleando y chapoteando siempre en el mismo lugar, sin avanzar ni un centímetro, durante horas y horas.

Y de pronto, de tanto patalear y batir las ancas, agitar y patalear, la nata se convirtió en mantequilla.

Sorprendida, la rana dio un salto y, patinando, llegó hasta el borde del recipiente. Desde allí, pudo regresar a casa croando alegremente.

(Del libro "Déjame que te cuente". JORGE BUCAY).

martes, 17 de marzo de 2009

Los Tres Cofres



Érase una vez... que había un muchacho que heredó tres tesoros de su padre, cada uno de ellos en un arcón cerrado.

El primer arcón era grande y pesado. En él estaba escrita la palabra "TALENTOS", y estaba lleno de monedas de oro y plata, una fortuna con la que podía comprar el mundo.
El segundo aún era más grande y pesado. En él estaba grabada la palabra "COMPASIÓN" y estaba lleno de anillos mágicos. Cada anillo permitía a la persona que lo llevaba sentir las emociones de la persona o criatura que deseara
El tercero era el mayor de los tres y también el más pesado. En él estaba escrita la palabra "HONOR", pero el muchacho desconocía su contenido.

El chico tenía dos llaves, una para el arcón de los TALENTOS y otra para el de la COMPASIÓN. Pero su padre no le había dejado la llave del HONOR. Su padre le había dicho que debía usar los talentos y que la compasión era algo que siempre debía tener a mano y a plena disposición. El honor, le había dicho, es algo que suele desaprovecharse fácilmente. Para poseerlo, el muchacho debía encontrar por sí mismo la llave que abría el arcón.

El chico cogió el gran arcón de los talentos y lo gastó con cuidado.Por cada talento que gastaba recibía de un hombre el título de una parcela de tierra, y acabó poseyendo el mundo entero.

Después cogió el arcón más grande y pesado: el de la compasión. Uno tras otro se colocó todos los anillos en los dedos y pudo comprender las esperanzas y los temores de todas las personas y animales del mundo. Cuando hubo acabado, los amaba a todos y se convirtió en un gran gobernante.

Por último cogió el arcón del honor y buscó una llave para abrirlo. Dondequiera que fuese, ordenaba a sus sirvientes que llevaran todas las llaves que encontraran y que las probaran. Mucha gente lo instó a que rompiera el arcón y viera su contenido, pero el joven rechazó la sugerencia, porque la violencia no podía ser la llave del honor. Durante diez años dio la vuelta al mundo sin encontrar la llave del honor.

- Alguien la esconde - pensaba -, pero la encontraré.

Volvió a salir de su mundo, llevándose con él el arcón de la compasión. Cuando alguien se acercaba para darle más llaves se ponía un anillo para ver si sus corazones escondían alguna llave especial que le permitiera abrir el arcón. Muchos volvieron a insistir en que rompiera el arcón, pero el hombre, ya mayor, se negó. Volvió a viajar durante 20años más pero no consiguió encontrar la llave del arcón del honor.

- Poseo el mundo y los corazones de todos sus habitantes - pensaba -¿Como puede un hombre sin honor gobernar el mundo y sus corazones?.

Volvió a salir al mundo, llevándose consigo tambien el arcón de los talentos, lleno de heroicidades.

- No he encontrado la llave del honor y no puedo gobernar este mundo ni los corazones de su gente si no tengo honor - dijo a sus servidores,entregando a cada uno de ellos una parcela de tierra y un anillo mágico.

Muchos volvieron a insistir en que rompiera el arcón, pero el ancianose negaba constantemente. En los últimos 40 años había recorrido elmundo tres veces y ya era un hombre muy mayor. Ya sólo le quedaban tres arcones, dos de ellos vacíos y uno que no podía abrir.

- En una ocasión el mundo y toda la gente me pertenecieron. Ahora mis talentos han desaparecido, se me ha acabado la compasión y no tengo nada que dejarle a mi hijo, salvo este arcón que no puedo abrir.

Pero cuando tocó el arcón con la mano, éste se abrió y vió que en su interior había dos arcones cerrados. En uno estaba grabada la palabra "TALENTOS", y en el otro "COMPASIÓN", y cada uno tenía su llave puesta.

- Ahora lo entiendo -se dijo-. El honor no es algo que pueda gastarse o utilizarse, sino algo que hay que consevar. La clave del honor es conservarlo, siempre, y transmitírselo a tu hijo como herencia. ¡Como me alegro de no haberme cansado nunca de cargar con él y de no haberlo roto para conocer su contenido!.

Con mucho cuidado sacó los arcones de los TALENTOS y de la COMPASIÓN fuera, y al cerrar el del honor, vacio,el arcón volvió a pesar lo mismo que cuando tenía los dos arcones en su interior. Entonces hizo llamar asu hijo.

- Hijo, yo ya soy muy mayor y me gutaría darte estos tres tesoros...

(De la web:Can Rull City)

El fantasma

Esta es la historia de un joven que no podía dormir casi nunca puesto que un fantasma espectral le aparecía en sueños y le angustiaba revelándole todos los secretos más íntimos que él albergaba, demostrándole así que lo sabía todo acerca de él.
El joven estaba desesperado, hasta el punto que llegó a detestar el momento de acostarse pese al cansancio acumulado. Había visitado doctores y psicólogos, había confesado su problema a amigos, lo había intentado todo, pero sin resultados: el espectro seguía presentándose cada noche y le recordaba todos los rincones más íntimos y dolorosos.

Ya al borde de un colapso nervioso, decidió pedir auxilio de un célebre maestro zen que practicaba en la misma provincia. Fue a ver al maestro que le recibió amistosamente. Tras haberle explicado el dilema, el joven añadió: ” Ese fantasma lo sabe todo, absolutamente todo acerca de mí, ¡ incluso conoce mis pensamientos ! No puedo sustraerme a su dominio “. El maestro pensó que la solución no estaba fuera del alcance del chico y le sugirió que hiciera un trato con el fantasma. ” Esta noche, antes de acostarte -le dijo- coge un puñado de lentejas al azar y no las sueltes. Luego acuéstate y espera. Cuando el espectro se presente proponle un trato. Dile que si adivina cuántas lentejas tienes en la mano será para siempre tu dueño y que si no lo adivina deberá desaparecer para siempre. Vamos a ver que pasa “.

El chico procedió del modo que le aconsejo el maestro. Poco después de acostarse el fantasma apareció y le dijo: ” Sé que intentas librarte de mí. También sé que te has ido a ver aquel bobo del monje zen para que te ayude a echarme, pero tus esfuerzos no te servirán para nada “.” Bueno -respondió el joven- ya sabía que me habrías descubierto, así como supongo que indudablemente sabrás cuantas lentejas tengo en el puño “. El fantasma desapareció para no volver nunca jamás. Lo que no sabía el chico no lo podía saber su fantasma.

(Cuento zen)

Rutina

Había una vez un hombre muy pobre que vivía a la entrada de un profundo bosque. Apenas tenía para vivir y siempre se estaba quejando de su suerte miserable.

Una noche, cuando se disponía a cenar, alguien llamó a la puerta de su casa. Era un monje errante que le pidió alojamiento por esa noche. El hombre le acogió amablemente, compartió con él su humilde cena y luego le cedió su propia cama para que pasara la noche.

A la mañana siguiente, antes de partir, el monje le dijo:

— Has sido amable y hospitalario conmigo, por eso, en agradecimiento, te voy a confiar un tesoro. Delante mismo de la puerta de tu casa, ahí, en ese espeso bosque, vive un animal fabuloso que se llama Satori. Su vida transcurre en la copa de los árboles, allí come y duerme. El que consiga cazarlo no tendrá que preocuparse nunca más por nada; podrá conseguir todo lo que desee y vivirá en paz el resto de su vida.

El hombre se puso muy contento, y cuando el monje partió, fue al pueblo, compró un hacha e inmediatamente se puso a talar árboles.

"Con un poco de suerte -pensaba- lo sorprendo mientras duerme y antes de que se dé cuenta lo habré cazado".

Pero el animal Satori era muy sabio y muy viejo, y además poseía la facultad de leer el pensamiento; por eso, cada vez que el hombre se acercaba al árbol donde él estaba, captando sus intenciones, se trasladaba a otro árbol cualquiera.

Así pasó el tiempo. Cada vez que el hombre se acercaba, el animal Satori se cambiaba de árbol. El hombre había talado ya muchos árboles, y aprovechaba la madera para venderla como leña en el pueblo.

Así sus problemas económicos se habían solucionado. Llegó el día en que ni siquiera pensaba en el animal. Cortaba un árbol, recogía la madera y se iba. El animal Satori también había dejado de temerle. No captaba en él ningún pensamiento amenazador.

Una mañana, estaba el hombre como de costumbre cortando un árbol, cuando el animal Satori cayó a sus pies. Estaba durmiendo en la copa del árbol y no había podido detectar en la mente del hombre ni un solo pensamiento que le avisara de su presencia.

(Cuento zen)

sábado, 14 de marzo de 2009

El picador de piedra

Cuenta la leyenda que un humilde picador de piedra vivía resignado en su pobreza, aunque siempre anhelaba con deseo convertirse en un hombre rico y poderoso. Un buen día expresó en voz alta su deseo y cuál fue su sorpresa cuando vio que éste se había hecho realidad: se había convertido en un rico mercader.

Esto le hizo muy feliz hasta el día que conoció a un hombre aún más rico y poderoso que él. Entonces pidió de nuevo ser así y su deseo le fue también concedido. Al poco tiempo se cercioró de que debido a su condición se había creado muchos enemigos y sintió miedo.

Cuando vio cómo un feroz samurai resolvía las divergencias con sus enemigos, pensó que el manejo magistral de un arte de combate le garantizaría la paz y la indestructibilidad. Así que quiso convertirse en un respetado samurai y así fue.

Sin embargo, aún siendo un temido guerrero, sus enemigos habían aumentado en número y peligrosidad. Un día se sorprendió mirando al sol desde la seguridad de la ventana de su casa y pensó: "él si que es superior, ya que nadie puede hacerle daño y siempre está por encima de todas las cosas. ¡ Quiero ser el sol !".

Cuando logró su propósito, tuvo la mala suerte de que una nube se interpuso en su camino entorpeciendo su visión y pensó que la nube era realmente poderosa y así era como realmente le gustaría ser.

Así, se convirtió en nube, pero al ver cómo el viento le arrastraba con su fuerza, la desilusión fue insoportable. Entonces decidió que quería ser viento. Cuando fue viento, observó que aunque soplaba con gran fuerza a una roca, ésta no se movía y pensó: ¡ ella sí que es realmente fuerte: quiero ser una roca ! Al convertirse en roca se sintió invencible porque creía que no existía nada más fuerte que él en todo el universo.

Pero cuál fue su sorpresa al ver que apareció un picador de piedra que tallaba la roca y empezaba a darle la forma que quería pese a su contraria voluntad. Esto le hizo reflexionar y le llevó a pensar que, en definitiva, su condición inicial no era tan mala y que deseaba de nuevo volver a ser el picador de piedra que era en un principio.

(Dela web: Cuentos zen)

viernes, 13 de marzo de 2009

La fuerza del hambre

Esta historia transcurre en el Japón durante un período de hambre.
Un campesino que no tenía con qué alimentar a su familia se acuerda de la costumbre que promete una fuerte recompensa al que sea capaz de desafiar y vencer al maestro de una escuela de sable. Aunque no había tocado un arma en su vida, el campesino desafía al maestro más famoso de la región.

El día fijado, ante numeroso público, los dos hombres se enfrentan. El campesino, sin mostrarse nada impresionado por la reputación de su adversario, lo espera a pie firme, mientras que el maestro de sable, estaba un poco turbado por tal determinación.

— ¿Qué será este hombre?, piensa. Jamás ningún villano hubiera tenido el valor de desafiarme. ¿No será una trampa de mis enemigos?

El campesino, acuciado por el hambre, se adelanta resueltamente hacia su rival. El Maestro duda, desconcertado por la total ausencia de técnica de su adversario.

Finalmente, retrocede movido por el miedo. Antes incluso del primer asalto, el maestro siente que será vencido. Baja su sable y dice:

— Usted es el vencedor. Por primera vez en mi vida he sido abatido. Entre todas las escuelas de sable, la mía es la más renombrada. Es conocida con el nombre de “La que con un solo gesto da diez mil golpes”. ¿Puedo preguntarle, respetuosamente, el nombre de su escuela?

— La escuela del hambre –respondió el campesino.

(Cuento zen)

jueves, 12 de marzo de 2009

Lavar los platos






Cuando un monje le pidió a Tchao Tchú que le instruyera en el Zen, esté dijo:

—¿Has tomado tu desayuno?.

—Si, maestro, lo he tomado.

—Entonces, vete a lavar los platos.

Esta respuesta abrió súbitamente los ojos del monje a la verdad del Zen.

(Cuento zen)

Los tres príncipes

El discípulo miró al maestro en la profundidad de la tarde.

-Maestro, ¿es bueno para el sabio demostrar su inteligencia?
-A veces puede ser bueno y honorable permitir que los hombres te rindan honores.
-¿Sólo a veces?
- Otras puede acarrearle al sabio multitud de desgracias. Es lo que les sucedió a los tres príncipes de Serendip que utilizaron distraídamente su inteligencia. Habían sido educados por su padre, que era arquitecto del gran Sha de Persia, con los mejores profesores y ahora se encaminaban en un viaje hacia la India para servir al gran mogol, del que habían oído su gran aprecio por el Islam y la sabiduría. Sin embargo, tuvieron un percance en su camino.
-¿Qué les pasó?
- Una tarde como esta, caminaban rumbo a la ciudad de Kandahar, cuando uno de ellos afirmó al ver unas huellas en el camino: "Por aquí ha pasado un camello tuerto del ojo derecho".
-¿Cómo pudo adivinar semejante cosa con tanta exactitud?
-Había observado que la hierba de la parte derecha del camino, la que daba al río, y por tanto la más atractiva, estaba intacta mientras la de la parte izquierda, la que daba al monte y estaba más seca, estaba
consumida. El camello no veía la hierba del río.

- ¿Y los otros príncipes?
- El segundo, que era más sabio, dijo: "le falta un diente al camello".
- ¿Cómo podía saberlo?
- La hierba arrancada mostraba pequeñas cantidades masticadas y abandonadas.
- ¿Y el tercero?
- Era mucho más joven pero aun más perspicaz y, como es natural, en los hijos pequeños, más radical al estar menos seguro de sí mismo. Dijo: "El camello está cojo de una de las dos patas de atrás. La izquierda, seguro"
- ¿Cómo lo sabía?
- Las huellas eran más débiles en este lado.
- ¿Y ahí acabaron las averiguaciones?
- No. El mayor, picado en esta competencia, afirmó: Por mi puesto de arquitecto mayor del reino que este camello llevaba una carga de mantequilla y miel.
- Pero, eso es imposible de adivinar.
- Se había fijado en que en un borde del camino había un grupo de
hormigas que comía en un lado y en el otro se había concentrado un verdadero enjambre de abejas, moscas y avispas.
- Se trata de un difícil reto para los otros dos hermanos.

- El segundo hermano bajó de su montura y avanzó unos pasos. Era el más mujeriego del grupo por lo que no es extraño que afirmara: "En el camello iba montada una mujer". Y se puso rojo de excitación al pensar en el pequeño y grácil cuerpo de la joven, porque hacía días que habían salido de la ciudad de Djem y no habían visto ninguna mujer aun.
- ¿Cómo pudo saberlo?
- Se había fijado en unas pequeñas huellas de pies sobre el barro del costado del río.
- ¿Por qué había bajado? ¿Tenía sed?
- El tercer hermano, absolutamente herido en su orgullo de adolescente por la inteligencia de los dos mayores, afirmó: "Es una mujer que se encuentra embarazada, hermano. Tendrás que esperar un tiempo para cumplir tus deseos".
- ¿Eso es aun más difícil de saber.
- Se había percatado que en un lado de la pendiente había orinado pero se había tenido que apoyar con sus dos manos porque le pesaba el cuerpo al agacharse.
- Los tres hermanos eran muy listos.
- Sin embargo, su sabiduría les trajo muchas desgracias.
- ¿Por qué?
- Por su soberbia de jóvenes. Al acercarse a la ciudad, contemplaron un mercader que gritaba enloquecido. Había desaparecido uno de sus camellos y una de sus mujeres. Aunque estaba más triste por la pérdida de la carga que llevaba su animal y echaba la culpa a su joven esposa que también había desaparecido.
- ¿Era tuerto tu camello del ojo derecho?, le dijo el hermano mayor.
- Sí, le dijo el mercader intrigado.
- ¿Le faltaba algún diente?
- Era un poco viejo, dijo rezongando y se había peleado con un camello más joven.
- Estaba cojo de la pata izquierda trasera.
- Creo que sí, se le había clavado la punta de una estaca.
- Llevaba una carga de miel y mantequilla.
- Una preciosa carga, sí.
- Y una mujer.
- Muy descuidada por cierto, mi esposa.
- Qué estaba embarazada.
- Por eso se retrasaba continuamente con sus cosas. Y yo, pobre de mí, la dejé atrás un momento. ¿Dónde los habéis visto?
- No hemos visto jamás a tu camello ni a tu mujer, buen hombre, le dijeron los tres príncipes riéndose alegremente.

El discípulo también rió.

- Eran muy sabios.
- Sí, pero el buen mercader estaba muy irritado. Cuando los vecinos del mercado le dijeron que habían visto tres salteadores tras su camello y su mujer, los denunció.
- ¿Pero, ellos tenían razón?
- Los perdió su soberbia juvenil. Habían señalado todas esas características del camello con tanta exactitud que ninguno les creyó cuando afirmaron no haber visto jamás al camello. Y se habían reído del mercader,había muchos testigos. Fueron llevados a la cárcel y condenados a muerte ya que en Kandahar el robo de camellos es el peor delito, más que el rapto de esposas.

- Que triste destino para los sabios.
- La cosa no acabó tan mal. La esposa se había escapado y pudo llegar antes de que los desventaran en la plaza pública como era costumbre para castigar a los ladrones de camellos. El poderoso emir de Kandahar se divirtió bastante con la historia y nombró ministros a los tres príncipes.
Por cierto, que el segundo hermano se casó con la muchacha que estaba bastante harta del mercader.
- La sabiduría tiene su premio.
- La casualidad los salvó y aprendieron a ser mucho más prudentes a la hora de manifestar su inteligencia ante los demás.

(De la web: Tejiendo ideas)

El valor de las cosas

Vengo, maestro, porque me siento tan poca cosa que no tengo fuerzas para hacer nada. Me dicen que no sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y bastante tonto. ¿Cómo puedo mejorar? ¿Qué puedo hacer para que me valoren más?

El maestro, sin mirarlo, le dijo:

-Cuánto lo siento muchacho, no puedo ayudarte, debo resolver primero mi propio problema. Quizás después...- y haciendo una pausa agregó: - Si quisieras ayudarme tú a mí, yo podría resolver este tema con más rapidez y después tal vez te pueda ayudar.

-E...encantado, maestro - titubeó el joven, pero sintió que otra vez era desvalorizado y sus necesidades postergadas.

-Bien - asintió el maestro. Se quitó un anilloo que llevaba en el dedo pequeño de la mano izquierda y dándoselo al muchacho, agregó- toma el caballo que está allí afuera y cabalga hasta el mercado. Debo vender este anillo porque tengo que pagar una deuda. Es necesario que obtengas por él la mayor suma posible, pero no aceptes menos de una moneda de oro. Vete ya y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas.

El joven tomó el anillo y partió.

Apenas llegó, empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes. Estos lo miraban con algún interés, hasta que el joven decía lo que pretendía por el anillo.

Cuando el joven mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros le daban vuelta la cara y sólo un viejito fue tan amable como para tomarse la molestia de explicarle que una moneda de oro era muy valiosa para entregarla a cambio de un anillo. En afán de ayudar, alguien le ofreció una moneda de plata y un cacharro de cobre, pero el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro, y rechazó la oferta.

Después de ofrecer su joya a toda persona que se cruzaba en el mercado -más de cien personas- y abatido por su fracaso, monto su caballo y regresó.

Cuánto hubiera deseado el joven tener él mismo esa moneda de oro. Podría entonces habérsela entregado al maestro para liberarlo de su preocupación y recibir entonces su consejo y ayuda.

Entró en la habitación.

-Maestro -dijo- lo siento, no es posible conseguiir lo que me pediste. Quizás pudiera conseguir dos o tres monedas de plata, pero no creo que yo pueda engañar a nadie respecto del verdadero valor del anillo.

-Que importante lo que dijiste, joven amigo -contestó sonriente el maestro-. Debemos saber primero el verdadero valor del anillo. Vuelve a montar y vete al joyero. ¿Quién mejor que él, para saberlo? Dile que quisieras vender el anillo y pregúntale cuanto te da por él. Pero no importa lo que te ofrezca, no se lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo.

El joven volvió a cabalgar.

El joyero examinó el anillo a la luz del candil, lo miró con su lupa, lo pesó y luego le dijo:

-Dile al maestro, muchacho, que si lo quiere vender ya, no puedo darle más que 58 monedas de oro por su anillo.

-58 monedas??!-exclamó el joven.

-Sí -replicó el joyero- Yo sé que con tiempoo podríamos obtener por él cerca de 70 monedas, pero no sé... si la venta es urgente...

El Joven corrió emocionado a casa del maestro a contarle lo sucedido.

-Siéntate -dijo el maestro después de escucharlo-.. Tú eres como este anillo: una joya, valiosa y única. Y como tal, sólo puede evaluarte verdaderamente un experto. ¿Qué haces por la vida pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor?

Y diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo pequeño de su mano izquierda.

(Cuento zen)

En las manos del destino


Un gran general, llamado Nobunaga, había tomado la decisión de atacar al enemigo, a pesar de que sus tropas fueran ampliamente inferiores en número. Él estaba seguro que vencerían, pero sus hombres no lo creían mucho. En el camino, Nobunaga se detuvo delante de un santuario Shinto. Declaró a sus guerreros:

-Voy a recogerme y a pedir la ayuda de los kamis. Después lanzaré una
moneda. Si sale cara venceremos, si sale cruz perderemos. Estamos en las manos
del destino.

Después de haberse recogido unos instantes, Nobunaga salió del templo y arrojó una moneda. Salió cara. La moral de las tropas se inflamó de golpe. Los guerreros, firmemente convencidos de salir victoriosos combatieron con una intre-
pidéz tan extraordinaria que ganaron la batalla rápidamente.

Después de la victoria, el ayuda de campo del general le dijo:

-Nadie puede cambiar el destino. Esta victoria inesperada es una nueva prueba.

-¿Quién sabe? -respondió el general, al mismo tiempo que le enseñaba una moneda... trucada, que tenía cara en ambos lados.

(Cuento Zen)

miércoles, 11 de marzo de 2009

El Cielo y el Infierno

Un samurai fue a ver al Maestro Zen Hakuin y le preguntó:
¿Existe el cielo?¿Existe el infierno?¿Dónde están? ¿Por dónde puedo entrar? Era un guerrero. Los guerreros sólo conocen dos cosas: La vida y la muerte. Él no había venido a aprender ninguna doctrina; sólo quería saber donde estaban las puertas, para poder evitar el infierno y entrar en el cielo.
Hakuin le respondió de una manera que sólo un guerrero podía entender: ¿Quién eres?, le preguntó Hakuin.
Soy un samurai, le respondió el guerrero, hasta el emperador me respeta.
Hakuin se rió y contestó ¿Un Samurai, tú?. Pareces un mendigo.
El orgullo del samurai se sintió herido y la ira nublo su mente, olvidó para que había venido, desenvaino su espada con intención de matar a Hakuin cuando éste añadió:
Esta es la puerta del infierno. Esta espada, esta ira, este ego, te abren la puerta.
Inmediatamente el samurai entendió. Puso de nuevo la espada en su cinto y se inclino haciendo una reverencia ante el maestro. Hakuin dijo: Esta es la puerta del cielo.
La mente es el cielo, la mente es el infierno y la mente tiene la capacidad de convertirse en cualquiera de ellos. Pero la gente sigue pensando que existen en alguna parte, fuera de ellos mismos.

El cielo y el infierno no están al final de la vida, están aquí y ahora. A cada momento las puertas se abren... en un segundo se puede ir del cielo al infierno, del infierno al cielo.
Si buscas en tu interior, hallarás que todos tus pensamientos te están creando a ti y a tu vida. Crean tu infierno, crean tu cielo. Crean tu desgracia y tu alegría, lo negativo y lo positivo que hay en ti.

(Cuento Zen)

Los Dos Ángeles

Dos Angeles viajeros se pararon para pasar la noche en el hogar de una familia muy adinerada. La familia era ruda y no quiso permitirle a los Angeles que se quedaran en la habitación de huéspedes de la mansión. En vez de ser así, a los Angeles le dieron un espacio pequeño en el frío sótano de la casa. A medida que ellos preparaban sus camas en el duro suelo, el Angel más viejo vio un hueco en la pared y lo reparó. Cuando el Angel más joven preguntó ¿por qué?, el Angel más viejo le respondió;
Las Cosas no siempre son lo que parecen.
La siguiente noche, el par de Angeles vino a descansar en la casa de un señor y una señora, muy pobres, pero el señor y su esposa eran muy hospitalarios. Después de compartir la poca comida que la familia pobre tenía, la pareja le permitió a los Angeles que durmieran en su cama donde ellos podrían tener una buena noche de descanso. Cuando amaneció, al siguiente día, los Angeles encontraron bañados en lágrimas al Señor y a su Esposa. La única vaca que tenían, cuya leche había sido su única entrada de dinero, yacía muerta en el campo. El Angel más joven estaba furioso y preguntó al Angel más viejo, ¿cómo pudiste permitir que esto hubiera pasado? El primer hombre lo tenía todo, sin embargo tú lo ayudaste; el Angel más joven le acusaba. La segunda familia tenía muy poco, pero estaba dispuesta a compartirlo todo, y tú permitiste que la vaca muriera.
Las Cosas no siempre son lo que parecen.
le replicó el Angel más viejo. Cuando estábamos en aquel sótano de la inmensa mansión, yo noté que había oro almacenado en aquel hueco de la pared. Debido a que el propietario estaba tan obsesionado con avaricia y no dispuesto a compartir su buena fortuna, yo sellé el hueco, de manera tal que nunca lo encontraría. Luego, anoche mientras dormíamos en la cama de la familia pobre, el ángel de la muerte vino en busca de la esposa del agricultor. Y yo le di a la vaca en su lugar.
Las Cosas no siempre son lo que parecen.

(Cuento Zen)

lunes, 9 de marzo de 2009

La Fábula del Pendejo


Se cuenta que en una ciudad del interior, un grupo de personas se divertía con el tonto del pueblo, un pobre infeliz, de poca inteligencia, que vivía haciendo pequeños mandados y limosnas.

Diariamente algunos hombres llamaban al tonto al bar donde se reunían y le ofrecían escoger entre dos monedas: una de tamaño grande de 400 reales y otra de menor tamaño, pero de 2000 reales.

Él siempre cogía la más grande y menos valiosa, lo que era motivo de risa para todos.

Un día, alguien que observaba al grupo divertirse con el inocente hombre, le llamó aparte y le preguntó si todavía no había percibido que la moneda de mayor tamaño valía menos y este le respondió: lo sé, no soy tan tonto. Esa vale cinco veces menos, pero el día que escoja la otra, el jueguito acaba y no voy a ganar más mi moneda.

Esta historia podría concluir aquí, como un simple chiste, pero se pueden sacar varias conclusiones:

La primera: Quien parece tonto, no siempre lo es.
La segunda: ¿Cuáles eran los verdaderos tontos de la historia?
La tercera: Una ambición desmedida puede acabar cortando tu fuente de ingresos.

Pero la conclusión más interesante es:
Podemos estar bien, aun cuando los otros no tengan una buena opinión sobre nosotros mismos.
Por lo tanto, lo que importa no es lo que piensan de nosotros, sino lo que uno piensa de sí mismo.
El verdadero hombre inteligente es el que aparenta ser pendejo delante de un tonto que aparenta ser inteligente..

(Leyenda mexicana)

Los tres hijos del maestro



En una aldea del lejano oriente, vivía un viejo anciano maestro de artes marciales, que tenía 3 hijos. Un día, el anciano paseaba junto al rio, cuando de repente se encontró con un viejo amigo que no veía hacía mucho tiempo. Ambos se saludaron, y el amigo le preguntó.- Y tus hijos ? Cómo están ? - El anciano le dijo, pues bien, pero lo mejor será que pases por casa y lo veas tu mismo.
Fueron hasta su hulmide casa, y el anciano, entró en una pequeña habitación con su amigo, acomodó a su invitado y le dijo: Los llamaré para que veas como van en la vida. Para ello, el anciano colocó un cuenco de agua sobre la puerta entreabierta, para que al entrar los hijos, se le volcara el agua sobre ellos.
Una vez todo preparado llamó a su hijo pequeño, y gritó, Zei ven por favor!.- Zei, acudió velozmente y abrió la puerta de sopetón, al ver que el cuenco se le caía encima, le dio tiempo de sacar su catana, partir el cuenco en dos, y no mojarse. El amigo, quedó mudo de asombro, y le dijo al padre ¿ qué hijo es este ?, el anciano le dijo, es Zei, el pequeño...todo un desastre.
El anciano, preparó la misma operación del cuenco, y esta vez llamó a Chin, y dijo... Chin, ven por favor!. El hijo acudió con paso firme y decidido y al entrar en la habitación, vio como el cuenco se le caía encima, pero lo esquivó con rapidez, y el cuenco se estrelló sobre el suelo. El amigo, también quedó sorprendido de sus reflejos, y preguntó ¿ y este quién es ?. El anciano le dijo, es Chin, mi hijo mediano, y la verdad es que va por buen camino. Hizo el maestro la misma operación con el cuenco y llamó a Kayto. -Kayto ven por favor ! A esto, el hijo que había escuchado al padre, acudió sin demora, al llegar a la puerta entreabierta, vio el cuenco, lo sostuvo con sus manos y entró en la habitación, volviendo a dejar el cuenco en su lugar, sobre la puerta. El amigo... no sabía que decir, quedó extrañado, y volvió a decir ¿ quién es este ?, el anciano dijo, este es Kayto, mi hijo mayor, él es ya un maestro.

(Leyenda Zen)