miércoles, 24 de febrero de 2010

La paz perfecta


Había una vez un rey que ofreció un gran premio a aquel artista que pudiera captar en una pintura la paz perfecta. Muchos artistas lo intentaron.

El rey observó y admiró todas las pinturas, pero solamente hubo dos que a él realmente le gustaron y tuvo que escoger entre ellas.

La primera era un lago muy tranquilo. Este lago era un espejo perfecto donde se reflejaban unas plácidas montañas que lo rodeaban. Sobre estas se encontraba un cielo muy azul con tenues nubes blancas. Todos quienes vieron esta pintura pensaron que esta reflejaba la paz perfecta.

La segunda pintura también tenía montañas. Pero estas eran escabrosas y descubiertas. Sobre ellas había un cielo furioso del cual caía un impetuoso aguacero con rayos y truenos. Montaña abajo parecía retumbar un espumoso torrente de agua. Todo esto no demostraba nada pacífico. Para otra persona poco observadora hubiera pasado desapercibido, pero nuestro Rey era una persona que captaba con facilidad todos los detalles más pequeños. Y cuando el Rey observó cuidadosamente, descubrió que tras la cascada había un delicado arbusto creciendo en una grieta de la roca. En este arbusto se encontraba un nido y allí, en medio de del rugir del la violenta caída de agua, estaba dormitando plácidamente un pajarito...

El Rey escogió la segunda "porque...-explicaba el Rey- Paz no significa estar en un lugar sin ruidos, sin problemas, sin trabajo duro o sin dolor. Paz significa que, a pesar de estar en medio de todas estas cosas, podemos permanecer tranquilos en nuestro interior. Este es el verdadero significado de la paz."

(Anónimo)

martes, 23 de febrero de 2010

El Rey Infeliz


Esta era una vez un rey que estaba en busca de la felicidad ya que aun cuando tenía todos los placeres a su alcance debido a su inmensa riqueza, siempre se sentía vacio y nunca estaba satisfecho con lo que poseía.

Tal era su infelicidad que admiraba a uno de sus sirvientes más pobres, que sin importar su condición económica, irradiaba dicha y gozo sincero por la vida.

Motivado por lo anterior, fue con el sabio del reino a solicitar su consejo y le pregunto: ¿Cómo es posible que uno de mis sirvientes, aun siendo pobre sea más feliz que yo, el gran rey?

El sabio hizo una pausa y le contesto: Para poder explicarte la razón de tu infelicidad y de casi todos los hombres, necesito que comprendas EL EFECTO 99. ¿Y qué significa eso? pregunto el rey. Para que lo puedas comprender necesito que consigas un costal con 99 monedas de oro. Ya que lo hayas conseguido ven y podré explicarte.

El Rey ni tardo ni perezoso fue de inmediato a conseguir lo que el sabio le había pedido y regreso con el. El sabio le dijo que lo que seguía para poder comprender EL EFECTO 99 era que siguieran a escondidas al sirviente hasta su casa, cosa que hicieron esa misma noche.

Cuando el sirviente entro a su casa, el sabio puso el costal con las 99 monedas en el piso de la entrada de su casa, toco a la puerta y corrió a ocultarse junto con el rey.

Cuando el sirviente salió, dio vueltas alrededor sin encontrar al causante de la llamada, luego volvió su mirada hacia abajo y vió el costal, lo recogió y se metió de nuevo en su hogar.

El sabio y el rey prosiguieron a espiarlo desde la ventana.

Cuando abrió el costal, el sirviente quedo asombrado con su contenido, estaba encantado y sin perder tiempo comenzó a contar todas las monedas. Cuando terminó el conteo, se rascó intrigado la cabeza y comenzó de nuevo el conteo ya que el suponía que le hacía falta una moneda para completar las 100.
Al terminar el segundo recuento el sirviente se desespero y comenzó a buscar debajo de la mesa sin rastro alguno de esa moneda “perdida” por lo que comenzó a angustiarse.

Fue entonces cuando el sabio le dijo al Rey: Te das cuenta, eso es justamente a lo que me refería con el efecto 99. El sirviente, al igual que tu, han dejado de valorar la mayoría de sus bendiciones para enfocarse en los pequeños detalles que “creen” les hacen falta. En ello radica la infelicidad del ser humano.

Moraleja: ¡Tienes una infinidad de cosas por las cuales estar agradecido con la vida y en lugar de ello, has decidido enfocarte en tus penas!

¿Culpable o Inocente?


Se cuenta que había un monje que era ejemplo de ascetismo y correción.
Un buen día, o mejor un mal día, lo acusaron de haber dejado embarazada a una doncella; la propia joven lo hizo para salvar de la ira de su padre al verdadero
responsable. Se levantaron todo tipo de calumnias e improperios, y para estigmatizarlo más aún, le obligaron a tener que criar a la criatura.
Años después cuando se supo la verdad, el arrepentimiento fue general y no
encontraban la forma de desagraviar al monje en quien ahora veían un santo.
El monje les dijo con toda humildad: "Estaba seguro de no ser ninguno de
los dos personajes que me atribuyeron, ni para bien ni para mal, así que
nunca llegó a perturbarse mi tranquilidad".

Lo que el otro ve en ti es simplemente lo que el otro quiere ver. Nunca caigas
en la desaprensión de dejarte definir ni por tus amigos ni por tus enemigos, de
otra manera tendrás una visión distorsionada de lo que realmente eres.
Si es tu enemigo quién se refiere a ti lo hará aludiendo a todos tus defectos y
conductas negativas; sí en cambio, es tu amigo el que lo hace, sólo destacará
tus virtudes y actuaciones positivas; y si es alguien que no entra en ninguna de
las clasificaciones quién de ti se pronuncia, estará aún más perdido porque
desconocerá tanto lo positivo como lo negativo porque nunca fuiste objeto de
su interés.

(Cuento zen)

domingo, 21 de febrero de 2010

El árbol que no sabía quién era


Había una vez, algún lugar que podría ser cualquier lugar, y en un tiempo que podría ser cualquier tiempo, un hermoso jardín, con manzanos, naranjos, perales y bellísimos rosales.

Todo era alegría en el jardín; y todos ellos estaban muy satisfechos y felices. Excepto por un solo árbol, profundamente triste.

El pobre tenía un problema: no daba frutos. "No sé quién soy," se lamentaba.

- Lo que te falta es concentración,- le decía el manzano,- si realmente lo intentas, podrás tener deliciosas manzanas. ¿Ves que fácil es?

- No lo escuches,- exigía el rosal.- Es más sencillo tener rosas y ¿Ves que bellas son?

Y desesperado, el árbol intentaba todo lo que le sugerían. Pero como no lograba ser como los demás, se sentía cada vez más frustrado.

Un día llegó hasta el jardín el búho, la más sabia de las aves, y al ver la desesperación del árbol, exclamó:

-No te preocupes, tu problema no es tan grave, es el mismo de muchísimos seres sobre la tierra. ES tu enfoque lo que te hace sufrir.

"No dediques tu vida a ser como los demás quieran que seas. Sé tu mismo. Conócete a ti mismo como eres. Y para lograr esto, escucha tu voz interior." Y dicho esto, el búho se fue.

"¿Mi voz interior...? ¿Ser yo mismo...? ¿Conocerme...? " Se preguntaba el árbol desesperado. Y se puso a meditar esos conceptos.

Finalmente, de pronto, comprendió. Y cerrando los ojos y los oídos, abrió el corazón, y pudo escuchar su voz interior diciéndole:

"Tú jamás darás manzanas porque no eres un manzano, ni florecerás cada primavera porque no eres un rosal. Eres un roble, y tu destino es crecer grande y majestuoso. Dar cobijo a las aves, sombra a los viajeros y belleza al paisaje. Eso es quién eres. ¡Sé lo que eres! Y el árbol se sintió fuerte y seguro de sí mismo y se dispuso a ser todo aquello para lo cual estaba destinado. Así, pronto llenó su espacio y fue admirado y respetado por todos. Y sólo entonces todo el jardín fue completamente feliz, cada quien celebrándose a sí mismo.

martes, 16 de febrero de 2010

El Jardín del Rey Ausente


Había una vez un rey que tuvo que abandonar su esplendoroso jardín por algún tiempo. A su regreso encontró que todas las flores estaban mustias y marchitas. Les preguntó una por una qué les había sucedido para hallarse en tal estado de decadencia. ´
Los helechos respondieron que querían ser altos y esbeltos como el ciprés. El pino dijo que le hubiera gustado desprender el aroma de las azucenas. Las sencillas margaritas envidiaban a las rosas y éstas a su vez lloraban porque la belleza es fugaz y efímera.
Finalmente, después de haber escuchado las quejas de toda la flora del jardín, el rey se acercó a las petunias y les preguntó por qué ellas se mantenían tan frescas y bonitas. Y esto fue lo que respondieron las florecillas:
- Nosotras hemos intuido que tú nos querías así como somos. Si nos hubieras querido altas, habrías plantado un pino en nuestro lugar; o un rosal con su aroma; o una azucena con su delicadeza, o margaritas con su sencillez… Pero, pensando que esto que somos es lo que tú deseabas, nos hemos dedicado todo el tiempo a expresar nuestro ser…

(Anónimo)

El Horizonte


Se cuenta que cierta vez un hombre se acercó a Dios y le pidió que le aclarara algo de la creación que lo dejaba con dudas, y que de acuerdo a su punto de vista, no tenía ninguna utilidad, ningún sentido…
Dios lo atendió y le preguntó cuál era la falla que había notado en la creación.
- Señor Dios, dijo el interesado, su creación es muy hermosa, muy funcional, cada cosa tiene su razón de ser… Pero, aunque haga un esfuerzo para entender su finalidad, hay algo que me parece no servir para nada.- ¿Y qué es eso que no sirve para nada?-, le preguntó Dios.
- El horizonte, contestó el hombre.
Al fin de cuentas ¿para qué sirve el horizonte?
Si camino un paso hacia el horizonte, él también se aleja un paso de mí.
Si camino diez pasos, él se aleja otros diez pasos…
Si camino kilómetros en su dirección, él se aleja los mismos kilómetros de mí…
¡Eso no tiene el menor sentido! El horizonte no sirve para nada.
Dios miró a su ingenuo hijo, sonrió y le dijo:
- Pero justamente es para eso que sirve el horizonte, para hacerte andar…

(Anónimo)

domingo, 14 de febrero de 2010

La Concentración y la Piedad


Un joven, preso de la amargura acudió a un monasterio en Japón y le expuso a un anciano maestro:
- Querría alcanzar la iluminación, pero soy incapaz de soportar los años de retiro y meditación. ¿Existe un camino rápido para alguien como yo?
-Te has concentrado a fondo en algo durante tu vida? preguntó el maestro.
- Solo en el ajedrez, pues mi familia es rica y nunca trabajé de verdad.
El maestro llamó a un monje. Trajeron un tablero de ajedrez y una espada afilada.
- Ahora vas a jugar una partida muy especial de ajedrez. Si pierdes te cortaré la cabeza con esta espada; y si por el contrario ganas, se la cortaré a tu adversario.
Empezó la partida. El joven sentía
las gotas de sudor recorrer su espalda, pues estaba jugando la partida de su vida. El tablero se convirtió en el mundo entero. Se identificó con él y formó parte de él. Empezó perdiendo, pero su adversario cometió un desliz. Aprovechó la ocasión para lanzar un fuerte ataque, que cambió su suerte. Entonces miró de reojo al monje.
Vió su rostro inteligente y sincero, marcado por años de esfuerzo. Evocó su propia vida, ociosa y banal... y de repente se sintió tocado por la piedad. Así que cometió un error voluntario y luego otro... Iba a perder.
Viéndolo, el maestro arrojó el tablero al suelo y las piezas se mezclaron.
-No hay vencedor ni vencido -dijo-. No caerá ninguna cabeza.
Se volvió hacia el joven y añadió: -Dos cosas son necesarias: la concentración y la Piedad. Hoy has aprendido las dos.

(Cuento zen)

sábado, 13 de febrero de 2010

El Tigre y la Liebre


Que gran decepción tenía el joven de esta historia, su amargura absoluta era por la forma tan inhumana en que se comportaban todas las personas, al parecer, ya a nadie le importaba nadie.

Un día dando un paseo por el monte, vio sorprendido que una pequeña liebre le llevaba comida a un enorme tigre malherido, el cual no podía valerse por sí mismo.

Le impresionó tanto al ver este hecho, que regresó al siguiente día para ver si el comportamiento de la liebre era casual o habitual. Con enorme sorpresa pudo comprobar que la escena se repetía: la liebre dejaba un buen trozo de carne cerca del tigre.

Pasaron los días y la escena se repitió de un modo idéntico, hasta que el tigre recuperó las fuerzas y pudo buscar la comida por su propia cuenta.
Admirado por la solidaridad y cooperación entre los animales, se dijo:
"No todo está perdido. Si los animales, que son inferiores a nosotros, son capaces de ayudarse de este modo, mucho más lo haremos las personas".

Y decidió hacer la experiencia: Se tiró al suelo, simulando que estaba herido, y se puso a esperar que pasara alguien y le ayudara.

Pasaron las horas, llegó la noche y nadie se acercó en su ayuda. Estuvo así durante todo el otro día, y ya se iba a levantar, mucho más decepcionado que cuando comenzamos a leer esta historia, con la convicción de que la humanidad no tenía el menor remedio, sintió dentro de sí todo el desespero del hambriento, la soledad del enfermo, la tristeza del abandono, su corazón estaba devastado, y casi no sentía deseo de levantarse.

Entonces allí, en ese instante, lo oyó...
¡Con qué claridad, qué hermoso!, una hermosa voz, muy dentro de él le dijo:

Si quieres encontrar a tus semejantes, si quieres sentir que todo ha valido la pena, si quieres seguir creyendo en la humanidad, para encontrar a tus semejantes como hermanos, deja de hacer de tigre y simplemente se la liebre".

(Anónimo)

jueves, 11 de febrero de 2010

El saco de carbón


Un día, Juan entró a su casa dando patadas en el suelo y gritando muy molesto.
Su padre, lo llamó. Juan, lo siguió, diciendo en forma irritada:

- Papá, ¡Te juro que tengo mucha rabia! Pedro no debió hacer lo que hizo conmigo.
Por eso, le deseo todo el mal del mundo, ¡Tengo ganas de matarlo!

Su padre, un hombre simple, pero lleno de sabiduría, escuchaba con calma al hijo quien continuaba diciendo:

- Imagínate que el estúpido de Pedro me humilló frente a mis amigos. ¡No acepto eso!
Me gustaría que él se enfermara para que no pudiera ir más a la escuela.

El padre siguió escuchando y se dirigió hacia una esquina del garaje de la casa, de donde tomó un saco lleno de carbón el cual llevó hasta el final del jardín y le propuso:

- ¿Ves aquella camisa blanca que está en el tendedero? Hazte la idea de que es Pedrito y cada pedazo de carbón que hay en esta bolsa es un mal pensamiento que va dirigido a él. Tírale todo el carbón que hay en el saco, hasta el último pedazo. Después yo regreso para ver como quedó.

El niño lo tomó como un juego y comenzó a lanzar los carbones pero como el tendedero estaba lejos, pocos de ellos acertaron la camisa.

Cuando, el padre regresó y le preguntó:

- Hijo ¿Qué tal te sientes?

- Cansado pero alegre. Acerté algunos pedazos de carbón a la camisa.

El padre tomó al niño de la mano y le dijo:

- Ven conmigo quiero mostrarte algo.

Lo colocó frente a un espejo que le permite ver todo su cuerpo.... ¡Qué susto!
Estaba todo negro y sólo se le veían los dientes y los ojos. En ese momento el padre dijo:

- Hijo, como pudiste observar la camisa quedó un poco sucia pero no es comparable a lo sucio que quedaste tú. El mal que deseamos a otros se nos devuelve y multiplica en nosotros. Por más que queremos o podamos perturbar la vida de alguien con nuestros pensamientos, los residuos y la suciedad siempre queda en nosotros mismos.

Ten mucho cuidado con tus pensamientos porque ellos se transforman en palabras.
Ten mucho cuidado con tus palabras porque ellas se transforman en acciones.
Ten mucho cuidado con tus acciones porque ellas se transforman en hábitos.
Ten mucho cuidado con tus hábitos porque ellos moldean tu carácter.
Y ten mucho cuidado con tu carácter porque de él dependerá tu destino.

(Anónimo)

martes, 9 de febrero de 2010

El Monje y la Prostituta


En las proximidades del templo vivía un monje. En la casa de enfrente moraba una prostituta. Al observar la cantidad de hombres que la visitaban, el monje resolvió llamarla...

"Tú eres una gran pecadora -le reprochó-. Todos los días y todas las noches le faltas el respeto a Dios. ¿Es posible que no puedas detener a reflexionar sobre tu vida después de la muerte?"

La pobre mujer se quedó muy deprimida con las palabras del monje; con sincero arrepentimiento oró a Dios e imploró su perdón. Pidió también al Todopoderoso que le hiciera encontrar otra manera de ganar su sustento.

Pero no encontró ningún trabajo diferente, por lo que, después de haber pasado hambre una semana, volvió a prostituirse. Solo que ahora, cada vez que entregaba su cuerpo a un extraño, rezaba al Señor y pedía perdón.

El monje, irritado porque su consejo no había producido ningún efecto, pensó para sí: "A partir de ahora, voy a contar cuantos hombres entran en aquella casa hasta el día de la muerte de esta pecadora".

Y, desde ese día, el no hizo otra cosa que vigilar la rutina de la prostituta: por cada hombre que entraba, añadía una piedra a un montón que se iba formando.

Pasado algún tiempo, el monje volvió a llamar a la prostituta y le dijo: -¿Ves ese montículo? Cada piedra representa uno de los pecados que has cometido a pesar de mis advertencias. Ahora te vuelvo a avisar: ¡Cuidado con las malas acciones!.

La mujer comenzó a temblar al percibir como aumentaban sus pecados. De regreso a su casa derramó lagrimas de arrepentimiento, mientras rezaba:

Oh, Señor, ¿Cuándo me librará vuestra misericordia de esta miserable vida que llevo?

Su ruego fue escuchado, y aquel mismo día el ángel de la muerte pasó por su casa y se la llevó. Por voluntad de Dios, el ángel atravesó la calle y también cargó al monje consigo.

El alma de la prostituta subió inmediatamente al cielo, mientras que los demonios se llevaron al monje al Infierno. Al cruzarse en la mitad del camino, el monje vió lo que estaba sucediendo y clamó:

-¡Oh Señor!, ¿Es esta Tu Justicia? Yo que pasé mi vida en la devoción y en la pobreza ahora soy llevado al infierno, mientras que esa prostituta, que vivió en constante pecado, está subiendo al cielo.

Al oír esto, uno de los Ángeles respondió:

-Los designios de Dios son siempre justos. Tú creías que el amor de Dios se resumía en juzgar el comportamiento del prójimo. Mientras tú llenabas tu corazón con la impureza del pecado ajeno, esta mujer oraba fervorosamente día y noche.

Su alma quedó tan leve después de llorar y rezar, que podemos llevarla hasta el paraíso. La tuya quedó tan cargada de piedras, que no conseguimos hacerla subir hasta las alturas.

(Cuento zen)

domingo, 7 de febrero de 2010

Pareja perfecta


Nasrudin conversaba con un amigo.

"- Entonces, ¿Nunca pensaste en casarte?

- Sí pensé —respondió Nasrudin—. En mi juventud resolví buscar a la mujer perfecta. Cruce el desierto, llegué a Damasco, y conocí a una mujer muy espiritual y linda; pero ella no sabía nada de las cosas de este mundo.

Continué viajando, y fui a Isfahan; allí encontré una mujer que conocía el reino de la materia y el del espiritu, pero no era bonita.

Entonces resolví ir hasta El Cairo, donde cene en la casa de una moza bonita, religiosa, y conocedora de la realidad material.

- ¿Y por qué no te casaste con ella?

- ¡Ah, compañero mío! Lamentablemente ella también quería un hombre perfecto”.

Cuántos de nosotros estamos como el personaje de la historia, buscando una pareja perfecta tratando de llenar nuestras expectativas, olvidando que todos somos sólo seres humanos con cualidades y limitaciones.

Por eso antes de esperar a que alguien ideal llegue a nosotros, debemos preguntarnos si somos ideales para esa persona que deseamos atraer a nuestra vida.

No busques una pareja perfecta, busca a una persona que sienta el mismo amor, compromiso y entrega que tú.


(De la red)

El cofre de vidrios rotos



Érase una vez un anciano que había perdido a su esposa y vivía solo. Había trabajado duramente como sastre toda su vida, pero los infortunios lo habían dejado en bancarrota, y ahora era tan viejo que ya no podía trabajar.

Las manos le temblaban tanto que no podía enhebrar una aguja, y la visión se le había enturbiado demasiado para hacer una costura recta. Tenía tres hijos varones, pero los tres habían crecido y se habían casado, y estaban tan ocupados con su propia vida que sólo tenían tiempo para cenar con su padre una vez por semana.

El anciano estaba cada vez más débil, y los hijos lo visitaban cada vez menos.
— No quieren estar conmigo ahora -se decía- porque tienen miedo de que yo me convierta en una carga.
Se pasó una noche en vela pensando qué sería de él y al fin trazó un plan.

A la mañana siguiente fue a ver a su amigo el carpintero y le pidió que le fabricara un cofre grande. Luego fue a ver a su amigo el cerrajero y le pidió que le diera un cerrojo viejo. Por último fue a ver a su amigo el vidriero y le pidió todos los fragmentos de vidrio roto que tuviera.

El anciano se llevó el cofre a casa, lo llenó hasta el tope de vidrios rotos, le echó llave y lo puso bajo la mesa de la cocina. Cuando sus hijos fueron a cenar, lo tocaron con los pies.
— ¿Qué hay en ese cofre? preguntaron, mirando bajo la mesa.
— Oh, nada -respondió el anciano-, sólo algunas cosillas que he ahorrado.

Sus hijos lo empujaron y vieron que era muy pesado. Lo patearon y oyeron un tintineo.
— Debe estar lleno con el oro que ahorró a lo largo de los años -susurraron.

Deliberaron y comprendieron que debían custodiar el tesoro. Decidieron turnarse para vivir con el viejo, y así podrían cuidar también de él. La primera semana el hijo menor se mudó a la casa del padre, y lo cuidó y le cocinó. A la semana siguiente lo reemplazó el segundo hijo, y la semana siguiente acudió el mayor. Así siguieron por un tiempo.

Al fin el anciano padre enfermó y falleció. Los hijos le hicieron un bonito funeral, pues sabían que una fortuna los aguardaba bajo la mesa de la cocina, y podían costearse un gasto grande con el viejo. Cuando terminó la ceremonia, buscaron en toda la casa hasta encontrar la llave, y abrieron el cofre. Por cierto, lo encontraron lleno de vidrios rotos.
— ¿Qué triquiñuela infame! -exclamó el hijo mayor-. ¡Qué crueldad hacia sus hijos!
— Pero, ¿qué podía hacer? -preguntó tristemente el segundo hijo-. Seamos francos. De no haber sido por el cofre, lo habríamos descuidado hasta el final de sus días.

— Estoy avergonzado de mí mismo -sollozó el hijo menor-. Obligamos a nuestro padre a rebajarse al engaño, porque no observamos el mandamiento que él nos enseñó cuando éramos pequeños. Pero el hijo mayor volcó el cofre para asegurarse de que no hubiera ningún objeto valioso oculto entre los vidrios. Desparramó los vidrios en el suelo hasta vaciar el cofre.

Los tres hermanos miraron silenciosamente dentro, donde leyeron una inscripción que el padre les había dejado en el fondo: “Honrarás a tu padre y a tu madre”.

(William J. Bennet)

El Elefante y la Alondra




El elefante y la alondra eran amigos. La alondra le señalaba al elefante los rincones mas sombreados de la selva, y el elefante protegía con su presencia nocturna el nido de la alondra de serpientes voraces y ardillas rapaces.

Un día el elefante le dijo a la alondra que le tenia envidia por poder volar.

¡Cuanto le gustaría remontarse por los aires, ver la tierra desde las alturas, llegar a cualquier sitio en cualquier momento! Pero con su peso... ¡era imposible!

La alondra le dijo que era muy fácil. Se quitó con el pico una pluma de la cola y le dijo:

"Aprieta fuerte esta pluma en la boca, y agita rápidamente las orejas arriba y abajo"

El elefante hizo lo que la alondra le había dicho. Apretó con fuerza la pluma en la boca para que no se le fuese y comenzó a agitar sus grandes orejas arriba y abajo con toda su energía.

Poco a poco noto que se levantaba, despegaba, se sostenía en el aire y podía ir donde quisiese por los aires con toda facilidad.

Vio la tierra desde las alturas, vio los animales y los hombres, cruzo por lo alto el río profundo que había marcado el limite de su territorio, exploro paisajes desconocidos, y volvió al fin, feliz y contento a aterrizar al sitio donde había dejado a la alondra.

"No sabes cuanto te agradezco esta pluma milagrosa", le dijo.

Y se la guardo cuidadosamente detrás de la oreja para volver a usarla en cuanto quisiera volar otra vez.

La alondra le contesto: "Oh, esa pluma. La verdad es que no vale nada. Se me iba a caer de todos modos, y era inútil"

Pero tenia que darte algo para que creyeras, y se me ocurrió eso. Lo que te hizo volar fue lo bien que agitaste las orejas"

Y a ti ¿qué te impide volar?

(De la red)

¡Pobre Diablo!


Un día el Diablo le dijo a Dios:"¿Qué es esto? ¡Qué injusto! Haga lo que haga la gente, siempre que ocurre algo malo me echan la culpa a mí. ¿Qué culpa tengo yo?¡Soy inocente! Mira, te mostraré como me culpan por todo".

Había un fuerte carnero sujeto a una cuerda, que a su vez, estaba atada a una estaca. El Diablo aflojó la estaca y dijo: "Esto es todo lo que voy a hacer".

El carnero dio un tirón y arrancó la estaca del suelo. La puerta de la casa de su propietario estaba abierta y, en la entrada, había un hermoso espejo, enorme y antiguo. El carnero vio su reflejo en el espejo, agachó la cabeza y atacó. La luna quedó destrozada.

La dueña de la casa corrió escaleras abajo y vio su hermoso espejo, que había estado en la familia durante años, completamente destrozado.

Enfurecida, les gritó a los sirvientes: "¡Cortadle la cabeza a ese carnero! ¡Matadlo!". Así que los sirvientes mataron al animal.

Pero aquel carnero era una bestia especialmente querida de su marido, que le había dado de comer de su mano cuando era pequeño.

Así que al llegar a casa halló a su hermoso carnero muerto. "¿Quién le ha matado? ¿Quién ha podido hacer algo tan terrible?".

Su mujer gritó:

"Yo maté a tu carnero. Lo hice porque había destrozado ese espejo tan hermoso que me habían legado mis padres".

El marido, airado, replicó: "En ese caso, me divorcio de ti".

Los chismosos del vecindario les dijeron a los hermanos de la mujer que su marido iba a divorciarse de ella por causa del carnero que había matado.

Los hermanos se pusieron furiosos. Reunieron a sus parientes y salieron por el marido, armados con fusiles y espadas.

El marido oyó que venían y llamó a sus propios parientes a defenderle. Las dos familias comenzaron una disputa en la que se quemaron muchas casas y murieron muchas personas.

El Diablo dijo: "¿Ves? ¿Qué he hecho yo? Tan sólo mover la estaca. ¿Por qué voy a ser responsable de todas las cosas terribles que se hicieron los unos a los otros? Yo tan sólo aflojé un poquito la estaca".

Vigila tu estaca, no sabes cuándo el Diablo vendrá a aflojarla.

(Cuento de la tradición Sufí)

martes, 2 de febrero de 2010

El Calidoscopio


Existía un hombre que a causa de una guerra en la que había peleado de joven, había perdido la vista. Este hombre, para poder subsistir y continuar con su vida, desarrolló una gran habilidad y destreza con sus manos, lo que le permitió destacarse como un estupendo artesano; sin embargo, su trabajo no le permitía más que asegurarse el mínimo sustento.


Cierta Navidad quiso obsequiarle algo a su hijo de cinco años, quien nunca había conocido más juguetes que los trastos del taller de su padre con los que fantaseaba reinos y aventuras. Su papá tuvo entonces la idea de fabricarle, con sus propias manos un hermoso calidoscopio como uno que él tuvo en su niñez.


Por las noches fue recolectando piedras de diversos tipos que trituraba en decenas de partes, pedazos de espejos, vidrios, metales,... Tras la cena de Nochebuena pudo, finalmente imaginar a partir de la voz del pequeño, la sonrisa de su hijo al recibir el precioso regalo. El niño no cabía en sí de la dicha y la emoción que aquella increíble Navidad le había traído de las manos rugosas de su padre ciego.


Durante los días y las noches siguientes el niño fue a todos los sitios llevando el preciado regalo, y con él regresó a sus clases en la escuela del pueblo. En el descanso entre clase y clase, el niño exhibió y compartió lleno de orgullo su juguete con sus compañeros que se mostraban fascinados con aquella maravilla.


Uno de aquellos pequeños, tal vez el mayor del grupo, finalmente se acercó al hijo del artesano y le preguntó con mucha intriga: "Oye, que maravilloso caleidoscopio te han regalado...¿dónde te lo compraron?, no he visto jamás nada igual en el pueblo..." Y el niño, orgulloso de poder revelar aquella verdad emocionante desde su pequeño corazón, le contestó: "No, no me lo compraron en ningún sitio... me lo hizo mi papá" A lo que el otro pequeño replicó con cierto tono incrédulo: "¿Tu padre?...imposible... ¡si tu padre está ciego!"


Nuestro pequeño amigo se quedó mirando a su compañero, y al cabo de una pausa de segundos, sonrió como solo un portador de verdades absolutas puede hacerlo, y le contestó: "Sí... mi papá es ciego..., pero de los ojos... SOLAMENTE DE LOS OJOS..."

(De la web)