domingo, 25 de enero de 2009

Los Malos Vecinos

Había una vez un hombre que salió un día de su casa para ir al trabajo, y justo al pasar por delante de la puerta de la casa de su vecino, sin darse cuenta se le cayó un papel importante. Su vecino, que miraba por la ventana en ese momento, vio caer el papel, y pensó:
- ¡Qué descarado, el tío va y tira un papel para ensuciar mi puerta, disimulando descaradamente!
Pero en vez de decirle nada, planeó su venganza, y por la noche vació su papelera junto a la puerta del primer vecino. Este estaba mirando por la ventana en ese momento y cuando recogió los papeles encontró aquel papel tan importante que había perdido y que le había supuesto un problemón aquel día. Estaba roto en mil pedazos, y pensó que su vecino no sólo se lo había robado, sino que además lo había roto y tirado en la puerta de su casa. Pero no quiso decirle nada, y se puso a preparar su venganza. Esa noche llamó a una granja para hacer un pedido de diez cerdos y cien patos, y pidió que los llevaran a la dirección de su vecino, que al día siguiente tuvo un buen problema para tratar de librarse de los animales y sus malos olores. Pero éste, como estaba seguro de que aquello era idea de su vecino, en cuanto se deshizo de los cerdos comenzó a planear su venganza.
Y así, uno y otro siguieron fastidiándose mutuamente, cada vez más exageradamente, y de aquel simple papelito en la puerta llegaron a llamar a una banda de música, o una sirena de bomberos, a estrellar un camión contra la tapia, lanzar una lluvia de piedras contra los cristales, disparar un cañón del ejército y finalmente, una bomba-terremoto que derrumbó las casas de los dos vecinos...
Ambos acabaron en el hospital, y se pasaron una buena temporada compartiendo habitación. Al principio no se dirigían la palabra, pero un día, cansados del silencio, comenzaron a hablar; con el tiempo, se fueron haciendo amigos hasta que finalmente, un día se atrevieron a hablar del incidente del papel. Entonces se dieron cuenta de que todo había sido una coincidencia, y de que si la primera vez hubieran hablado claramente, en lugar de juzgar las malas intenciones de su vecino, se habrían dado cuenta de que todo había ocurrido por casualidad, y ahora los dos tendrían su casa en pie...
Y así fue, hablando, como aquellos dos vecinos terminaron siendo amigos, lo que les fue de gran ayuda para recuperarse de sus heridas y reconstruir sus maltrechas casas.

(De la web: Cuentos para dormir)

El Ladrón de Pelos

Valeria era una niña muy preocupada por su papá. Desde hacía algún tiempo, había visto que se estaba quedando calvo, y que cada vez tenía menos pelo. Un día, se atrevió a preguntárselo:

- Papá, ¿por qué cada día tienes menos pelo?

Su papá le dijo sonriente:
- Es por el ladrón de pelos. Hay por esta zona un ladronzuelo chiquitito que visita mi cabeza por las noches cuando estoy dormido, y me quita todos los pelos que le da gana. ¡Y no hay forma de atraparlo!

Valeria se quedó preocupada, pero decidida a ayudar a su papá, aquella misma noche aguantó despierta tanto como pudo. Cuando oyó los primeros ronquidos de su padre, agarró una gran maza y se fue a la habitación de sus padres. Entró muy despacito, sin hacer ruido, para que el ladrón de pelos no pudiera sentirla, y cuando llegó junto a su papá, se quedó observando detenidamente su cabeza, decidida a atrapar al ladrón de pelos en cuanto apareciera. Al poco, vio una una sombra sobre la cabeza, y con todas las fuerzas que tenía, lanzó el porrazo más fuerte que pudo.

¡Menudo golpe! Su papá pegó un enorme grito y se levantó de un salto, con un enorme chichón en la cabeza y un buen susto en el cuerpo. Al encerder la luz, se encontró con Valeria de frente, con la mano en alto sujetando la maza, y diciendo:

- ¡Casi lo tenía! papá. ¡Creo que le he dado, pero el ladrón de pelos se ha escapado!

Al oir eso, y ver al papá con la cabeza bien dolorida, la mamá comenzó a reirse:

- Eso te pasa por contarle tonterías a la niña - dijo divertida.

Y el padre de Valeria tuvo que explicarle que no existía ningún ladrón de pelos, y contarle la verdad de por qué se quedaba calvo. Y así, con la ayuda de un gran chichón en su cabeza, comprendió lo importante que era no engañar a los niños y contarles siempre la verdad. Y Valeria, que seguía preocupada por su papá, dejó de buscar ladrones de pelos, y le compró un bonito gorro de dormir.

(De la web: Cuentos para dormir)

El Mejor Guerrero del Mundo

Caucasum era un joven valiente, experto espadachín, que soñaba con convertirse en el mejor guerrero del mundo. En todo el ejército no había quien le venciera en combate, y soñaba con convertirse en el gran general, sucediendo al anciano cobardón que ocupaba el puesto. El rey le apreciaba mucho, pero el día que le contó su sueño de llegar a ser general, le miró con cierto asombro y le dijo:

- Tu deseo es sincero, pero no podrá ser. Aún tienes mucho que aprender.

Aquello fue lo peor que le podía pasar a Caucasum, que se enfureció tanto que abandonó el palacio, decidido a aprender todas las técnicas de lucha existentes. Pasó por todo tipo de gimnasios y escuelas, mejorando su técnica y su fuerza, pero sin aprender nuevos secretos, hasta que un día fue a parar a una escuela muy especial, una gris fortaleza en lo alto una gran montaña. Según le habían contado, era la mejor escuela de guerreros del mundo, y sólo admitían unos pocos alumnos. Por el camino se enteró de que el viejo general había estudiado allí y marchó decidido a ser aceptado y aprender los grandes secretos de la guerra.

Antes de entrar en la fortaleza le obligaron a abandonar todas sus armas. "No las necesitarás más. Aquí recibirás otras mejores". Caucasum, ilusionado, se desprendió de sus armas, que fueron arrojadas inmediatamente a un foso por un hombrecillo gris. Uno de los instructores, un anciano serio y poco hablador, acompañó al guerrero a su habitación, y se despidió diciendo "en 100 días comenzará el entrenamiento".
¡100 días! Al principio pensó que era una broma, pero pudo comprobar que no era así. Los primeros días estaba histérico y nervioso, e hizo toda clase de tonterías para conseguir adelantar el entrenamiento. Pero no lo consiguió, y terminó esperando pacientemente, disfrutando de cada uno de los días.
El día 101 tuvieron la primera sesión. "Ya has aprendido a manejar tu primera arma: la Paciencia", comenzó el viejo maestro. Caucasum no se lo podía creer, y soltó una breve risa. Pero el anciano le hizo recordar todas las estupideces que había llegado a hacer mientras estaba poseido por la impaciencia, y tuvo que darle la razón. "Ahora toca aprender a triunfar cada batalla". Aquello le sonó muy bien a Caucasum, hasta que se encontró atado a una silla de pies y manos, subido en un pequeño pedestal, con decenas de aldeanos trepando para tratar de darle una paliza. Tenía poco tiempo para actuar, pero las cuerdas estaban bien atadas y no pudo zafarse. Cuando le alcanzaron, le apalearon.

El mismo ejercicio se repitió durante días, y Caucasum se convenció de que debía intentar cosas nuevas. Siguió fallando muchas veces, hasta que cayó en la cuenta de que la única forma de frenar el ataque era acabar con la ira de los aldeanos. Los días siguientes no dejó de hablarles, hasta que consiguió convencerles de que no era ninguna amenaza, sino un amigo. Finalmente, fue tan persuasivo, que ellos mismos le libraron de sus ataduras, y trabaron tal amistad que se ofrecieron para vengar sus palizas contra el maestro. Era el día 202.

-"Ya controlas el arma más poderosa, la Palabra, pues lo que no pudieron conseguir ni tu fuerza ni tu espada, lo consiguió tu lengua".

Caucasum estuvo de acuerdo, y se preparó para seguir su entrenamiento.
"Esta es la parte más importante de todas. Aquí te enfrentarás a los demás alumnos". El maestro le acompaño a una sala donde esperaban otros 7 guerreros. Todos parecían fuertes, valientes y fieros, como el propio Caucasum, pero en todos ellos se distinguía también la sabiduría de las dos primeras lecciones.
"Aquí lucharéis todos contra todos, triunfará quien pueda terminar en pie". Y así, cada mañana se enfrentaban los 7 guerreros. Todos desarmados, todos sabios, llamaban al grupo de fieles aldeanos que conquistaron en sus segundas pruebas, y trataban de influir sobre el resto, principalmente con la palabra y haciendo un gran uso de la paciencia. Todos urdían engaños para atacar a los demás cuando menos lo esperasen, y sin llegar ellos mismos a lanzar un golpe, dirigían una feroz batalla...
Pero los días pasaban, y Caucasum se daba cuenta de que sus fuerzas se debilitaban, y sus aldeanos también. Entonces cambió de estrategia. Con su habilidad de palabra, renunció a la lucha, y se propuso utilizar sus aldeanos y sus fuerzas en ayudar a los demás a reponerse. Los demás agradecieron perder un enemigo que además se brindaba a ayudarles, y recrudecieron sus combates. Mientras, cada vez más aldeanos se unían al grupo de Caucasum, hasta que finalmente, uno de los 7, llamado Tronor, consiguió triunfar sobre el resto. Tan sólo habían resistido unos pocos aldeanos junto a él. Cuando terminó y se disponía a salir triunfante, el maestro se lo impidió diciendo: "no, sólo uno puede quedar en pie".
Tronor se dirigió con gesto amenazante hacia Caucasum, pero éste, adelantándose, dijo:

- ¿De veras quieres luchar?. ¿No ves que somos 50 veces más numerosos? Estos hombres lo entregarán todo por mi, les he permitido vivir libres y en paz, no tienes ninguna opción.

Cuando dijo esto, los pocos que quedaban junto a Tronor se pusieron del lado de Caucasum. ¡Había vencido!

El maestro entró entonces con una sonrisa de oreja a oreja: "de todas las grandes armas, la Paz es la que más me gusta. Todos se ponen de su lado tarde o temprano". El joven guerrero sonrió. Verdaderamente, en aquella escuela había conocido armas mucho más poderosas que todas las anteriores.
Días después se despidió dando las gracias a su maestro, y volvió a palacio, dispuesto a disculparse ante el rey por su osadía. Cuando este le vio acercarse tranquilamente, sin escudos ni armas, sonriendo sabia y confiadamente, le saludó:

- ¿que hay de nuevo, General?

(De la web: Cuentos para dormir)

sábado, 24 de enero de 2009

La Princesa de Azúcar


Érase una vez,un país de turrón, con árboles de chocolate, lámparas de bombón y flores de anís donde vivía una hermosa princesa de azúcar, que siempre estaba en su castillo de gominolas esperando al apuesto príncipe que habría de llegar un día a medianoche, a la hora donde las manecillas del reloj se juntan.

La princesa de azúcar soñaba con la llegada de su príncipe azul, pero cada día que se asomaba al balcón lo único que podía ver era a doce brujas que salían cada noche buscando a los glotones que habían en el país del turrón, así que la princesa desde lejos observaba molesta como las brujas volaban por todo el castillo.

Y cada noche una bruja se trataba de acercar al balcón de la princesa. Monse, que era su nombre, adoraba los pasteles y las tazas de chocolate caliente y pensaba que las brujas la querían llevar por sus abusos con los dulces. Así que cada que la bruja se acercaba a su balcón ella mandaba guardianes porque tenía miedo de que le hiciera daño.

Un día Corín, la galleta de nuez, le pregunto a la princesa que porqué no dejaba que la bruja le hablara y así conocería qué era lo que deseaban de ella,a lo que la princesa le respondió:

– "Esas brujas son muy feas, y aún más la que se acerca a mi balcón. Además una princesa tan bella como yo no debe dejarse ver con una bruja horrorosa.

La princesa Monse era muy bonita y dulce (nunca mejor dicho), pero también era elitista y glotona. Ella sabía de su debilidad con los dulces, así que temía que las brujas un día se la llevaran y por ello no dejaba que se le acercaran, por eso ordenaba a sus guardias y soldados que la protegieran manteniendo lejos a estos personajes.

Y así paso el tiempo, muchos años, pero el príncipe no llegaba, la princesa Monse desolada lloraba cada noche, y sumida en su amargura, su corazón fue volviéndose cada vez más amargo.

Un día al ver su soledad no lo pudo soportar más, y echó la culpa a las brujas que seguían rodando cada noche el castillo. Así que llena de ira, mando capturar a las doce brujas, ayudada por dragones y las metió en el calabozo de su castillo.

Estando la princesa en sus aposentos, Corín fue a llevarle un pastel de fresa y una jarra de chocolate caliente para beber:

- Princesa, te traigo pastel y chocolate para que meriendes-.

Ella que estaba muy triste, se comió todo el pastel de una vez y en lugar de tomar sólo una taza de chocolate se bebió todo lo que había en la jarra.

Corín asombrada exclamó:

- ¡¡¡Princesa!!! –

Y la princesa enfrascada en sus pensamientos le dijo:

- No entiendo por qué, si ya cautive a las brujas que impedían que mi hermoso príncipe se acercará, el príncipe no ha venido a por mí.

Dicho esto empezó a llorar y de pronto pensó que tal vez las brujas habían hechizado el castillo y por eso el príncipe no la encontraba. Así que decidió mandar a la hoguera a las brujas.

- ¡¡¡¡Pero Princesa!!! -exclamó de nuevo Corín- ¿dónde las va a quemar?.Con la hoguera El País de Turrón y todos los que habitamos en él podemos derretirnos...

Ella, que estaba muy molesta, dijo entonces: "Tendré que encerrarlas para siempre y mandarlas a la oscuridad para toda la eternidad".

Y así sucedió.

Pasaron los años y la princesa de azúcar ya estaba envejeciendo. Sus brillantes ojos estaban desmoronándose y ya no le apetecía comer pasteles y chocolates. Se sentía triste y confundida pues su príncipe azul nunca llegó.

Pero un buen día, bajó a ver a las brujas para preguntarles qué hechizo poderoso habían hecho. Tenía curiosidad de saber por qué su príncipe no había llegado al castillo a por ella, y por qué ellas si, aparentemente eran tan poderosas con su magia, aún no se habían liberado del encierro.

Cuando llegó al calabozo donde se encontraban, sintió mucho miedo pues recordaba lo feas que eran, pero su curiosidad fue más grande, así que decidió abrir la puerta rápidamente, y ahí estaban, las doce brujas. Al verla se rieron de ella pues ya no era reluciente como la Luna, y ya más bien era un nudo de azúcar. Ella se sintió tan mal de que las brujas se burlasen que decidió retirarse.

Otro día decidió nuevamente ir a verlas para salir de su duda, y estando ahí les preguntó:

- Brujas malvadas,¿qué poderoso hechizo habéis lanzado sobre mí y mi castillo, que mi príncipe azul nunca llegó?.¿Qué habéis hecho para alejar a mí al príncipe?

La bruja que se acercaba siempre a su balcón le contestó.

- Princesa,creo que has sido tú misma la que has alejado a tu príncipe, y has confundido belleza y fealdad.

La princesa no entendía nada de lo que la bruja le decía, así que pidió que fuera más explícita. La bruja la miró con compasión y le dijo:

- Princesa no te fijes en las apariencias,sino en el interior,y no confundas Belleza y Fealdad para que puedas estar con tu príncipe.

Al no entender ni una sola palabra de lo que la bruja le decía se fue del calabozo muy molesta y estando en su habitación no dejaba de llorar pensando que ya nada tendría solución.

Entonces mandó llamar a Corín para contarle lo que las brujas le dijeron, y con mucha desilusión le dijo:

– Creo que me iré a un lugar diferente, a otro país donde no me derrita y pueda estar tranquila, ya no esperare más al príncipe, y ya no tiene sentido tener a las brujas cautivadas, porque no han hecho nada malo, sólo ser lo que son: brujas. Las brujas hacen hechizos y éso es lo que hicieron, así que no hay nada malo en ellas. Además los glotones han aumentado en el país y yo me he convertido en una horrible glotona. Ya no soy una digna princesa de azúcar. Por otro lado las brujas son feas por fuera pero parece que son bellas por dentro. Han aceptado mi reprimenda con humildad y no han tratado de escapar del feo destino que les asigné. Así que voy personalmente a liberarlas.

Estando la princesa en las escaleras, pensó nuevamente lo que la bruja le dijo:

-"No debo confundir belleza y fealdad. Ellas aparentemente son feas pero en realidad son de buen corazón y con belleza interna. A lo mejor,el príncipe vió como las traté y conoció mi horrible corazón".

Las brujas liberadas se sintieron muy felices y en muestra de agradecimiento hicieron un hechizo para volver atrás el tiempo, lo que hizo regresar al principio, y así la princesa tuvo otra oportunidad para encontrar a su príncipe.

La princesa de azúcar soñaba de nuevo con la llegada de su príncipe. Pero cada día que se asomaba al balcón lo único que podía ver era a las 12 brujas que salían cada noche para buscar a los glotones que estaban en el País del Turrón. Así que la princesa desde lejos observaba contenta como las brujas volaban por todo el castillo.

Y cada noche una bruja se trataba de acercar al balcón de la princesa. Monse que ya no les tenía miedo,dejó que esa bruja se acercara y se asomara al interior de la ventana. La princesa, convencida en la belleza interior de la bruja, le dió un abrazo de agradecimiento por abrirle los ojos y enseñarle la diferencia entre la belleza externa y el interior y por darle una oportunidad para remendar su error. De pronto cuando la princesa le daba un abrazo sincero a la bruja, la habitación se iluminó y la bruja se convirtió en un apuesto príncipe. Las once brujas restantes continuaron siendo brujas y con risas que retumbaban por todo el País del Turrón,se fueron volando hacia la luminosa Luna.

La princesa de Monse se quedo asombrada y el príncipe le comentó que las once brujas lo hechizaron al ver que ella era una princesa glotona y vanidosa, para probarla. Pero como ella había rectificado su error el encanto se terminó.

Ahora el príncipe y la princesa de azúcar viven felices por siempre en el País de Turrón y enseñan a todos que hay que fijarse en la belleza interior y no confundir Belleza y Fealdad.

(Elizabeth L. Mayer Granados,México)

Con el Pasado a Cuestas

Tras diecinueve años de destierro, el príncipe Chonger fue elegido soberano del reino Jin como sucesor del trono. El sueño afanosamente acariciado durante los largos años de exilio se hizo realidad. Dos décadas atrás, a causa de una falsa acusación contra él y los demás príncipes, fue desterrado. Su hermano mayor, el príncipe heredero, fue ejecutado en esos días de pesadilla, acusado de conspiración contra el trono. Pero ahora se había demostrado su inocencia y la de sus hermanos y el rey lo nombró sucesor durante su agonía.

El día que se embarcaron para cruzar el río Amarillo, todos sus seguidores estaban animados ante la perspectiva de un ascenso en su carrera por su lealtad al príncipe heredero durante los largos años del destierro. Anhelaban olvidar el pasado para disfrutar el esplendor del poder y la riqueza.

Cuando todos estaban ya en el barco, el nuevo soberano vio que su intendente general seguía cargando trastos viejos, con el sobrante de la comida, la ropa vieja y remendada y las pobres vasijas desportilladas y se puso a reír a carcajadas.

—Admiro tu constante sentido de ahorro. Gracias a eso, hemos podido sobrevivir estos miserables años. Pero ahora soy rey, y voy a disponer de todo el país. No nos va a faltar nada. ¿Para qué llevas todas estas porquerías al lujoso palacio que vamos a ocupar? ¿Para qué guardas las sobras de las comidas si vamos a nadar en la abundancia? Tíralo todo al río.

Al escucharlo, el veterano encargado de la logística se puso triste, no tanto por el tono satírico de las palabras del monarca, sino por la mentalidad de desquitarse con lujo y despilfarro. Se retiró silenciosamente y, tras un momento de reflexiones, se presentó ante el entusiasmado monarca con un talismán de jade blanco. Estaba resuelto a dimitir.

—Majestad, al cruzar el río Amarillo, pisará el territorio de Jin que va a gobernar eternamente. Hoy es el día más emotivo de mi vida, pero me siento viejo e inútil. Quiero quedarme aquí para el resto de mi vida. Le dejaré este jade blanco como un testimonio de mi lealtad, para que le acompañe en su ilustre reinado.

El monarca quedó totalmente sorprendido. Le preguntó por qué decía eso.

—No lo puedo creer. He podido aguantar el sufrimiento de estos penosos años gracias a tu ayuda y fidelidad. Ahora que vamos a pasarlo bien todos, ¿por qué te niegas a disfrutar de la buena vida del palacio?

El viejo encargado le contestó:

—Si bien he sido algo útil en las penalidades, no serviré para disfrutar del poder y la abundancia, ya que en el palacio sobran cortesanos con talento. Nosotros parecemos la ropa vieja y las sobras de la comida, no creo que nos vaya a necesitar con este cambio en su destino.

En un instante el monarca aprendió la lección más importante de su vida. Se le llenaron de lágrimas los ojos al recordar las penurias del exilio.

—Gracias por tu consejo, mi fiel amigo. He cometido un error. No te vayas. Te voy a necesitar en el futuro.

El barco zarpó para cruzar el río Amarillo. El príncipe Chonger se convertiría en uno de los reyes más austeros de la historia de China.

(Leyenda China)

La Perspectiva del Tonto


Un tonto con cierta fortuna y escasa estatura se había hecho construir una residencia de dos pisos. Vivía generalmente en la planta baja y usaba a menudo un taburete para coger cosas de los armarios y alacenas. Como era un taburete muy bajo, se veía obligado a colocarlo sobre una torre de ladrillos cuando tenía que coger algo que le quedaba demasiado alto. Estaba harto de tener que recurrir una y otra vez a este sistema y entonces se le ocurrió una «brillante» solución. Avisó a uno de sus criados y le ordenó que le llevara el taburete al piso de arriba. ¡Cuál fue su desagradable sorpresa cuando se sentó en el taburete y vio que era igual de bajo! Indignado, vociferó:

¡Maldita sea! El constructor me aseguró que el piso de arriba era más alto y estoy igual de bajo!

(Cuento chino)

jueves, 22 de enero de 2009

La Leyenda del Fuego






Hace mucho tiempo, cuando ni el sol ni la luna se habían creado y del cielo no colgaban todavía las estrellas, el mundo estaba sumido en la más absoluta oscuridad.

Por aquel entonces sólo vivían en nuestro planeta seres mitológicos como los elfos, ogros, enanos, etc. Para ver utilizaban antorchas y los árboles estaban desnudos, sin hojas ni flores que adornasen sus largas ramas, que se alzaban hacia el cielo, como si buscasen la luz para poder ser más que unos simples troncos que no daban señales de vida. Era pues, un planeta triste y silencioso.

Cierta vez, el dios que reinaba sobre los elementos,se enamoró de un hada de extraordinaria belleza. Cuando su amor se vio correspondido,se casaron, a pesar de que estaba muy mal visto entre seres de distinta raza.

Ellos eran felices, pues se tenían el uno al otro,pero el hada deseaba ser madre y se empezó a sentir muy desdichada,porque sabía que era imposible.

Todo esto lo supo una ninfa amiga suya y le propuso un trato: podría tener hijos, pero todos pertenecerían a la raza de las ninfas.El hada aceptó, pues su deseo de ser madre podía con cualquier impedimento.

Pasó el tiempo y el hada quedó encinta.Luego llegó la hora del parto.Primero nació una ninfa que tenía el don de la belleza y que representaría el elemento del agua. Luego otra que sería muy inteligente y que representaría la tierra.Poco después, nació la ninfa del aire,la más ágil y rápida. Y por último una que sería la más bondadosa,cuyo elemento era el fuego.Las cuatro ninfas de los elementos fueron criadas por sus padres y tuvieron una infancia muy feliz.

Cuando se hicieron mayores,su madre las envió para que convivieran con el elemento de cada una y éstas partieron a los pocos días.

Un año después, las cuatro hermanas se encontraron.Después de multitud de abrazos y risas, decidieron contar cada una su experiencia.

Habló primero el agua, la primera en nacer:

- Yo he visto manantiales y cataratas. He visto el rocío de la mañana y la fresca lluvia.Me encanta el elemento que represento.

- Pues yo -dijo la tierra, que era la siguiente- he visto grandes montañas. He entrado en bellas cuevas y me he tumbado en la fina arena de la playa. Mi elemento es hermoso.

- Yo, como ninfa del aire -dijo la siguiente- he oído ulular al viento y lo he sentido acariciando mi piel. Ha jugado con mis cabellos, ¿no es maravilloso?.

Las tres ninfas, que ya habían acabado su relato, callaron, esperando oír la historia de su hermana.Como no decía nada, le preguntaron:

-¿Y tú qué has visto?, ¿cómo es el fuego?

Ésta aguantó las lágrimas, horrorizada de la experiencia que había vivido. Pero decidió compartir su congoja con sus hermanas.

- ¡Ha sido horrible! He visto monstruosos rayos que rompían en el cielo y que hacían temblar todo con su sonido. He visto a las llamas quemar los bosques y casas, destruyendo todo a su paso y matando a mucha gente. Lo he pasado muy mal. Odio el fuego, ¡lo odio!

Sus hermanas, que eran crueles y no sentían compasión le, respondieron:

- Eres pues, un ser malvado. No te queremos con nosotras y nadie querrá estar contigo. Deberías irte lejos de aquí. Eres una deshonra para nuestra familia.

Al oír esto, la pobre ninfa del fuego se fue,llorando sin consuelo.

Sus hermanas pensaron que moriría de dolor y, al poco tiempo, volvieron a casa.

Sus padres las recibieron con gran alegría,pero echaron en falta a su hija pequeña.

Cuando les preguntaron por ella,las tres ninfas mintieron y dijeron que no la habían visto. La madre decidió salir a buscarla y a todo el mundo le preguntaba por su hija perdida.Un ser pequeño, redondo y de grandes ojos había estado presente en el encuentro de las cuatro ninfas y se lo contó todo.

El hada se marchó llorando al enterarse,dando a su hija por muerta y decidió castigar a sus tres hijas. Creó las inundaciones, los terremotos y los huracanes y las ninfas se sintieron muy desgraciadas.

Pero la ninfa del fuego no había muerto. Cuando se separó de sus hermanas voló y voló hacia el cielo, como queriendo huir de aquel mundo. Y cuando no pudo más y se creyó morir, una luz inundó todo su cuerpo, una luz tan grande que alumbró la Tierra,aunque la había dejado muy, muy atrás. Y la estela que dejó mientras volaba se convirtió en lindos luceros.Así pues, se había transformado en el Sol y su rastro en las estrellas.

Y con su luz en los árboles brotaron hojas, frutos y flores de todos los colores y muchas plantas muy diversas.Nacieron multitud de animales y la Tierra se convirtió en un planeta hermoso. Cuando volvió a ver una tormenta se asustó un poco,pero su luz traspasó las gotas de lluvia y se deshizo en mil colores: el primer arco iris.

La ninfa del fuego no se volvió a sentir desgraciada, pues ella, el Sol, era fuente de vida y disfrutaba viendo desde allí arriba todas las cosas bellas que había creado.

Su madre se sintió muy feliz,pues su hija había comprendido la importancia de su elemento, a partir del cual se obtiene todo lo demás, que le da vida a todo y que nos permite observar las maravillas de la naturaleza.

Y para no perderla nunca de vista creó un gran espejo que reflejase a su hija cuando se escondía en el horizonte y le llamó Luna.

Hoy en día el sol nos inunda con su luz cuando es de día, y cuando éste se pone salen la Luna y las estrellas y todos miramos hacia arriba para contemplar tanta belleza. Y es entonces cuando nuestra ninfa se siente más feliz.

(De la web:Nunca dejes de soñar)

El Pastor y la Tejedora


La Vía Láctea era un hermoso río que separaba el Cielo de la Tierra. En él se bañaban todos los días las hijas del Dios Celeste. Por la noche, cuando las innumerables estrellas poblaban la bóveda celestial, las encantadoras hadas poblaban con su presencia el tranquilo río plateado. Aprovechaban también para contemplar la bulliciosa vida en el mundo, el amor y los sufrimientos de la gente mundana. Una de las hadas celestes, llamada Tejedora por su habilidad en el telar de brocados, se enamoró de un joven que vivía en un pueblo cerca de la orilla del río.

El joven se había quedado huérfano desde hacía diez años y vivía entonces con su hermano mayor y su cuñada. Aunque trabajaba sin cesar todo el día, no lo querían y siempre intentaban echarlo de la casa. Un día se vio obligado a abandonar la casa por no aguantar el maltrato de la joven pareja. Le dieron un viejo buey por todo el derecho a la herencia familiar.

El pastor levantó una pequeña choza para alojarse junto con el buey, a quien le contaba sus penalidades para desahogarse. Trabajaba día y noche en el campo, compartiendo lo poco que tenía con su único compañero. Una noche, para gran sorpresa suya, el buey se puso a hablar:

—Hola, mi señor, sé que eres honesto y tienes un corazón de oro, por eso me duele que estés tan solo. Escucha bien lo que te voy a decir: todas las noches bajan unas hadas del cielo y se bañan en el río. Hay una hermosa hada que está enamorada de ti. Roba su ropa cuando se baña y pídele la mano.

Esa misma noche, el pastor se escondió en la cañaveral para esperar el momento. Cuando aparecieron todas las estrellas, vio que efectivamente bajaron unas lindísimas mujeres que se metieron en las aguas dejando su ropa de seda en la orilla. El pastor salió del escondite y se dirigió hacia la orilla, donde cogió la ropa de la Tejedora y echó a correr. Sorprendidas por la repentina aparición de un hombre de la Tierra, las hadas salieron rápidamente de las aguas, se vistieron y volvieron al Cielo escandalizadas. Sólo se quedó la Tejedora en las aguas, avergonzada, porque no tenía con qué vestirse. En eso apareció el pastor y prometió darle la ropa con tal de que aceptara ser su mujer. La Tejedora aceptó su petición ruborizada. Al cabo de un rato los dos se encaminaron hacia la pobre choza y se casaron con el buey amarillo como testigo.

Empezaron una nueva vida llena de felicidad y armonía. Al cabo de tres años, tuvieron dos hijos, un niño y una niña. Habían construido una casa con un establo para el buey y mejoraron sustancialmente la economía familiar con la aportación de las hábiles manos de la mujer. Se amaban profundamente y disfrutaban el amor, la familia y el trabajo.

Según la creencia popular, un año transcurrido en la Tierra era sólo un día en el Cielo. Así que al tercer día de la desaparición de la Tejedora, se enteró la Reina Celestial del suceso. Furiosa, envió a los generales y guerreros del Cielo para capturar a la atrevida hada que se burló de las disposiciones celestiales.

La repentina aparición de los enviados del Cielo convirtió el idilio en una pesadilla. Fue capturada y obligada a abandonar la vida mundana. Lloraba de dolor aferrándose a su marido y a sus hijos, pero los guerreros del Cielo la llevaron presa y cruzaron el río enseguida. Desesperado, el pastor los persiguió cargando los dos niños en dos cestas que colgaban de un balancín. Se proponía cruzar el río para alcanzarlos, pero las aguas crecieron súbitamente convirtiéndose en un anchísimo caudal que subía al Cielo. La mujer lloraba tratando de librarse de las feroces manos que la sujetaban, mientras que el hombre los perseguía sin esperanza de alcanzarlos nunca. Su convulsiva cara era surcada por las lágrimas que corrían silenciosamente. Los niños también lloraban con verdadera tristeza.

El afligido llanto de la familia destruida ablandó la dureza de la Reina, quien dio la orden de permitirles reunirse el día siete de julio de cada año según el calendario lunar.

Te habrás dado cuenta que ese día, casi todos los pájaros grandes vuelan hacia el cielo para construir un puente de aves. De este modo, la hermosa Tejedora puede reunirse con su familia. Se dice que a medianoche, si escuchas atentamente debajo de la viña, podrías oír la conversación íntima de la pareja largamente separada. Si levantas la cabeza en una noche estrellada, podrás ver que a ambos lados de la Vía Láctea se ven dos estrellas luminosas: una es la Tejedora y la otra es el Pastor.

(Leyenda China)

Padre Piedra


Cuando el ministro Yan volvía a su casa después de realizar una visita oficial al reino Jin, se encontró con un pobre leñador en el camino. Pidió al conductor detener su carruaje y se bajó para saludar al hombre humilde:

—¿Quién es usted?

—Yo soy Yue, alias «Padre Piedra».

Al ministro le sorprendió enormemente su respuesta, puesto que sabía que Yue tenía fama de ser un hombre muy culto.

—¿Pero qué le ha pasado? ¿Por qué se encuentra aquí?

El leñador Padre Piedra le contestó humildemente:

—Soy esclavo de una familia rica. Me han enviado a cortar leña. Como es un camino largo, descanso dos veces durante el viaje.

El asombro del ministro no pudo ser mayor:

—Pero cómo es posible que se haya hecho esclavo teniendo la cultura que tiene usted! ¿Desde cuándo ha caído en la desgracia y por qué?

Le contestó el letrado:

—Pasábamos hambre en mí familia. Yo no podía mantenerla con mis conocimientos. Hace tres años, no tuve más remedio que entrar en la servidumbre de una familia adinerada.

El ministro sintió compasión por el desgraciado letrado.

—¿Se puede pedir tu libertad pagándole al propietario?

—Sí, señor. Un caballo vale más que un esclavo.

El ministro desató uno de los caballos y lo llevó a la casa donde el pobre hombre servía de esclavo. Con eso recuperó la libertad de Padre Piedra. Le ofreció trabajo en el ministerio con un sueldo mensual.

Continuaron el viaje y llegaron juntos a la residencia del ministro. Éste se apeó del carruaje y entró en su casa sin hacerle caso a Padre Piedra. El esclavo recién liberado se ofendió y quiso marcharse. Cuando el ministro se enteró, salió y le dijo:

—Yo no le conocía, pero le he ofrecido libertad y trabajo, ¿le parece poco lo que he hecho por usted? No comprendo por qué me abandona.

Padre Piedra se sintió más ofendido todavía:

—Puedo aguantar el maltrato de alguien que no me conozca. Pero si el desprecio procede de alguien que conoce mis aptitudes, no lo aguantaría nunca. Es cierto que he sido esclavo durante tres años, pero no le doy mucha importancia. Sin embargo, usted conoce mi valor, por eso ha conseguido mi libertad. No creo que por ese favor que me ha hecho tenga motivos para despreciarme. Me di cuenta de que cuando montamos en el carruaje no me invitó al asiento. No me ofendí porque pensé que posiblemente se trataba de un olvido casual. Pero al llegar a casa tampoco me ha hecho caso. Eso ya es desprecio. Puesto que tanto aquí como allí soy despreciado, es preferible volver allí y seguir de esclavo.

Al oír sus argumentos, el ministro se dio cuenta de su arrogancia. Le pidió disculpas sinceramente:

—Lo siento muchísimo. Antes sólo lo conocía por la apariencia, pero ahora conozco su sentimiento. Lo aprecio más que nunca, quédese conmigo. Concédame una oportunidad para corregir mis errores.

Padre Piedra decidió quedarse. El ministro ordenó que le prepararan una habitación confortable y lo invitó a cenar. Lo colocó en el sitio más ilustre de la mesa y le sirvió el vino. Sin embargo, Padre Piedra no estuvo conforme tampoco:

—No me agrada nada su ritual de cortesía. El respeto tiene que ser natural y espontáneo. Me sentiré cohibido si me trata siempre así.

Desde entonces Padre Piedra se convirtió en un consejero franco, fiel y extremadamente honrado del ministro.

(Cuento Chino)

miércoles, 21 de enero de 2009

La Vela


Se cuenta que el noble Ping de Dsin había cumplido setenta años. Tenía un músico ciego también de avanzada edad, que además era su confidente. El noble se lamentó:

¡Qué pena ser tan mayor! Ahora, aunque quisiera estudiar y emprender la lectura de libros importantes, ya es demasiado tarde para ello.

El músico ciego pregunto:

—¿Por qué no enciende la vela?

El noble se quedó perplejo con aquella respuesta. ¿Es que su súbdito trataba de mofarse de él? Dijo:

—¿Cómo te atreves, osado, a bromear con tu señor?

La irritación del noble era evidente.

Jamás bromearía un pobre músico ciego como yo con los asuntos del señor. Nunca osaría una cosa tal, pero prestadme un poco de atención.

El noble se calmó, y el músico ciego dijo:

—He oído decir que si un hombre es estudioso en su juventud, se labrará un futuro brillante como el sol matinal; si estudia cuando ha llegado a una edad mediana, será su futuro como el sol de mediodía; si empieza a estudiar en la ancianidad, lo será como la llama de una vela. Aunque la vela no es muy brillante, por lo menos es mejor que andar a tientas en la oscuridad.

Ese mismo día el noble comenzó a estudiar.

(Cuento Chino)

Sombra


Un aspirante espiritual recorrió enormes distancias para finalmente encontrar a un maestro que vivía en una densa jungla. Se presentó ante el maestro y le rogó:

—Por favor, venerable anciano, ruego de vuestra iluminada bondad que me instruyas espiritualmente. El maestro le pidió:

—Ve allí donde puedas recibir los rayos del sol y dime si se proyecta tu sombra contra el suelo.

El discípulo hubo de caminar durante varias horas para salir del espeso bosque y poder recibir los rayos solares. Vio, obviamente, cómo la sombra de su cuerpo se reflejaba en el suelo. Luego regresó ante el maestro, y entonces éste le dijo:

—Desnúdate. Ahora ve y cuéntame si tu cuerpo proyecta su sombra expuesto a los rayos del sol.

Tras varias horas de caminata, el discípulo halló un claro y recibió los rayos del sol. Después regresó junto al anciano, que le preguntó:

—Desnudo, ¿también has proyectado sombra? —Claro, señor, así ha sido.

El maestro le dijo:

—De igual modo que vestido o desnudo proyectas la sombra de tu cuerpo en cualquier lugar, situación o circunstancia, tú eres el testigo. Descubre quién es el testigo y habrás empezado a descubrir quién eres tú. Persevera. Más allá de la sombra está tu cuerpo; más allá de tu cuerpo, está tu mente; más allá de tu mente, está tu testigo... Descubre qué está más allá del testigo.

Agradecido, el discípulo iba a volver a su hogar. Cuando se estaba alejando, el maestro le dijo:

—iAh!, y recuerda que del mismo modo que tu cuerpo proyecta su sombra vestido o desnudo, las cosas son tal cual son sin importar que las vivas sereno o perturbado.

El Arpa

Boya era un músico de excepcional talento que sabía manejar con suma maestría su arpa. Sin embargo, estaba angustiado por no hallar un entendido que realmente pudiera apreciar su música.

Una noche de luna llena se detuvo en un puerto del río y se puso a tocar el instrumento que heredó de sus antepasados. Las notas desgarradoras que sacaba de la antigua arpa exteriorizaba su profundo sentimiento de soledad y angustia. Pero, de repente, una cuerda se rompió produciendo un ruido extraño. Sorprendido, Boya se puso en tensión porque sus abuelos le habían advertido que el instrumento era mágico, que rompería las cuerdas para avisar que había alguien escuchando la música con suma atención, bien fuera un asesino o bien un verdadero entendido. Subió a la orilla y descubrió a un leñador. Se sorprendió que un leñador pudiera entender la música. Viendo la extrañeza de su mirada, el leñador le explicó:

—Volvía yo a casa cuando oí su música. Me detuve para escuchar porque era algo que jamás había escuchado. Su sentimiento musical y su destreza me ha llevado a un mundo musical impregnado de connotaciones de melancolía y soledad.

Boya no esperaba que el leñador hubiera podido entender tan profundamente su música. Le invitó al barco, donde conversaron hasta la madrugada, hablando de música y de instrumentos. A veces, Boya tocaba algunas piezas, de las cuales siempre encontraba una correcta interpretación por parte del leñador, quien además pudo contar el contenido, el estilo y los sentimientos musicales que Boya había manifestado en la interpretación. Así, las luces del alba les sorprendieron hablando fluidamente de su vocación musical. Al final se despidieron con tristeza, quedando para el próximo año, el mismo día y en el mismo sitio.

Transcurrió un año, Boya volvió en la noche de luna llena al mismo sitio para disfrutar con su amigo de la música. Esperó toda la noche en vano, tocando con el arpa unas melodías de añoranza y evocación. Pero su amigo leñador no acudió a la cita. Al día siguiente, Boya se puso a buscar a su amigo. Encontró a un viejo de barbas blancas con un bastón en la mano. Tras saludarle, se dio cuenta que era el padre de su amigo. Le contó que su hijo duplicó sus esfuerzos para estudiar música después del encuentro con él. Pero enfermó por agotamiento físico y falleció hacía unos meses. Antes de su muerte, pidió como última voluntad ser enterrado en el sitio de encuentro con el gran músico, para que su alma pudiera seguir escuchando su música. Boya siguió al anciano y comprobó que efectivamente en el sitio donde se habían encontrado había una tumba nueva.

Boya se sentó al lado de la tumba con el arpa en la mano, y empezó a tocarla con aflicción, mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas. Vinieron unos curiosos a escuchar la música. Se reían y aplaudían, comentando en voz alta la forma curiosa y las notas raras del instrumento. La expresión de la cara del músico se volvía desesperante y trágica. De repente, rasgó violentamente las cuerdas y las rompió todas, levantó la antigua arpa y la golpeó frenéticamente contra una piedra. En pocos segundos el valioso instrumento se hizo pedazos y Boya dejó de tocar para siempre, pensando en que si nadie podía apreciar su música, excepto su amigo, no merecía la pena seguir tocando el arpa.

(Cuento de China)

¿Cómo matan los cobardes?


Una vez Confucio caminaba junto a un discípulo por unas montañas de tupida arboleda. Sentían mucha sed, por lo que mandó a su alumno que bajara al riachuelo a por un poco de agua.

Cuando Zi Lu, el adepto, se incorporó después de saciarse en las cristalinas aguas, sintió que su pelo se erizaba al ver a un tigre a su espalda con las dos patas delanteras levantadas, en plena acción de ataque y que le venía encima. Sentía tal pánico que empezó a mover mecánicamente las manos en una desesperada defensa instintiva. Fracciones de segundo antes de que la terrible pata de la fiera lo derribara de un golpe, se hizo de lado y se apoderó, no se sabe cómo, de la cola del tigre y tiró de ella con frenesí una y otra vez, con movimientos desenfrenados. Al final, vio que la fiera se alejaba gimiendo, quedándose él atónito, con la cola del tigre en las manos.

Un buen rato después, cuando hubo recuperado la calma de sus nervios destrozados, volvió con el agua y el exótico botín de su hazaña.

Preguntó al maestro cómo matan al tigre los más valerosos, Confucio le contestó:

—Los héroes lo hacen asestándole golpes en la cabeza, los menos valientes lo hacen tirando de sus orejas, y los cobardes se apoderan únicamente de la cola.

El discípulo de Confucio se sintió burlado. Arrojó lejos la cola del tigre y metió una piedra en su bolsillo. Odiaba a su maestro creyendo que le había enviado a por agua para que le matara la fiera. Quería vengarse con esa piedra justiciera, pero antes preguntó:

—Maestro, ¿cómo matan los más valerosos?

—Los más valerosos matan con el pincel, los menos valientes lo hacen con la lengua.

—¿Y los cobardes?

—Con la piedra en el bolsillo.

Su discípulo se estremeció de miedo y se puso de rodillas ante su sabio tutor. De allí en adelante se convirtió en el alumno más fiel y más brillante de Confucio.

(Cuento de China)

Buscando razones




Tres amigos estaban haciendo una interesante excursión por los amplios alrededores de su localidad. Cuando pasaban al lado de una colina, vieron en su cima a un hombre sentado en solitario. ¿Qué hará allí ese individuo?, se preguntaron. Cada uno expuso su interpretación:

—Con toda seguridad está extraviado y permanece a la espera de que alguien pase por allí y pueda orientarle —dijo uno de los amigos.

—No, lo que yo pienso —intervino otro de los excursionistas— es que se ha sentido indispuesto y se ha sentado a reponerse.

—Estáis seguramente equivocados —repuso el tercer amigo—. Tened la certeza de que está esperando a alguna otra persona que se está retrasando en la cita.

Y así, cada uno empeñado en su versión, comenzaron a porfiar, hasta que decidieron trasladarse a la cima de la montaña y resolver sus dudas, a la par que saciaban su curiosidad.

—¿Te has perdido? —preguntó el que mantenía tal versión.

—No —repuso el desconocido.

—¿Estás indispuesto? —preguntó otro amigo. —No.

—¿Estás esperando a alguien? —inquirió el tercer excursionista.

—No.

Entonces los tres amigos, desconcertados, preguntaron al unísono:

—¿Y qué haces aquí?

Y el desconocido repuso apaciblemente: —Simplemente, estoy.

(Cuento de China)

La Tórtola y la Lechuza


Una lechuza y una tórtola habían hecho buena amistad. Cierto día la lechuza estaba preparando sus cosas para irse, cuando llegó la tórtola y le preguntó:

—¿Te vas? ¿Adónde?

—Lejos de aquí —repuso la lechuza—, hacia el este.

—¿Por qué? —preguntó su amiga.

—Te diré la verdad. A la gente de por aquí no le gusta mi graznido. Así que se ríen de mí o me insultan o me desprecian. Por esa razón me mudo.

La tórtola reflexionó unos instantes y dijo:

—Voy a explicarte algo. Si tienes la capacidad para cambiar tu graznido, adelante, vete; me parece estupendo. Pero, si no puedes cambiarlo, entonces, ¿qué objeto tiene que te mudes? La gente del este se sentirá disgustada por tu graznido y tendrá la misma reacción que la de aquí. Y encima habrás viajado en balde.

(Cuento de China)

martes, 20 de enero de 2009

Ruido


Era un maestro chan. Apenas era visitado por ningún aspirante espiritual, pues se había ganado fama de severo y sus métodos de enseñanza eran muy peculiares. Pero llegó a la ciudad un buscador de otro lugar muy distante del país y quiso comprobar que realmente se trataba de un maestro peculiar. «No soy fácilmente desconcertable», dijo con cierta presunción a quienes le advirtieron.

Llegó ante el maestro. Cuando el maestro lo vio, antes de que se intercambiasen palabra alguna, estalló en una estruendosa carcajada. El buscador se sirvió de su autocontrol para no denotar sorpresa. El maestro estaba tomando un sabroso y aromático té.

—Siéntate —le ordenó al recién llegado—. Siéntate bien, erguido, y no como una gallina clueca y estúpida.

Una pausa. El té estaba humeando y esparciendo su exquisito aroma.

¿Deseas algo?

El visitante dudaba. Empezaba a sentirse incómodo. Pidió:

—¿Puedo tomar un poco de té?

Súbitamente, el maestro arrojó un chorro de té hirviendo sobre el visitante. El líquido ambarino le quemó como acero candente allí donde caía en su cuerpo.

¿Es esta forma de tratar a un visitante?

—Te he dado lo que me has pedido —argumentó el maestro, después cerró los ojos y se abismó en profunda meditación.

El aspirante cerró también sus ojos y entró en meditación. Reinaba un silencio perfecto, casi sobrecogedor. «¡Qué paz, qué sublimidad!», se decía el aspirante, sintiendo la atmósfera de quietud del recinto. De repente, un violento bofetón le hizo emerger del éxtasis. Tuvo que recurrir al máximo de su autodominio para no avalanzarse sobre el maestro y devolverle el rudo golpe. Cuando fue a protestar, el maestro le preguntó de sopetón:

—¿De dónde ha surgido el ruido? ¿De la mano o de tu mejilla?

El aspirante dudó durante unas décimas de segundo. Otra bofetada no menos brusca golpeó su rostro.

—¡Contesta, imbécil! —gritó el maestro—. ¿De dónde sale el ruido? ¿Quién lo produce: la mano o la mejilla?

Se trataba de un genuino buscador, aunque su orgullo había retrasado su singladura espiritual. Rápidamente respondió:

—¡De la mente!

Se refería al ruido de rabia, resentimiento, humillación y auto-importancia herida que había brotado en su mente al sentir los golpes y risotadas del maestro.

—Tú avanzas —dijo ahora cariñosamente el maestro, captando el contenido real de la respuesta del aspirante—. Quédate conmigo hasta cuando sea tu deseo. Y entiende que no he hecho otra cosa contigo que lo que hizo mi maestro conmigo. También yo era orgulloso, como tú, pero también como tú, un siervo de mi genuina búsqueda espiritual. Gracias por venir. Como el discípulo necesita al maestro, el maestro necesita al discípulo. Bienvenido seas.

(Leyenda china)

Silencio


Cuatro monjes se retiraron a un remoto monasterio en la montaña a fin de dedicarse durante un tiempo a un ejercicio intensivo de meditación y búsqueda de las verdades supremas. Se instalaron en un ala del monasterio y pidieron no ser molestados durante siete días, pues iban a practicar muy rigurosamente y en total silencio. Se habían impuesto el voto de silencio durante ese periodo.

Se reunieron la primera noche a meditar. Estaban en un santuario silente y con una acogedora atmósfera espiritual, a la luz de las lámparas de aceite. Los cuatro se sentaron en la postura de meditación. Les acompañaba un asistente que se haría cargo durante esos días de asuntos domésticos. Pasaron dos horas. De repente una de las lámparas amenazó con apagarse, y uno de los monjes dijo:

—Asistente, estate atento y no dejes que la lámpara se apague.

Entonces uno de los monjes le llamó la atención, diciéndole:

—No se debe hablar en la sala de meditación, y además estamos en voto de silencio durante siete días. No lo olvides.

Indignado porque dos de sus compañeros habían roto el voto de silencio, otro monje les reprendió:

—Es el colmo. ¿No recordáis que hemos hecho voto de silencio? Entonces el cuarto monje, desalentado, los miró recriminatoriamente y dijo a media voz:

—¡Qué pena! Soy el único que permanece en silencio.

(Cuento tibetano)

Suicida

Ji Jun era miembro de la Academia Imperial y estaba dotado de una aguda inteligencia y gran horizonte de conocimientos. Un día, el emperador Qian Long le preguntó:

—Dime, sabio erudito, ¿qué se entiende por la fidelidad y por el amor filial?

—La fidelidad —contestó rápidamente Ji se manifiesta en la obediencia total e incondicional al soberano. Aunque éste le mandase a uno suicidarse, tendría que cumplir su voluntad. Por amor filial se entiende el cumplimiento cabal de la voluntad paterna. Si el padre quiere que se suicide el hijo, así se cumplirá su deseo.

El emperador pensó que como Ji era muy inteligente, aunque le ordenase poner fin a su vida, no lo cumpliría de ningún modo. Por lo tanto, con el ánimo de tomarle el pelo y ver cómo se las arreglaría en una circunstancia extrema, le dijo:

—Entonces, ordeno que te suicides.

Ji no se sorprendió ni un ápice, contestando sin vacilación:

—Sí, Majestad, cumpliré su orden.

—¿Se puede saber cómo te vas a suicidar? —preguntó el monarca.

—Me voy a tirar al río —le contestó Ji.

El emperador sabía perfectamente que no se iba a suicidar y que podría salir airosamente de la situación, pero quería seguir con la broma:

—Bueno, concedido el derecho a la muerte.

Dicho esto, se puso a leer un libro que tenía a mano, sin prestar más atención al intelectual. El sentenciado salió del palacio, dio una vuelta y volvió de nuevo. El emperador aparentó sorprenderse de la súbita aparición del que iba a pasar al otro mundo.

—¿Qué te ha pasado? ¿Por qué has vuelto?

—Majestad, —empezó a explicar el intelectual con un tono intrigante—, cuando llegué al río y me iba a lanzar, de repente vi que había salido del agua el antiguo poeta Qu Yuan.

Me agarró fuertemente impidiéndome ejecutar la suprema voluntad imperial. Me rogó que volviera a preguntar a Su Majestad.

—¿Qué quería que me preguntaras?

—Me dijo que él se había lanzado al río para suicidarse porque el soberano de su época era despótico e imbécil. Sin embargo, ahora que estamos glorificados con la lucidez y sabiduría de nuestro ilustre reinado, merece la pena preguntarle si realmente desea mi muerte. No sería demasiado tarde en cualquier caso suicidarme después de la confirmación de su voluntad.

(Leyenda china)

lunes, 19 de enero de 2009

El Hombre que derribó nueve soles


Durante el reinado del emperador Yao había un famoso arquero llamado Yi. Su puntería era tal que podía derribar con diez flechas diez pájaros al vuelo.

Sucedió que, por un capricho de los astros, los diez soles que se turnaban para iluminar el mundo, decidieron aparecer al mismo tiempo en la bóveda celeste, lo que causó una desastrosa sequía: se secaban los ríos y lagos, se quemaban los bosques por el calor, las cosechas morían instantáneamente en los campos agrietados. Hacía un calor insoportable y la gente se encontraba refugiada en profundas cuevas de las montañas. Desapareció la noche, porque los despiadados astros de fuego no se ponían como antes en las horas nocturnas. Parecía que el infierno hubiera aflorado sobre la Tierra con llamas abrasadoras y una deslumbrante brillantez solar. La gente lloraba frente al desastre, rogando a Dios que tuviera compasión de ellos.

Cuando el Dios Celestial se enteró de las travesuras solares, decidió castigar a los astros enviando a Yi el arquero, a quien le entregó un gigantesco arco rojo y diez flechas blancas.

Yi se ubicó en lo alto de la montaña, tensó su durísimo arco y realizó el primer disparo. Cayó un sol estrepitosamente entre una lluvia de fuegos y chispas. Con el segundo flechazo, desapareció otra esfera de brasa. Así sucesivamente la bóveda celeste perdía uno tras otro los siniestros astros de calor. A cada derribo se levantaban voces de júbilo de la gente que seguía el acontecimiento. La temperatura se suavizaba drásticamente, incluso sentían un poco de frío cuando el gigante celestial hubo derrocado el noveno sol, quedando sólo uno en el cielo. La gente se apresuró a impedirle al tirador un nuevo disparo para evitar un frío infernal en la Tierra.

El héroe salvó a la humanidad de una inaudita sequía, pero no terminó allí su labor benevolente porque mató a los devoradores de hombres, al monstruo acuático de nueve cabezas, al huracán que destruía las casas y a las serpientes colosales de los lagos y los mares que hacían naufragar a los barcos. Gracias a Yi, el mundo se hizo más acogedor.

(Leyenda China)

El Tesoro de Bat


Nasan era un anciano que vivía feliz en la gran estepa de Mongolia. Haciendo honor a su nombre, que significa "larga vida" en mongol, estaba a punto de cumplir los cien años, pero todavía podía cuidar de sus caballos, ovejas y camellos.

Cada día se despertaba muy temprano, salía de la tienda en la que vivía durante la primavera y el verano, y se paraba a ver salir el sol por detrás de la estepa. Tenía la convicción de que esa costumbre de saludar al sol cuando éste salía era lo que le daba la vitalidad que tenía pese a su edad.

Además de cuidar de los caballos, Nasan también ordeñaba las yeguas cada dos horas. Con la leche que conseguía hacía aarul, su comida favorita. El aarul es un producto parecido al queso, que Nasan ponía en unas cajas de madera y colocaba en el techo de su tienda para que fermentara al sol. Con la leche también hacía una bebida de sabor parecido a la cerveza, el airag.

Ese día, Nasan vestía como casi siempre: con sus botas acabadas en punta, su del, que es una casaca larga anudada a la cintura, sus pantalones anchos y un gorro en forma de casquete. Nasan cogió un poco de aarul para el camino y una bota de airag para cuando tuviera sed y salió en busca de sus rebaños.

Mientras Nasan cabalgaba, vio a un chico, de unos 12 años de edad, que parecía muy triste al lado del camino. A Nasan le dio pena y decidió pararse a hablar con él.
- ¿Qué te ocurre muchacho?- preguntó Nasan.
-¿Qué me ocurre? ¡Todo me ocurre! ¡Mi vida es una desgracia! -empezó a lamentarse el joven-. ¡Hubiera sido mejor que no hubiese nacido!

Nasan se apiadó del chico y le dijo:
- No digas eso, perqueño. A ver, cuéntame lo que te pasa. Dicen que las penas compartidas dejan de ser penas. Para empezar, ¿cuál es tu nombre?
- Me llamo Bat - contestó el chico.
- Bat significa "firme" en mongol, pero la verdad es que no pareces muy firme-. Eso hizo que el chico mirase sorprendido al anciano.
- Ahora eso no me importa mucho, la verdad. Si supieras lo que me ha pasado me entenderías -añadió Bat. Y continuó explicándole su historia en un tono muy triste -. Me he quedado solo en el mundo. Mis padres han muerto y no tengo ni caballos, ni ovejas ni siquiera un techo en el que cobijarme. ¡No tengo nada!
- Lo siento-. A Nasan le dio mucha pena que Bat hubiese perdido a sus seres queridos.- Pero tienes toda la vida por delante, no lo puedes ver todo tan negro.
- ¿Es que no lo ves? ¡No tengo nada! ¿Como viviré a partir de ahora si no tengo nada?-exclamó el chico mientras bajaba la cabeza, intentando aguantarse las lágrimas delante del anciano.
- ¿Tú crees que no tienes nada? Pues yo veo que tienes muchos tesoros.

El chico subió la cabeza de golpe y miró a Nasan abriendo mucho los ojos.
- ¿Es una broma? Anciano, por favor, no te burles de mí-. Dijo abatido el niño.- ¡No ves que no tengo nada!
- No me estoy burlando de ti. Pero te repito que yo veo que tienes muchos tesoros y, si quieres, podemos hacer un trueque.
- Pero si no tengo nada que cambiar- repitió el niño-. Y menos un tesoro o algo valioso como un rebaño de ovejas o de caballos.
- Pues, a ver que te parece esto. Yo te doy mi rebaño de ovejas, pero a cambio tú me tienes que dar un ojo-, explicó Nasan.
- ¿Mi ojo? ¡No, no! ¡Como quieres que cambie mi ojo por un rebaño de ovejas!-, se asustó el pequeño.
- ¿No quieres? Pues a ver qué te parece esto: si me das tus brazos yo te daré una manada de camellos. Me parece un buen cambio, ¿no?- ofreció el anciano.
- ¿Mis brazos? ¡No me interesa en absoluto!-se quejó Bat.
- Pues entonces podemos cambiar mi tienda y todo el oro que hay en ella por una de tus piernas.
- ¡Estás loco! ¿Como quieres que te dé una de mis piernas? ¡No cambiaría mi pierna por nada del mundo!- Exclamó Bat, que cada vez estaba más alterado.

Nasan se puso la mano en la barbilla y siguió preguntando:
- ¿No? ¿Y si me vendieras un brazo, una pierna y un ojo, el lote completo? Por todo eso te daría mis caballos, mis ovejas, mis camellos, la tienda y toda la plata y el oro que tengo. ¿Aceptas?-preguntó Nasan.
- ¡No, no! ¡Ni por todo el oro, caballos o camellos del mundo!

Entonces Nasan se incorporó y se echó a reír a grandes carcajadas.
- ¿Lo ves? Tu mismo lo dices. Aunque me digas que no tienes nada, cuando te ofrezco comprarte algo que es tuyo me contestas que ni por todos mis animales ni por todo el oro del mundo. ¡Tú mismo lo estás diciendo! ¡Es mucho más valioso lo que tienes que todas mis posesiones y dinero!
Bat se irguió de pronto al escuchar al viejo y empezó a reflexionar sobre las palabras de Nasan.
- Tus tesoros son la salud, la fortaleza y la juventud. ¿No lo ves? ¡Tu mismo eres tu tesoro! Y si en lugar de estar aquí lamentándote, te pones a utilizar tu cabeza y tus brazos y piernas podrás conseguir lo que te propongas-, explicó Nasan.

Bat pareció comprender y esbozó una pequeñísima sonrisa:
- Tienes razón. He sido un necio-, reconoció Bat.
- Solo necesitabas que alguien te ayudará a abrir los ojos.
- Y es lo que has hecho tú. Muchas gracias.
- No hace falta que me des las gracias-, dijo Nasan, mientras sonreía.- Ahora, ¿quieres ayudarme a recoger la manada de caballos? - Nasan se subió al caballo y tendió una mano al chico- Y después comeremos. ¡Tengo un aarul buenísimo, ya verás!
El viejo ayudó al chico a subir a la grupa de su caballo y añadió:
- Pero primero tenemos ir a buscar el rebaño!
Y los dos se fueron cabalgando a través de la extensa llanura de Mongolia en busca de la manada de caballos.

(Cuento popular mongol)

El Origen del País de las Nieves

Hace mucho, mucho tiempo había un mar inmenso que cubría todo el planeta. Solo un pequeño trozo de tierra estaba fuera del alcance del mar y era allí donde vivían todos los animales, agrupados en manadas. Estos parajes eran muy bonitos y estaban llenos de vegetación, con plantas y árboles de todo tipo. Los animales vivían en paz en estas tierras.

Pero un día, del fondo del mar, salió un enorme dragón. Su imagen era aterradora: tenía el cuerpo lleno de escamas y era de color blanco como la nieve. Además, tenía cinco cabezas, que no paraba de mover mirando a todos lados. La fuerza del monstruo era colosal y cada vez que se movía provocaba grandes olas en el mar y vientos huracanados. Cuando estos llegaban a tierra firme, devastaban todo cuanto se les ponía por delante, acabando con las praderas y bosques donde vivían los animales.

Asustados, los animales huyeron hacia el este en busca de tierras más tranquilas. Buscaron otras regiones donde pudieran vivir, pero no había más y tuvieron que volver hacia el oeste. Tenían la esperanza que, mientras estaban buscando, el dragón se hubiera calmado, pero cuando llegaron vieron que las olas eran aún más grandes que antes y que el viento casi no les permitía seguir de pie.

Ya no sabían qué hacer y estaban perdiendo las esperanzas cuando en el cielo se formaron cinco nubes de muchos colores. Iban cambiando de forma sin parar, ahora siguiendo los fuertes vientos, ahora en dirección contraria. Al fin, las cinco nubes formaron otros tantos remolinos, que se concentraron transformándose en cinco hadas benéficas. Se llamaban Fushou, Quiyan, Shenhui, Guanyong y Shiren.

Las hadas hicieron frente al dragón y lograron detenerlo e inmovilizarlo en la playa. Cuando lo consiguieron, el mar se tranquilizó y el viento paró de soplar. Todos los seres vivos se postraron ante las hadas para agradecerles su ayuda y un portavoz se dirigió a ellas:
- Oh, hadas, nos habéis salvado del monstruo con vuestro inmenso poder. Os lo agradeceremos mucho. Por favor, seguid velando por nuestra seguridad a partir de ahora.

Las hadas accedieron a esta petición y decidieron hacerles un regalo. Ordenaron al mar que se retirara e hicieron aparecer en Oriente una frondosa selva. En Occidente aparecieron fértiles campos, que acababan al Sur en preciosos jardines llenos de flores multicolores. En el Norte, las estepas llegaban hasta donde alcanzaba la vista.
Para cumplir con la promesa que les habían hecho, y velar por los seres vivos del planeta, las cinco hadas se convirtieron en los cinco picos más altos del Himalaya, que en tibetano significa "Tierra de Hielo y Nieve". El hada Fushou, se encargó del mantenimiento de la alegría y la longevidad; el hada Shenhui de velar por las tierras de labranza; el hada Gaunyong, fue la responsable de la prosperidad y riquezas en la tierra y el hada Shiren de proteger la actividad ganadera.

Por último, el hada Quiyan, encargada de la sabiduría de todo lo que vive, se transformó en el pico más alto de todos, que aquí conocemos como Everest y que los nativos llaman el "Pico de la Diosa".
Por eso la leyenda dice que, mientras el mundo exista, las cinco hadas seguirán velando por el pueblo tibetano y por todos los seres vivos desde las alturas.

(Leyenda tibetana)

Las prisas nunca fueron buenas

En un pequeño pueblo al lado del mar, vivía un hombre en una cabaña. Una mañana decidió ir a recolectar cocos. Así que se levantó temprano, cogió su caballo y se fue al lado de la playa, donde había muchas palmeras. Cuando llegó, vio que había tenido mucha suerte porque las palmeras estaban llenas de cocos. Con algunas dificultades subió a la que tenía más cerca y fue cogiendo los cocos que había en la copa. Cuando acabó con ésta, hizo lo mismo con la segunda palmera. Y así siguió hasta que tuvo una montaña muy grande de cocos. El hombre estaba muy contento porqué había conseguido muchos cocos. Los fue colocando sobre su montura, pero había tantos que casi no cabían y el pobre animal iba muy cargado.
Empezó a caminar hacia el pueblo, pero como no estaba muy seguro del camino que había tomado, decidió preguntar a un chico con el que se cruzó:
- Oye chico, ¿te puedo hacer una pregunta?- El joven, que parecía muy despierto, se paró y le contestó con una sonrisa:
- Claro.
- ¿Sabes cuánto tiempo tardaré en llegar al pueblo por este camino?
El chico miró al hombre y después a su caballo. Y tras pensar un momento respondió:
- Si vas lento, llegarás muy temprano. Pero si vas rápido, tardarás todo el día.
Y sin decir nada más siguió su camino.
El hombre se quedó muy extrañado con esa respuesta y no le creyó. Por eso decidió espolear a su caballo para ir más deprisa. Pero al cabo de pocos metros tuvo que parar. Con las prisas, los cocos que sobresalían le habían caído. Así que amarró al caballo y volvió a colocar los cocos en su sitio. Para recuperar el tiempo que había perdido, hizo que el caballo todavía fuese más rápido. Pero los cocos volvieron a caer, aún más deprisa que antes. Y así siguió una y otra vez todo el camino. Recogía los cocos, hacía ir más deprisa al caballo y volvían a caerse. Por eso, cuando llegó al pueblo ya era de noche.
Ya en su casa se lamentó de lo que le había costado volver y dio la razón al chico con el que se había cruzado. Si no hubiera ido con tantas prisas, los cocos no se le habrían caído y hubiera llegado mucho antes.

(Cuento tradicional Filipino)

La Fábrica de Oro


Érase una vez, una hombre llamado Nai Ha vivía en una pequeña aldea cerca del rió Mekong y amaba el oro mas que cualquier otra cosa en el mundo. Tanto le gustaba el oro que consumía todo su tiempo en descubrir cómo convertir las cosas en oro. Poco a poco, se fue haciendo más pobre porque todo su dinero lo utilizaba para experimentar, y así llegó un día en que Nai Ha no pudo mantener a su familia.
Su esposa, agobiada por el problema de Nai Ha, pidió ayuda a su padre, a ver si éste le podía quitar los pájaros de la cabeza a Nai Ha.
Así, al cabo de unos días Nai Ha fue invitado por su suegro a comer. Mientras comían el suegro de Nai Ha le dijo:
-¡Ja, ja, ja! Ya me ha dicho mi hija que tu también te dedicas al arte mágico de la obtención de oro. Como eres el marido de mi querida hija te dire un secreto - el suegro miró a los lados y bajo mucho la voz - tengo la fórmula para obtener oro.
Nai Ha, muy contento y nervioso, le preguntó al suegro cuál era el secreto.
-¡Sólo necesito una cosa para poner en marcha la fórmula pero necesito tu ayuda!
-¡Claro que te ayudaré! Sólo dime que quieres que haga.
- Lo que necesitamos son tres kilos de aquella pelusa que crece bajo las hojas de banano o cambures. Atención: las hojas que tomaras aquellas pelusas deben ser de los árboles de bananos que tu mismo has plantado y cultivado en tus campos. Cuando hayas recogido bastante pelusa, tráemela, juntos haremos el oro.
Nada más llegar a casa, Nai Ha le contó el pacto que había hecho con su suegro y al día siguiente la familia ya estaba plantando árboles de bananos o cambures.
Con el tiempo las plantas crecieron, y con mucho cuidado Nai Ha sacaba de cada hoja la ligera pelusa. Estaba tan concentrado en el proyecto que ni se daba cuenta que la esposa y los hijos recogían los bananos y cada día los llevaban a vender al mercado de la aldea.
Después de 3 años de intenso trabajo, Nai Ha había recogido poco más de medio kilo de pelusa: un trabajo fatigoso, pero Nai Ha sólo pensaba en el pacto con su suegro y los 3 kilos de pelusa de banano.
Al cabo de muchos años, Nai Ha logró recoger 3 kilos de la blanca pelusa que le había pedido el suegro. La puso en un cesto y se la llevo al anciano.
-¡Qué bien! Seguiste mis indicaciones y has trabajado mucho- dijo el suegro.- Sólo queda convertirlos en oro. Abre la puerta del fondo.
Nai Ha se precipitó hacia la puerta y quedo como paralizado a la vista de tantos pedacitos de oro que había en la mesa, destellaban al sol. Alrededor de la mesa, sonrientes sentados la esposa y los hijos de Nai Ha.
-Este es el que hemos ganado vendiendo nuestros buenos bananos en estos 10 años dijo amablemente la esposa de Nai Ha.
-Nai Ha, eres un hombre rico de verdad - dijo su suegro - Así es cómo se convierten las cosas en oro y durante todos estos años lo has hecho casi sin darte cuenta. Ahora tienes que seguir haciéndolo.
Y así fue, Nai Ha siguió el consejo de su suegro y trabajo junto con su familia para conseguir vivir desahogadamente.

(Leyenda Vietnamita)

sábado, 17 de enero de 2009

Una Mujer del Campo


Una mujer granjera, al término de una dura jornada de labor, puso en los platos de los hombres de la casa nada más que heno.
Cuando ellos, indignados, le preguntaron si se había vuelto loca, ella replicó:
-¿Y cómo iba a saber que se darían cuenta? Hace veinte años que cocino para ustedes, y en todo ese tiempo nunca me dieron a entender que lo que comían no era Heno.

(Dale Carnegie)

lunes, 12 de enero de 2009

El Pescador y la Tortuga


Hace muchos y muchos años, vivía Urashima en una isla del Japón. Era el único hijo de un matrimonio de pescadores muy pobres cuyas únicas pertenencias eran una red, una pequeña barca y una casita cerca de la playa. Pese a ser tan pobres, los padres de Urashima querían mucho a su hijo, un muchacho sencillo y muy bueno.

Un día, cuando Urashima volvía de pescar vió como unos niños estaban pegando a una enorme tortuga. En ese momento Urashima se enfadó muchísimo y fue hacía los críos para reprenderlos y salvar la tortuga. Cuando acabó de hablar con los niños y estos se fueron cabizbajos, cogió la tortuga y la llevó al mar. Cuando vió que la tortuga reaccionaba al contacto con el agua y se podía mover y nadar, regreso a casa la mar de conteto.

Al cabo de un tiempo, Urashima se fue a pescar. Todo estaba tranquilo en el mar y Urasima tiraba al agua y recogía su red con entusiasmo. Una de las veces, al subir la red vio que estaba la tortuga que el había echado al mar unos días antes. Ésta le dijo: "Urashima, el gran señor de los mares se ha maravillado con la buena acción que hiciste conmigo, y me ha enviado para que te conduzca a su palacio. Además te quiere dar la mano de su hija, la hermosa princesa Otohime". Urashima accedió gustoso y juntos se fueron mar adentro, hasta que llegaron a Riugú, la ciudad del reino del mar. Era maravillosa. Sus casas eran de esmeralda y los tejidos de oro; el suelo estaba cubierto de perlas y grandes árboles de coral daban sombra en los jardines; sus hojas eran de nácar y sus frutos de las más bellas pedrería.

Urashima se casó con Otohime, la hija del rey del mar, y pasaron una semana de una felicidad completa. Pero al cabo de esos días, Urashima pensó que sus padre debían de estar preocupados por él, y decidió subir a la superficie para decirles que se encontraba bien y que se había casado. Otohime comprendió a su marido, y dio un pequeña caja de laca atada con un cordón de seda. Cuando se la dio, le dijo que si quería volver a verla no la abriera.

Cuando Urashima llegó al pueblo, todo había cambiado, ya no reconocía ni las casas ni a las personas. Y cuando busco la casita de sus padres sólo vio un gran edificio en el que nadie sabía nada de unos ancianos. Finalmente, un señor viajo, viendo la desesperación de Urashima empezó a recordar y le explicó que no lo recordaba muy bien, porque había pasado mucho tiempo atrás, pero que recordaba a su madre explicarle la desdichada suerte de un par de ancianitos cuyo único hijo salió a pescar y no regresó jamás. Urashima empezó a comprender: mientras vivió en la ciudad del mar había perdido la noción del tiempo. Lo que le habín parecido sólo unos cuantos dís habían sido más de cien años.

Se dirigió a la playa, y sin saber que hacer abrió la caja que le había dado su mujer. Al instante un viento frío salió de la caja y envolvió a Urashima. Éste recordó lo que le había dicho su mujer pero de pronto se sintió muy cansado, sus cabellos se volvieron blancos y cayó al suelo. Cuando a la mañana siguiente fueron los muchachos a bañarse, vieron tendido en la arena a un anciano sin vida. Era Urashima que había muerto de viejo.

(Leyenda de Japón)

La Bolsa de los Cuentos




"Cuéntame otro cuento, por favor", suplicó Lom. "No, ya es hora de dormir", contestó su anciano criado. Así que el pequeño se acurrucó en la cama pensando en la historia que acababa de escuchar.
El pequeño Lom vivía en una gran casa al norte de Camboya, y tenía un criado que cada noche le contaba un cuento popular. Las historias solían ser de enormes gigantes y poderosos magos, tigres feroces y
sabios elefantes, emperadores opulentos y hermosas princesas. Cada noche había un nuevo cuento, y a Lom le encantaba escucharlos. Sabía que eran relatos muy antiguos, pues el criado los había heredado de su abuela, y esta de su bisabuela, y así hasta muchos años atrás.
Delante de los amigos, Lom solía alardear de saberse multitud de historias, pero nunca se las quería contar a nadie, por lo que los cuentos si iban quedando poco a poco aprisionados en una bolsa de su habitación.
Los años pasaron y Lom se convirtió en un apuesto joven que decidió casarse con una guapa muchacha del pueblo. La noche de antes de la boda, el viejo criado oyó unos extraños murmullos que procedían de la habitación de Lom y, asustado, decidió acercarse y escuchar.
Los ruidos venían de la bolsa de los cuentos, que charlaban entre ellos y se lamentaban. "Mañana se casa y nosotros seguimos aquí atrapados, no hay derecho", refunfunñaba un cuento.
"Debería habernos dejado salir", se quejaba otro. "Se lo haremos pagar caro", añadió un tercero. "Ya está, tengo un plan", dijo el primer cuento. "Cuando vaya mañana al pueblo por la boda, le entrará sed. Entonces yo me convertiré en un pozo y cuando beba de mi agua, le entrará un dolor de barriga espantoso".
"Vale", dijo el segundo cuento, "pero por si acaso no funciona, yo me convertiré en sandía. Si se la come, sufrirá un dolor de cabeza horrible".
"Pues yo me transformaré en serpiente y le morderé ", explicó el tercer cuento. "El dolor será tan fuerte que aullará como un lobo". Y los cuentos se rieron malévolamente mientras tramaban el plan.
El viejo criado estaba horrorizado por lo que había escuchado. "¿Qué hago yo ahora?", se preguntó a sí mismo. Y estuvo pensando toda la noche cómo salvar al joven Lom.
A la mañana siguiente, cuando Lom se disponía a coger su caballo y cabalgar hasta el pueblo de su amada, el criado salió apresurado de casa y le dijo que lo acompañaría.
Un par de horas después de haber comenzado el viaje llegaron a un pozo. "¡Alto!", gritó Lom. "Tengo sed", pero el anciano hizo seguir el caballo sin que se detuviera allí. Poco después llegaron a un campo repleto de sandías. "¡Para!", ordenó Lom. "Tengo mucha sed. Quiero una sandía". El criado no le hizo caso y siguieron adelante.
Llegaron al pueblo y durante la boda el criado se pasó todo el tiempo vigilando, pero no vio ninguna serpiente.
Al anochecer, los novios se dirigieron hacia su casa, bellamente adornada para la ocasión. De repente, el viejo criado entró en la habitación sin avisar. "¿Qué descaro es este?", exclamó Lom. Pero el anciano, sin mediar palabra, levantó la alfombra y descubrió la serpiente venenosa. La cogió por el cuello y la lanzó por la ventana.
"¿Cómo sabías que ahí había una serpiente?", le preguntó sorprendido Lom.
El criado le explicó toda la historia de los cuentos y sus malévolos planes por no querer compartirlos con nadie.
Desde aquel día, Lom decidió contar cada noche un cuento a su mujer, y así, poco a poco, los cuentos pudieron ir saliendo de la bolsa en la que estaban atrapados. Años más tarde, Lom se los contó también a sus hijos, y estos a los suyos, creando así una cadena que no se rompería nunca y que ha llegado hasta nuestros días.
Hoy en día se siguen contando. Lo sé muy bien, porque yo también los he escuchado y porque yo soy uno de esos cuentos apretujados en la bolsa.

(Cuento popular de Camboya)

El Pastor y la Hilandera


Érase una vez, un joven muy pobre. Era tan pobre que tenía que llevar a pastar la vaca de un vecino porque el no tenía una propia. La vaca fue haciéndose cada vez más y más bonita. Pero no se trataba de una vaca cualquiera, ésta vaca era la vaca de los dioses y era bondadosa pero también poderosa.
Un buen día, la vaca, que quería mucho a su pastor le dijo "Hoy es la séptima noche, el señor Nefrito tiene nueve hijas que van a tomar su baño en el lago del cielo y la séptima es la más bella e inteligente; ella hila las nubes a los dioses. Si puedes ir y quitarle el vestido podrás ser su marido". El pastor no salía de su asombro y contestó"¿Pero como podré hacerlo si ella vive en el cielo?" "Súbete a mi lomo que yo te llevaré hasta el lago de los cielos."
Y así, en un abrir y cerrar de ojos la vaca llevó al pastor al lago donde se estaban bañando nueve doncellas. La vaca le dijo que cogiese el traje rojo que estaba colgado y se escondiese en el bosque y que no diese el traje hasta que no consiguiese su mano.
cuando las doncellas fueron a salir se dieron cuenta que sólo había 8 trajes, corrieron y alborotaron hasta que se descubrieron al pastor escondido cerca del lago. La séptima doncella se había quedado en el agua porque no tenía traje y le pidió que le devolviese la ropa. El pastor, recordando lo que le había dicho la vaca, se negó salvo si se casaba con él. Ella se negó en rotundo, pues su padre no lo consentiría. La vaca dijo que ella convencería a su padre, pero la doncella no creía que la vaca fuera sagrada.
"Pregunta a la primera planta que veas, si no me crees" dijo la vaca. La doncella acude a unos mimbres y éstos le responden "La séptima noche es hoy, la hilandera se casa con el pastor".
Finalmente, la doncella accedió a lo deseos del pastor y se casaron, pero ella debía acudir a seguir tejiendo las nubes. Un día se fue al cielo a cumplir con su obligación, pero el pastor la siguió porque pensaba que la perdería. Ella, sabiendo que el pastor no podía estar allí tejió un muro entre ambos (la vía láctea) y allí están la hilandera (constelación de la lira) del pastor (constelación del águila) alejados el uno del otro. Sin embargo, el muro desaparece cada séptimo día de cada séptimo mes y así pueden verse y estar juntos.

(Leyenda del Tibet)

La Olla embarazada


Un señor le pidió una tarde a su vecino una olla prestada. El dueño de la olla no era demasiado solidario, pero se sintió obligado a prestarla. A los cuatro días, la olla no había sido devuelta, así que, con la excusa de necesitarla fue a pedirle a su vecino que se la devolviera.
—Casualmente, iba para su casa a devolverla... ¡el parto fue tan difícil!
—¿Qué parto?
—El de la olla.
—¿Qué?!
—Ah, ¿usted no sabía? La olla estaba embarazada.
—¿Embarazada?
—Sí, y esa misma noche tuvo familia, así que debió hacer reposo pero ya está recuperada.
—¿Reposo?
—Sí. Un segundo por favor –y entrando en su casa trajo la olla, un jarrito y una sartén.
—Esto no es mío, sólo la olla.
—No, es suyo, esta es la cría de la olla. Si la olla es suya, la cría también es suya.“Este está realmente loco”, pensó, “pero mejor que le siga la corriente”.
—Bueno, gracias.
—De nada, adiós.
—Adiós, adiós.
Y el hombre marchó a su casa con el jarrito, la sartén y la olla.
Esa tarde, el vecino otra vez le tocó el timbre.—Vecino, ¿no me prestaría el destornillador y la pinza?...
Ahora se sentía más obligado que antes.
—Sí, claro.Fue hasta adentro y volvió con la pinza y el destornillador.Pasó casi una semana y cuando ya planeaba ir a recuperar sus cosas, el vecino le tocó la puerta.
—Ay, vecino ¿usted sabía?
—¿Sabía qué cosa?
—Que su destornillador y la pinza son pareja.
—¡No! –dijo el otro con ojos desorbitados— no sabía.
—Mire, fue un descuido mío, por un ratito los dejé solos, y ya la embarazó.
—¿A la pinza?
—¡A la pinza!... Le traje la cría –y abriendo una canastita entregó algunos tornillos, tuercas y clavos que dijo había parido la pinza.
“Totalmente loco”, pensó. Pero los clavos y los tornillos siempre venían bien.
Pasaron dos días. El vecino pedigüeño apareció de nuevo.
—He notado –le dijo— el otro día, cuando le traje la pinza, que usted tiene sobre su mesa una hermosa ánfora de oro. ¿No sería tan gentil de prestármela por una noche?
Al dueño del ánfora le tintinearon los ojitos.
—Cómo no –dijo, en generosa actitud, y entró a su casa volviendo con el ánfora perdida.—Gracias, vecino.
—Adiós.
—Adiós.Pasó esa noche y la siguiente y el dueño del ánfora no se animaba a golpearle al vecino para pedírsela. Sin embargo, a la semana, su ansiedad no aguantó y fue a reclamarle el ánfora a su vecino.
—¿El ánfora? –dijo el vecino
– Ah, ¿no se enteró?
—¿De qué?
—Murió en el parto...
—¿Cómo que murió en el parto?
—Sí, el ánfora estaba embarazada y durante el parto, murió.
—Dígame ¿usted se cree que soy estúpido? ¿Cómo va a estar embarazada un ánfora de oro?
—Mire, vecino, si usted aceptó el embarazo y el parto de la olla. El casamiento y la cría del destornillador y la pinza, ¿por qué no habría de aceptar el embarazo y la muerte del ánfora?

(Jorge Bucay)

domingo, 11 de enero de 2009

La Araña

Uru era el nombre de una princesa heredera de un trono inca. Su padre, el curaca Kúntur Capac, había procurado darle esmerada educación, pero la princesita, que vivía envuelta en lujos y refinamientos, era sumamente díscola y caprichosa. Pasaba los días comprando ricas telas y exóticos tocados y no cumplía con las obligaciones propias de su condición, escapándose de la tutela de ayos o maestros. El Hamurpa, preocupado por su indolencia y egoísmo, interpelaba al curaca : “Tú sabes que estás enfermo y próximo a morir, Kúntur Capac - solía decirle - Y tu hija heredará este trono, para el que no está preparada. Nada sabe de nuestra historia, de nuestras costumbres y necesidades, no realiza ninguna tarea útil o noble y sólo se ocupa en vestirse, adornarse y saborear manjares costosos que hace traer de lejanos lugares”. El curaca Capac, preocupado por sus palabras, procuraba inculcar a Uru el sentido de la responsabilidad de su futuro cargo. Todo era en vano : Uru, malgastaba grandes sumas en adquirir telas exóticas, adornos de oro y plata con que embellecía sus tocados, y pasaba indiferente y desdeñosa ante los súbditos que se agolpaban alrededor de su killapu sin un solo gesto benévolo ni humanitarios hacia ellos.

Por fin llegó el día temido en que el curaca falleció. Su muerte fue lamentada por espacio de siete días y siete noches, con llantos y lastimeros cánticos religiosos con los que le expresaban su tristeza y su miedo por el destino que les esperaba en manos de la nueva reina. La joven, impresionada al principio por la muerte de su padre y su nuevo cargo, obedeció en todo a Hamurpa y gobernó con verdadera inteligencia, pero pronto se cansó de ello. Volvió a su vida egoísta y, embriagada por su poder, malgastó cuantiosas sumas en cumplir con sus caprichos ; pronto empobreció las arcas del palacio y comenzó a oprimir al pueblo con elevados impuestos, con los que podría mantener sus gastos.

Un día en que Hamurpa y otros consejeros ancianos procuraban conmoverla para que prestara atención a las necesidades de su pueblo, Uru decidió desembarazarse de ellos. “Tomen prisioneros a todos los consejeros de mi padre y azótenlos hasta que mueran - ordenó - imperiosa y soberbia. Desde ahora en adelante, no conozco otros consejeros que mis deseos. Y no me importa que mi gente se empobrezca o carezca de tierras y alimentos. Yo, heredera directa de los incas, he nacido para gozar de la vida y ser obedecida”. Y para ratificar su orden, tomó ella misma su cinturón trenzado en blando cuero de cabras y comenzó a golpear a los ancianos sacerdotes. No pudo, sin embargo, proseguir con su furia destructiva, su brazo quedó paralizado, y toda ella enmudeció ante una figura bellísima y majestuosa que se presentó interponiéndose entre los sacerdotes y la reina. “Has llegado demasiado lejos, princesa Uru - le advirtió la voz de la diosa -. Hemos decidido castigarte y liberar a tu tribu de tus desvaríos y tu mal gobierno. A partir de ahora sabrás lo que significa luchar por tu propio sustento. Trabajarás continuamente, sin descanso por los siglos de los siglos”. La envolvió con su oscuro manto y la hizo desaparecer ente los ojos estupefactos de los consejeros.

En su lugar había quedado un insecto pequeño, de cuerpo oscuro y velloso, provisto de ágiles patas, que comenzó inmediatamente a tejer una complicada tela con el hilo que extraía de su propio cuerpo. Desde entonces Uru, la araña de nuestra leyenda sigue tejiendo sin descanso para ganar el perdón de los dioses por sus antiguos errores.

(Leyenda Quechua)

Buscando a un hombre honrado

Había una vez un hombre muy pobre a quien arrestaron por robar una pipa vieja.

Una vez en la cárcel, tanto los jueces como los carceleros se olvidaron de él y pasó mucho tiempo sin que se le juzgara. De manera que empezó a pensar en cómo podría salir de allí. Como por la fuerza no podía escapar, pensó en algún truco astuto que le permitiera recuperar la libertad. Así que un día llamó al carcelero y le dijo que le llevara ante el rey.

- ¿Y para qué quieres tú ver al rey? - le preguntó el carcelero.
- Porque tengo un tesoro muy valioso para él - respondió el preso.

Entonces lo llevaron hasta la sala del trono.

- ¿Cuál es ese tesoro tan importante que tienes para mí? - dijo el rey.

En ese momento, el preso sacó un pañuelo de su bolsillo, lo abrió y mostró al monarca una semilla.
- Su majestad, esta semilla es muy especial. Si la planta una persona honrada, que nunca haya robado ni mentido, crecerá de ella un peral en el que madurarán peras de oro. Si no es así, el peral sólo ofrecerá las peras de siempre. Así que se la ofrezco a usted, que seguramente nunca habréis robado ni engañado a nadie - explicó el preso mientras hacía una reverencia.
- ¡Vaya! - exclamó el rey, que recordó que una vez cuando era pequeño había robado una moneda de oro a su madre.

- Bien, que la plante vuestro canciller, entonces - dijo el preso.
- ¡Vaya! - exclamó también el canciller, que se dejaba corromper fácilmente.

- Que lo intente entonces el comandante del ejército real - propuso el preso.
- Pero yo no sirvo para jardinero - se excusó el comandante, que solía reducir la paga de sus soldados para engrosar las monedas de su bolsillo.

- Entonces que lo haga el juez - sugirió el preso.
Pero tampoco el juez quiso plantar la semilla, porque sus veredictos solían depender de los sobornos que recibía.

Ante tantas negativas, el preso se puso a reír y dijo:
- Todos vosotros, aunque tengáis cargos importantes, robáis, mentís y engañáis y no por eso estáis en la cárcel. Y yo, que robé tan sólo una pipa vieja, debo seguir encerrado.

El rey también se rió y, ante tal argumento, ordenó que dejaran al preso en libertad.

(Cuento popular de China)

sábado, 10 de enero de 2009

El País de la Oscuridad

La historia que así empieza se cuenta en Corea desde que los hombres tienen memoria. Se dice de ella que mucho antes de que los reyes del mundo construyeran sus castillos, había ya en el cielo, algo por encima de las nubes blancas: unos poderosos reinos que gobernaban reyes muy sabios.

No es difícil darse cuenta de ello, basta con mirar al cielo en una noche despejada para ver las estrellas y fijarse que, en realidad, las estrellas no son más que luces lejanas que colman las murallas de las fortalezas.

En una de las partes más oscuras del cielo habitaba el rey que protagoniza nuestra historia. Su reino, llamado el "País de la Oscuridad" carecía por completo de luz, ya que una espesa y envolvente tiniebla, densa como el humo de una antorcha, la alejaba de los astros que iluminan el cielo. En él habitaban los perros de fuego, casi exactos en su forma a los perros que conocemos pero mucho más grandes, y de los que emanaban llamas rojas, amarillas y azules, que los hacían bellos y temibles a la vez.

Hundido en su trono, el rey meditaba horas y horas sobre como podría resolver el problema de su reino, y traer la luz a la larga noche en la que se encontraba su país. Finalmente, sólo se le ocurrió una forma de conseguir su objetivo. Tal era su desesperación que decidió robar el sol,que iluminaba la Tierra con sus cálidos rayos. Con voz de trueno ordenó al más fiel de los perros de fuego que atravesara las nubes y le trajera el sol a cualquier precio. El perro dio media vuelta y veloz, pintó de fuego el cielo, como un cometa que cruza la noche. Cuando tuvo al sol a su alcance, se lanzó sobre él como una exhalación y lo prendió de un mordisco? ¡Pero estaba quemando! El perro lo soltó dando un gran salto atrás, y con el hocico humeante y dolorido, emprendió el regreso al castillo del rey, con la cola entre las piernas.

Cuando el rey supo del fracaso del perro de fuego, volvió a llamarlo ante él y después de una regañina por no traerle el sol, le ordenó que trajera la luna en su lugar. Convencido de su éxito, el perro de fuego esperó a que anocheciera y tan pronto vio que la luna se dibujaba tenue en el cielo, se abalanzó sobre ella y la mordió con sus fauces para llevársela al reino negro. Lo que no podía saber de antemano, y que notó nada más tocarla, era que la luna estaba completamente helada, y su frío le golpeó del mismo modo que lo había hecho el fuego, obligándole a escupirla inmediatamente. Pese a los muchos intentos del perro, no pudo de ningún modo sostenerla más de un segundo en su boca, y finalmente, tuvo que alejarse totalmente derrotado.

El rey del "País de la Oscuridad" no se rindió fácilmente. Lo intentó una y otra vez, enviando de vuelta al obediente perro de fuego, y según dicen las gentes de Corea, hoy aún sigue intentando robar los dos astros para llevárselos a su reino. Es justo después de que el perro de fuego haya mordido al sol o a la luna, que éstos se oscurecen por las señales de sus dientes, y se produce el eclipse.

Para quien no lo crea, se dice que puede observarse al perro de fuego justo antes de que empiece el eclipse, pero jamás debe buscarse mirando directamente al sol, ya que su brillo es peligroso y podría dañarnos los ojos. Solo lo podremos ver si observamos el reflejo del sol con un plato lleno de tinta negra, o en una superficie oscura, donde veremos la sombra del perro mordiendo y escupiendo después los astros.

(Cuento popular de Corea)