Luca pasó sus años de juventud estudiando e inventando por igual. Cada nueva idea la convertía en un invento, y si algo no lo comprendía, buscaba quien le ayudara a comprenderlo. Pronto conoció otros jóvenes, brillantes inventores también, a los que contó los secretos y maravillas de la Isla de los Inventos. También ellos soñaban con recibir "la carta", como ellos llamaban a la invitación. Con el paso del tiempo, la decepción por no recibirla dio paso a una colaboración y ayuda todavía mayores, y sus interesantes inventos individuales pasaron a convertirse en increíbles máquinas y aparatos pensados entre todos. Reunidos en casa de Luca, que acabó por convertirse en un gran almacén de aparatos y máquinas, sus invenciones empezaron a ser conocidas por todo el mundo, alcanzando a mejorar todos los ámbitos de la vida; pero ni siquiera así recibieron la invitación para unirse al club.
No se desanimaron. Siguieron aprendiendo e inventando cada día, y para conseguir más y mejores ideas, acudían a los jóvenes de más talento, ampliando el grupo cada vez mayor de aspirantes a ingresar en la isla. Un día, mucho tiempo después, Luca, ya anciano, hablaba con un joven brillantísimo a quien había escrito para tratar de que se uniera a ellos. Le contó el gran secreto de la Isla de los Inventos, y de cómo estaba seguro de que algún día recibirían la carta. Pero entonces el joven inventor le interrumpió sorprendido:
- ¿cómo? ¿pero no es ésta la verdadera Isla de los Inventos? ¿no es su carta la auténtica invitación?
Y anciano como era, Luca miró a su alrededor para darse cuenta de que su sueño se había hecho realidad en su propia casa, y de que no existía más ni mejor Isla de los Inventos que la que él mismo había creado con sus amigos. Y se sintió feliz al darse cuenta de que siempre había estado en la isla, y de que su vida de inventos y estudio había sido verdaderamente feliz.
(De la web: Cuentos para dormir)
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