martes, 22 de junio de 2010

Riqueza espiritual



En la antigua India se concedía mucha importancia a los ritos védicos, de los que se decía que funcionaban tan "científicamente" que, cuando los sabios pedían la lluvia, jamás se producía una sequía. Así es que, conforme a dichos ritos, un hombre se puso a rezarle a Lakshmi, la diosa de la abundancia, para que le hiciera rico.

Estuvo orando sin éxito durante diez largos años, al cabo de los cuales comprendió de pronto la naturaleza ilusoria de la riqueza y abrazó una vida de renuncia en el Himalaya.

Un buen día, mientras se hallaba sentado y entregado a la meditación, abrió sus ojos y vio ante sí a una mujer extraordinariamente hermosa, tan radiante y resplandeciente como si fuera de oro.

"¿Quién eres tú y qué haces aquí?", le preguntó

"Soy la diosa Lakshmi, a la que has estado rezando himnos durante doce años", le respondió la mujer, "y he decidido aparecerme ante ti para concederte tu deseo".

"¡Ah, mi querida diosa!", exclamó el hombre, "ahora ya he adquirido la dicha de la meditación y he perdido el deseo de las riquezas. Llegas demasiado tarde… Pero dime, ¿por qué has tardado tanto en venir?"

"Para serte sincera", respondió la diosa, "dada la fidelidad con que realizabas aquellos ritos, habrías acabado consiguiendo la riqueza, sin duda alguna. Pero, como te amaba y sólo deseaba tu bienestar, me resistí a concedértelo"

Si pudieras elegir, ¿qué elegirías; que se te concediera lo que pides, o la gracia de vivir en paz, aunque no la hubieras pedido?

martes, 15 de junio de 2010

Pensamiento de pez


Un día Chuang Tzu y un amigo caminaban por un río. "Mira a lo peces nadando allí," dijo Chuang Tzu, "realmente están disfrutando."
"Tu no eres un pez," contestó el amigo, "Así que no puedes saber realmente que están disfrutando."
"Tu no eres yo," dijo Chuang Tzu. "¿Así que cómo sabes que yo no sé que los peces están disfrutando?"

(Cuento zen)

domingo, 13 de junio de 2010

Creencias



Una larga caravana de camellos avanzaba por el desierto hasta que llegó a un oasis y los hombres decidieron pasar allí la noche.



Conductores y camellos estaban cansados y con ganas de dormir, pero cuando llegó el momento de atar a los animales, se dieron cuenta de que faltaba un poste. Todos los camellos estaban debidamente estacados excepto uno. Nadie quería pasar la noche en vela vigilando al animal pero, a la vez, tampoco querían perder el camello. Después de mucho pensar, uno de los hombres tuvo una buena idea.

Fue hasta el camello, cogió las riendas y realizó todos los movimientos como si atara el animal a un poste imaginario. Después, el camello se sentó, convencido de que estaba fuertemente sujeto y todos se fueron a descansar.

A la mañana siguiente, desataron a los camellos y los prepararon para continuar el viaje. Había un camello, sin embargo, que no quería ponerse en pie. Los conductores tiraron de el, pero el animal no quería moverse.

Finalmente, uno de los hombres entendió el porqué de la obstinación del camello. Se puso de pie delante del poste de amarre imaginario y realizó todos los movimientos con que normalmente desataba la cuerda para soltar al animal. Inmediatamente después, el camello se puso en pie sin la menor vacilación, creyendo que ya estaba libre.

Este cuento nos enseña como nos limitan las creencias y no la realidad. ¿Tu eres como este camello, estás atado sin cuerda? ¿A qué esperas para comenzar a caminar?

(Cuento Sufi)

jueves, 10 de junio de 2010

El Espejo


Había una vez en Japón, hace muchos siglos, una pareja que tenía una hija. El hombre era noble, no era rico y vivía del cultivo de un pequeño terreno. La esposa era una mujer modesta, tímida y silenciosa que cuando se encontraba entre extraños, no deseaba otra cosa que pasar inadvertida.

Un día fue elegido un nuevo rey. El marido, como caballero que era, se fue a la capital para rendir homenaje al nuevo soberano. Su ausencia fue por poco tiempo: el buen hombre no veía la hora de dejar el esplendor de la corte para regresar a su casa.

A la niña le llevó de regalo una muñeca, y a la mujer un espejo de bronce plateado (en aquellos tiempos los espejos eran de metal brillante, no de cristal como los nuestros). La mujer miró el espejo con gran maravilla: no los había visto nunca. Nadie jamás había llevado uno a aquel pueblo. Lo miró y, percibiendo reflejado el rostro sonriente, preguntó al marido con ingenuo estupor:

- ¿Quién es esta mujer?

El marido se puso a reír:

- ¡Pero cómo! ¿No te das cuenta de que este es tu rostro?

Un poco avergonzada de su propia ignorancia, la mujer no hizo otras preguntas, y guardó el espejo, considerándolo un objeto misterioso. Había entendido sólo una cosa: que aparecía su propia imagen.

Por muchos años, lo tuvo siempre escondido. Era un regalo de amor; y los regalos de amor son sagrados.

Su salud era delicada; frágil como una flor. Por este motivo la esposa desmejoró pronto: cuando se sintió próxima al final, tomó el espejo y se lo dio a su hija, diciéndole:

- Cuando no esté más sobre esta tierra, mira mañana y tarde en este espejo, y me verás. Después expiró. Y desde aquel día, mañana y tarde, la muchacha miraba el pequeño espejo.

Ingenua como la madre, a la cual se parecía tanto, no dudó jamás que el rostro reflejado en la chapa reluciente no fuese el de su madre. Hablaba a la adorada imagen, convencida de ser escuchada.

Un día el padre la sorprende mientras murmuraba al espejo palabras de ternura.

- ¿Qué haces, querida hija?, le pregunta.

- Miro a mamá. Fíjate: No se le ve pálida y cansada como cuando estaba enferma: parece más joven y sonriente.

Conmovido y enternecido el padre, sin quitar a su hija la ilusión, le dijo:

- Tú la encuentras en el espejo, como yo la hallo en ti.

(Cuento japonés)

Lágrimas


Cuentan que había una vez un señor que padecía lo peor que le puede pasar a un ser humano: su hijo había muerto. Desde la muerte y durante años no podía dormir. Lloraba y lloraba hasta que amanecía.

Un día, apareció un ángel en su sueño y le dijo:
- Basta ya.
- Es que no puedo soportar la idea de no verlo nunca más.

El ángel le dice:
- ¿Lo quieres ver?

Entonces lo agarró de la mano y lo subió al cielo.
- Ahora lo vas a ver, quédate aquí.

Por una acera enorme empiezó a pasar un montón de chicos, vestidos como angelitos, con alitas blancas y una vela encendida entre las manos.

El hombre dijo:
- ¿Quiénes son?

Y el ángel le respondió:
- Éstos son los niños que han muerto en estos años. Todos los días hacen este paseo con nosotros, porque son puros.
- ¿Mi hijo está entre ellos?
- Sí, ahora lo vas a ver.

Y pasaron cientos y cientos de niños.
- Ahí viene- le avisó el ángel.

Y el hombre lo vió. Radiante, como lo recordaba. Pero había algo que lo conmovió: entre todos era el único chico que tenía la vela apagada, y el hombre sintió una enorme pena por su hijo. En ese momento el niño lo vió y salío corriendo hacia él para abrazarle. El padre lo abrazó con fuerza y le dijo:
- Hijo, ¿por qué tu vela no tiene luz?¿No te encienden la vela como a los demás?
- Sí, claro papá, cada mañana encienden mi vela igual que la de todos, pero, ¿sabes qué pasa? Cada noche tus lágrimas apagan la mía.

(Autor desconocido)

viernes, 4 de junio de 2010

Debate de signos


Hace muchos años, allá por la Edad Media, los consejeros del Papa recomendaron a éste que desterrara a los judíos de Roma. Según ellos, resultaba indecoroso que aquellas personas vivieran tan ricamente en el corazón mismo del mundo católico. Así pues, se redactó y fue promulgado un edicto de expulsión para general consternación de los judíos, que sabían que, dondequiera que fuesen, no podían esperar un trato mejor que el que les obligaba a salir de Roma. De manera que suplicaron al Papa que reconsiderara su decisión. El Papa, que era un hombre ecuánime, les hizo una propuesta un tanto arriesgada: debían elegir a alguien para que discutiera el asunto con él mismo en público y, si salía victorioso del debate, los judíos podrían quedarse.

Los judíos se reunieron a considerar la propuesta. Rechazarla significaba la expulsión. Aceptarla significaba exponerse a una derrota segura, porque ¿quién iba a vencer en un debate en el que el Papa era juez y parte a la vez? Sin embargo, no había más remedio que aceptar. Ahora bien, resultaba imposible encontrar a un voluntario dispuesto a debatir con el Papa: la responsabilidad de cargar sobre sus hombros con el destino de los judíos era más de lo que cualquier hombre podía soportar.

Pero, cuando el portero de la sinagoga se dio cuenta de lo que ocurría, se presentó ante el Gran Rabino y se ofreció como voluntario para representar a su pueblo en el debate. "¿El portero?", exclamaron los demás rabinos cuando lo supieron. Imposible

"Está bien", dijo el Gran Rabino, "ninguno de nosotros está dispuesto a hacerlo; de manera que, o lo hace el portero o no hay debate". Y así, a falta de otra persona, se designó al portero para que celebrara el debate con el Papa.

Llegado el gran día, el Papa se sentó en un trono en la plaza de San Pedro, rodeado de sus cardenales y en presencia de una multitud de obispos, sacerdotes y fieles. Al poco tiempo llegó la pequeña comitiva de delegados judíos, con sus negros ropajes y sus largas barbas, rodeando al portero de la sinagoga.

Quedaron el uno frente al otro, y el debate comenzó. El Papa alzó solemnemente un dedo hacia el cielo y trazó un amplio arco en el aire. Inmediatamente, el portero señaló con énfasis hacia el suelo. El Papa pareció quedar desconcertado. Entonces volvió a alzar su dedo con mayor solemnidad aún y lo mantuvo firmemente ante el rostro del portero. Este, a su vez, alzó inmediatamente tres dedos y los mantuvo con la misma firmeza frente al Papa, el cual pareció asombrarse de aquel gesto. Entonces el Papa deslizó una de sus manos entre sus ropajes y extrajo una manzana. El portero, por su parte, sin pensarlo dos veces, introdujo su mano en una bolsa de papel que llevaba consigo y sacó de ella una delgada torta de pan. Entonces el Papa exclamó con voz potente: El representante judío ha ganado el debate! Queda revocado, pues, el edicto".

Los dirigentes judíos rodearon inmediatamente al portero y se lo llevaron, mientras los cardenales se apiñaban atónitos en torno al Papa. "¿Qué ha sucedido, Santidad?", le preguntaron. "Nos ha sido imposible seguir el rapidísimo toma y daca del debate ... " El Papa se enjugó el sudor de su bese y dijo: "Ese hombre es un brillante teólogo y un maestro del debate.

Yo comencé señalando con un gesto de mi mano la bóveda celeste, como dando a entender que el universo entero pertenece a Dios; y él señaló hacia abajo con su dedo, recordándome que hay un lugar llamado "infierno" donde el demonio es el único soberano. Entonces alcé yo un dedo para indicar que Dios es uno. ¡Imagínense mi sorpresa cuando le vi alzar a él tres dedos indicando que ese Dios uno se manifiesta por igual en tres personas, suscribiendo con ello nuestra propia doctrina sobre la Trinidad! Sabiendo que no podría vencer a ese genio de la teología, intenté, por último, desviar el debate hacia otro terreno, y para ello saqué una manzana, dando a entender que, según los más modernos descubrimientos, la tierra es redonda. Pero, al instante, él sacó una torta de pan ázimo para recordarme que, de acuerdo con la Biblia, la tierra es plana. De manera que no he tenido más remedio que reconocer su victoria ... "

Para entonces, los judíos habían llegado ya a su sinagoga. "¿Qué es lo que ha ocurrido?", le preguntaron perplejos al portero, el cual daba muestras de estar indignado. "íTodo ha sido un montón de tonterías!", respondió. "Veréis: primero, el Papa hizo un gesto con su mano como para indicar que todos los judíos teníamos que salir de Roma. De modo que yo señalé con el dedo hacia abajo para darle a entender con toda claridad que no pensábamos movernos. Entonces él me apunta amenazadoramente con un dedo como diciéndome: "¡No te me pongas chulo!" Y yo le señalo a él con tres dedos para decirle que él era tres veces mas chulo que nosotros, por haber ordenado arbitrariamente que saliéramos de Roma. Entonces veo que él saca su almuerzo, y yo saco el mío".

(De la red)

El monstruo del río


El sacerdote de la aldea era distraído en sus oraciones por los niños que jugaban junto a su ventana. Para librarse de ellos, les gritó: «¡ Hay un terrible monstruo río abajo. Id corriendo allá y podréis ver como echa fuego por la nariz !».

Al poco tiempo, todo el mundo en la aldea había oído hablar de la monstruosa aparición y corría hacia el río.

Cuando el sacerdote lo vio, se unió a la muchedumbre. Mientras se dirigía resollando hacia el río, que se encontraba cuatro millas más abajo, iba pensando: « La verdad es que yo he inventado la historia. Pero quien sabe si será cierta...

Es mucho más fácil creer en los dioses que hemos creado si somos capaces de convencer a los demás de su existencia.

(Anthony de Mello)

Diógenes


Estaba el filósofo Diógenes cenando lentejas cuando le vio el filósofo Aristipo, que vivía confortablemente a base de adular al rey.

Y le dijo Aristipo: "Si aprendieras a ser sumiso al rey, no tendrías que comer esa basura de lentejas".

A lo que replicó Diógenes: "Si hubieras tú aprendido a comer lentejas, no tendrías que adular al rey".

(Anthony de Mello)

No cambies


Durante años fui un neurótico. Era un ser angustiado, deprimido y egoísta. Y todo el mundo insistía en decirme que cambiara. Y no dejaban de recordarme lo neurótico que yo era.

Y yo me ofendía, aunque estaba de acuerdo con ellos, y deseaba cambiar, pero no acababa de conseguirlo por mucho que lo intentara.

* * *

Lo peor era que mi mejor amigo tampoco dejaba de recordarme lo neurótico que yo estaba. Y también insistía en la necesidad de que yo cambiara.

Y también con él estaba de acuerdo, y no podía sentirme ofendido con él. De manera que me sentía impotente y como atrapado.

* * *

Pero un día me dijo: "No cambies. Sigue siendo tal como eres. En realidad no importa que cambies o dejes de cambiar. Yo te quiero tal como eres y no puedo dejar de quererte".

Aquellas palabras sonaron en mis oídos como música: "No cambies. No cambies... Te quiero...".

Entonces me tranquilicé. Y me sentí vivo. Y, ¡oh, maravilla!, cambié.

(Anthony de Mello)

martes, 1 de junio de 2010

El Lápiz



El inventor del lápiz, antes de meterlo en la caja y enviarlo al mundo le dijo: "Cinco cosas debes saber y recordar siempre si quieres ser el mejor lápiz del mundo".

Uno: Podrás hacer grandes cosas, pero sólo si permites que alguien te use con su mano.

Dos: Experimentarás dolor cuando te saquen punta, pero lo necesitarás si quieres ser el mejor lápiz del mundo.

Tres: Corregirás todas las faltas que cometieres.

Cuatro: Tu parte más importante está siempre dentro de ti.

Cinco: Dejarás tu huella sobre toda superficie sobre la que seas usado.

Y a pesar de todo, sigue escribiendo.

El lápiz lo entendió y prometió recordarlo siempre y después entró en la caja con este propósito en su corazón.

(De la red)