domingo, 26 de julio de 2009

El Barco Vacío

En un puerto del Mar de China había numerosos barcos a punto de embarcar, todos cargados hasta los topes de joyas, de sedas y de otras mercancías valiosas. Los mercaderes que los habían fletado se alegraban de llevarse todos estos tesoros a su país natal.

Poco antes de su partida, se les anunció que se preparaba una tempestad en alta mar y que sus barcos, cargados en exceso, no podrían resistirla. Pero los mercaderes, haciendo caso omiso de esta advertencia, decidieron partir sin más tardanza. Sólo uno de ellos descargó su barco y se hizo al mar vacío.

Más tarde, cuando se desencadenó la tempestad con una violencia extrema, los barcos demasiado cargados se hundieron. Únicamente el barco vacío permaneció a flote y pudo recuperar a todos los náufragos.

(Cuento budista)

martes, 21 de julio de 2009

El Reflejo de la Vida

Había una vez un anciano que pasaba los días pescando, sentado junto al rio, a la entrada de un pueblo. Un día pasó por allí un joven, se acercó y le dijo:

- Disculpe señor, soy nuevo aquí, nunca antes había venido por estos lugares. ¿Cómo es la gente de esta ciudad?

El anciano le respondió con otra pregunta:

-¿Cómo eran los habitantes de la ciudad de donde vienes?

-Egoístas y malvados, por eso estoy contento de haberme marchado de allí.

- Pues precisamente así son los habitantes de esta ciudad -le respondió el anciano.


Un poco después, pasó otro joven, se acercó al anciano y le expuso la misma cuestión:

-Perdone, justamente acabo de mudarme y es la primera vez que voy a entrar en esta ciudad, ¿podría decirme cómo son sus habitantes?

El anciano le respondió de nuevo con la misma pregunta:

-¿Cómo eran los habitantes de la ciudad de donde vienes?

-Eran buenos y generosos, hospitalarios, honestos y trabajadores. Tenía tantos amigos que me ha costado mucho separarme de ellos.

-Pues también los habitantes de esta ciudad son así -respondió el anciano.


Un hombre que había llevado a sus animales a beber agua al rio y que había escuchado ambas conversaciones, en cuanto el segundo joven se alejó le preguntó al anciano:

-¿Cómo puedes dar dos respuestas completamente diferentes a la misma pregunta realizada por dos personas?

-Mira -respondió el anciano-, es muy sencillo. Cada persona lleva el Universo en su corazón. Quien no ha encontrado nada bueno en su pasado, tampoco lo encontrará aquí. En cambio, aquel que tenía amigos en su ciudad, también aquí encontrará amigos fieles y leales. Porque las personas son lo que encuentran en sí mismas. Uno siempre encuentra lo que espera encontrar.

(Cuento sufí)

sábado, 11 de julio de 2009

Copihuapi

Cuenta la historia que, debajo de Salsipuedes, existe un lugar llamado Copihuapi. Este lugar está habitado por unos duendes pequeñitos, apenas del tamaño de un gato flaco. Sus narices son puntiagudas y sus orejas largas, casi tan largas como las de los conejos. Viven en forma muy organizada. Cada uno de ellos tiene una función específica que debe cumplir para que la comunidad no se desarticule. Hay cocineros, lavadores, médicos de duendes, maestros, agricultores, bomberos, pintores, constructores de casitas y todas las profesiones necesarias para que su sociedad siga adelante con comodidad. Excepto una: no hay fabricantes de gorros. Ningún copihuapense pudo aprender a hacer gorros ni sombreros y todos andarían con la cabeza descubierta si no fuera porque salen por las noches a cazar medias.
Cuando todo mi pueblo está inmóvil y el silencio se trenza con la oscuridad bajo los álamos... a la hora en que la luna sube a lo más alto del cielo, los duendes salen atravesando sus túneles parecidos a madrigueras y se esconden debajo de las camas. Esperan a que los chicos estén soñando con ángeles y misterios, para asomarse, despacito y silenciosamente, y empezar la cacería. Como son muy coquetos no les gusta usar el mismo gorro todos los días ni tener gorros del mismo color, por eso capturan una sola media de cada par y las llevan poco a poco para que nadie sospeche. Imaginen que, de pronto, en una casa falten todas las medias que corresponden a los pies derechos de la familia... se armaría un lío bárbaro... todos andarían con un pie desabrigado y buscarían resolver el misterio de la desaparición. En cambio, al faltar sólo alguna, los grandes creen que se la tragó el lavarropas o que se la llevó el perro para mordisquearla.

Apenas cazan una media, los duendes se la ponen en la cabeza. Algunos la usan con la punta anudada, otros la arremangan hasta que queda como un casquito y también están los que la llevan con el extremo colgando y le cosen un adorno (como un cascabel, un pompón o un botón dorado). Después vuelven a su hogar y cuando se reúnen con sus amigos presumen y compiten para ver quién lleva el gorro más bonito.

Pero los duendes de las medias son muy agradecidos. Cuando se llevan una media, dejan a cambio un obsequio para quien había sido su dueño. Casi siempre son cosas que pasan desapercibidas, cosas que llegan sin que nos demos cuenta, como un sueño muy lindo o un deseo que se cumple, una musiquita que nos arrulla mientras dormimos, una brisa fresca que entra por la ventana en el verano. Pero a veces nos dejan cosas que sí podemos tocar, aunque no sepamos cómo llegaron: una piedrita de hermoso color, un caracol que se arrastra dejando una huella brillante sobre las baldosas, el silbido finito de un pájaro frente a la ventana o un par de mariposas que revolotean sobre un charquito.

Lo importante es que los chicos sepan, y puedan contarle a sus mamis, que cuando falta una media no se perdió por descuido. Sino que, en realidad, un copihuapense la cazó y, seguramente, anda por Copihuapi luciéndola sobre su cabeza.

(Isabel Ali)

(Mención de Honor en el Certamen de Cuentos Infantiles de la Asociación Mundial de Educadores 2007, Madrid, España.)

domingo, 5 de julio de 2009

El Ojo del Cielo

Cuando ninguno, pero ninguno, de los abuelos de nuestros abuelos había nacido, la Tierra era un lugar en el cual, apenas el sol se escondía tras el horizonte, la gente se iba a dormir de inmediato porque todo se entenebrecía y las estrellas eran puntos celestes sin ningún brillo. En ese tiempo no existía la luna. La noche caía como una manta pesada sobre los campos y los ríos, y hasta los animales se metían en sus escondrijos hasta que amanecía.

Cuentan que, una tarde de verano, los niños jugaban a las escondidas entre los árboles. Las madres llamaron a sus hijos para que entraran a sus casas antes que la luz del sol desapareciera. Todos los chicos volvieron, menos Rafael.

Rafael se había dormido detrás de una roca mientras esperaba que descubrieran su escondite.


Cuando la mamá notó su ausencia, el último rayito dorado se escapaba tras las montañas. Los adultos salieron a buscarlo en la oscuridad. Pero era inútil... ¡la noche era tan negra! Rafael dormía profundamente y no escuchó que los hombres gritaban su nombre y tropezaban chocando con los pinos.

Entonces, las mujeres encendieron un fuego en un claro del bosque y, tomadas de las manos, le pidieron al cielo que las ayudara. El cielo lo meditó durante unos minutos y sintió que el ruego llegaba con tanto amor que era imposible ignorarlo. Al fin, decidió abrir uno de sus ojos. Era redondo como un anillo, blanco como la sal y brillante como una perla. El bosque se iluminó de pronto, como si estuviera por amanecer, y las estrellas refulgieron como espejos de plata lustrada. Los hombres encontraron a Rafael y se reunieron con las mujeres y los niños a admirar la belleza del resplandor.

Dicen que el ojo del cielo es la luna. Dicen que nunca más se cerró por las noches. Para que los hombres puedan encontrar lo que buscan. Para que los niños no se pierdan. Y para que las mujeres recuerden que el cielo siempre concede aquello que el amor clama, con las manos unidas, cerca de una hoguera.

(Isabel Ali)