miércoles, 4 de febrero de 2009

Chin-Pirri-Pi-Chin


Cierto mercader chino, llamado Chum-Chum, que quiere decir, besugo en salsa, refería a unos muchachos, que le escuchaban embobados, la siguiente historia:
Hay en la provincia de Macao un paraje cercano a las orillas del Lago Azul, en el cual es tradición que existe un caballo de oro tal y tan lindo, como jamás se ha visto otro en el mundo. Está colocado sobre un alto pedestal, en cuya base dice: Chin-Pirri-pi-Chin
, que quiere decir, “quien me posea será feliz”. En efecto, quien logre cabalgar sobre animal tan hermoso irá adonde le plazca, sin más que desearlo; tendrá cuanto quiera con sólo pedirlo, y, en una palabra, logrará cuanto se le antoje.
El comerciante prosiguió:
-Si alguno de vosotros quiere acompañarme, yo le llevaré donde está el caballo, y hasta podré ayudare al logro de su empresa.
Mirándose con inquietud unos a otros, y solo aceptó la invitación un mozalbete de catorce años, llamado Pin-Pin, cuyo nombre significa “ensalada de rábanos”. Conviene advertir, que los chinos son muy brutos en eso de poner motes a los chicos.
Pin-Pin, no corto ni perezoso, dijo a Chin-Chin:
-Donde usted vaya voy yo y el caballo será mío.
-Pues vámonos ahora mismo.
Los padres de Pin-Pin eran muy viejecitos y vivían modestamente en una casucha de los alrededores de Pekín; el muchacho fue a su casa y se despidió de sus padres, prometiéndoles que volvería con su fortuna y en condiciones de que terminarán felizmente su vida.
La madre lo llamó aparte, y le dijo sollozando:
-Ya que quieres irte a correr aventuras en busca de riquezas, voy a confiarte un amuleto que viene de nuestros antepasados, y del cual nunca ha hecho uso ninguno de la familia. Empléalo en los casos de peligro, y el te salvará.
Y al decir esto entregó a Pin-Pin un grano de coral envuelto en un viejísimo pergamino.
-Para usarlo- exclamó,-no tienes más que decir:


Coralito, coral,
No me dejes mal.


Guardó el muchacho aquel talismán, y, despidiéndose cariñosamente de sus padres, se puso en camino acompañando a Chin-Chin, que entre paréntesis, era un tuno de tomo y lomo, que pensaba sacrificar al muchacho para apoderarse del caballo de oro.
En quince días de camino lograron llegar a una obscura caverna situada en la falda de una negrísima montaña.
-Ya hemos llegado- exclamó. Pero Pin-Pin, que estaba algo escamado de tantas idas y venidas, dijo:
-Usted dirá lo que quiera, pero yo no veo ni caballo ni oro; de modo que estamos aquí peor que en Pekín, porque allí ni siquiera hay caballos.
Sonrió Chin-Chin, y, acercándose a la caverna dio tres ladridos. Al momento se oyó ruido de cadenas y asomó la cabeza un descomunal oso negro, que dijo a Chin-Chin:
-¿A qué vuelves aquí? ¿Me traes lo prometido?
-Aquí lo traigo; mas a condición de que me dejes pasar adonde se encuentra el caballo de oro.
-Dámelo y pasa- gruó el oso. Y entonces Chin-Chin cogió al muchacho, y antes de que éste pudiera huir lo entregó a la fiera, que inmediatamente le echó la zarpa y se lo llevó a un rincón para comérselo. Pasó corriendo Chin-Chin y desapareció en el fondo de la caverna, donde se veía la hermosa luz del sol iluminando verdes prados y deliciosos bosquecillos.
-A tiempo has venido- exclamó en tanto el oso relamiéndose.- porque hace un año que no como niños crudos, que son mi plato favorito.
A todo esto Pin-Pin, a quien la sorpresa había privado de toda defensa, se animó ante la inminencia de la muerte, y dijo:


Coralito, coral
No me dejes mal.


Entonces apareció un garrote muy gordo por el aire y comenzó a sacudir al osa tan firme que le desportilló tres dientes y le reventó un grano que hacía cuatro meses no le dejaba sentarse a gusto.
El chico entre tanto corrió hacia la abertura de la gruta por donde había visto salir al que tan vilmente le había entregado, y al llegar a un bosquecillo vio que en una plazoleta se levantaba la estatua de oro que buscaba. Allí se encontraba Chin-Chin, dispuesto a subir a ella para cabalgar sobre el caballo mágico; más apenas logró subir a la altura, el caballo le propinó un mordisco y se convirtió en una soberbia col que en cuanto cayó al suelo echó raíces.
Pin-Pin vio que alrededor de la estatua había muchas coles, lo cual le probó que la empresa no era tan fácil como parecía, y, que antes que él la habían intentado muchos.
-Pues yo en col no me convierto- dijo el chico.
Y así fue que sacando nuevamente su talismán, exclamó


Coralito, coral
No me dejes mal.


Al pronto apareció un camello que dijo a Pin-Pin:
-Monta sobre mi jiba delantera y lánzate sobre el caballo de modo que caigas perfectamente montado, y sostente cuanto puedas durante un minuto y entonces serás dueño del animal. Mas para eso es preciso que montes al revés y te agarres de la cola.
-¡Traidor!- gritó el caballo.- ¿Está revelando mis secretos? pues no valdrán.
-Ya lo veremos- contestó el camello.
Dicho esto, comenzó a crecer, llevando a Pin-Pin sobre su jiba delantera, hasta que llegó a la altura del caballo; pero este entonces comenzó a saltar y dar vueltas a fin de que el muchacho no pudiera montar sobre su lomo. Mas no le valió la treta, pues en un momento Pin-Pin aprovechó el instante favorable, y antes que el caballo pudiera evitarlo estaba encima y oprimía con sus piernas el duro lomo del animal. En vano éste se encabritó y dio botes de carnero; Pin-Pin se agarró a la cola del caballo, y éste, después de inútiles esfuerzos, tuvo que darse por vencido.
-Mi amo eres- exclamó;- manda y serás obedecido.
-Lo primero que deseo es que le rompas un hueso al oso que a poco me devora.
En efecto, poco después salía el oso de la caverna cojeando y dando feroces gritos pidiendo a voces un médico para que le curase la fractura de una pata.
-Ahora-añadió Pin-Pin- quiero que a todas estas coles las vuelvas a su forma primitiva.
-Ya está-exclamó el caballo.
Y en el acto todas a aquellas plantas se convirtieron en hombres mas o menos chinos, que miraron a Pin-Pin con aspecto de asombro no exento de cierta envidia. Entre ellos estaba Chin-Chin con la boca abierta.
Pin-Pin le dijo:
-Por traidor te condeno a que vivas con el oso.
Pin-Pin, siempre a caballo sobre el corcel de oro, se remontó en el aire, con gran asombro de todos, y muy en breve llegó a la casa de sus padres; estos le recibieron con la natural alegría y Pin-Pin contó lo que había ocurrido, y con las riquezas que les dio el caballo vivieron felices.


Y aquí lectores, da fin
La aventura de Pin-Pin

(Cuentos de Calleja)

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