lunes, 21 de marzo de 2011

El Diamante

Érase una vez, hace mucho tiempo, un Rey que vivía en Irlanda.
En aquellos tiempos, Irlanda estaba dividida en muchos reinos pequeños, y el reino de
aquel Rey era uno más entre esos muchos. Tanto el Rey como el reino no eran
conocidos, y nadie les prestaba mucha atención.


Pero un día, el Rey heredó un gran diamante de belleza incomparable de un
familiar que había muerto. Era el mayor diamante jamás conocido. Dejaba
boquiabiertos a todos los que tenían la suerte de contemplarlo. Los demás
Reyes empezaron a fijarse en este Rey porque, si poseía un diamante como
aquél, tenía que ser algo fuera de lo común.

El Rey tenía la joya expuesta en una urna de cristal para que todos los que
quisieran, pudieran acercarse a admirarla. Naturalmente, unos guardianes
bien armados mantenían aquel diamante único bajo una constante vigilancia.
Tanto el Rey como el reino prosperaban, y el Rey atribuía al diamante su
buena fortuna.

Un día, uno de los guardias, nervioso, solicitó permiso para ver al Rey. El
guardián temblaba como una hoja. Le dio al Rey una terrible noticia: había
aparecido un defecto en el diamante. Se trataba de una grieta, aparecida
justamente en la mitad de la joya. El Rey se sintió horrorizado y se acercó
corriendo hasta el lugar donde estaba instalada la urna de cristal para
comprobar por sí mismo el deterioro de la joya.

Era verdad. El diamante había sufrido una fisura en sus entrañas, defecto
perfectamente visible hasta en el exterior de la joya. Decidió convocar a
todos los joyeros del reino para pedir su opinión y consejo, pero sólo le
dieron malas noticias. Le aseguraron que el defecto de la joya era tan
profundo que si intentaban subsanarlo, lo único que conseguirían sería que
aquella maravilla perdiera todo su valor, y que si se arriesgaban a partirla
por la mitad para conseguir dos piedras preciosas, la joya podría con toda
probabilidad, partirse en millones de fragmentos.

Mientras el Rey meditaba profundamente sobre esas dos únicas tristes
opciones que se le ofrecían, un joyero, ya anciano, que había sido el último
en llegar, se le acercó y le dijo:

- Si me da una semana para trabajar en la joya, es posible que pueda
repararla.

Al principio, el Rey no dio crédito alguno a sus palabras, porque los demás
joyeros estaban totalmente seguros de la imposibilidad de arreglarla.
Finalmente el Rey cedió, pero con una condición: la joya no debía salir del
palacio real. Al anciano joyero le pareció bien el deseo del Rey. Aquél
era un buen sitio para trabajar, y aceptó también que unos guardianes
vigilaran su trabajo desde el exterior de la puerta del improvisado taller,
mientras él estuviese trabajando en la joya.

Aún costándole mucho, al no tener otra opción, el Rey dio por buena la
oferta del anciano joyero. A diario, él y los guardianes se paseaban
nerviosos ante la puerta de aquella habitación. Oían los ruidos de las
herramientas que trabajaban la piedra con golpes y frotamientos muy suaves.
Se preguntaban qué estaría haciendo y qué es lo que pasaría si el anciano
los engañaba.

Al cabo de la semana convenida, el anciano salió de la habitación. El Rey y
los guardianes se precipitaron al interior de la misma para ver el trabajo
del misterioso joyero. Al Rey se le saltaron las lágrimas de la alegría.
¡Su joya se había convertido en algo incomparablemente más hermoso y valioso
que antes! El anciano había grabado en el diamante una rosa perfecta, y la
grieta que antes dividía la joya por la mitad, se había convertido en el
tallo de la rosa.
Pon amor en las cosas que haces y las cosas tendrán sentido. Retírales
el amor y se tornaran vacías.

Vacío


Un célebre esgrimidor de sables japonés, que se decía adepto al zen, fue al encuentro del maestro Dukuon y le dijo, no sin un leve aire de triunfo, que todo lo que existía era el vacío, que nada distinguía al yo del tú, etc. El maestro lo escuchó un momento en silencio, luego cogió su pipa y golpeó con fuerza al soldado en el cráneo.
El hombre saltó, cogió su sable y amenazó al monje.
-Vaya- dijo éste muy tranquilo-. el vacío no tarda en montar en cólera.

martes, 15 de marzo de 2011

El Leñador Eficiente


Había una vez un leñador que se presentó a trabajar en una maderera. El sueldo era bueno y las condiciones de trabajo mejores aún, así que el leñador se propuso hacer un buen papel.

El primer día se presentó al capataz, que le dio un hacha y le asignó una zona del bosque.

El hombre, entusiasmado, salió al bosque a talar.

En un solo día cortó dieciocho árboles.

-Te felicito -le dijo el capataz-. Sigue así.

Animado por las palabras del capataz, el leñador se decidió a mejorar su propio trabajo al día siguiente. Así que esa noche se acostó bien temprano.

A la mañana siguiente, se levantó antes que nadie y se fue al bosque.

A pesar de todo su empeño, no consiguió cortar más de quince árboles.

«Debo estar cansado», pensó. Y decidió acostarsecon la puesta de sol.

Al amanecer, se levantó decidido a batir su marca de dieciocho árboles. Sin embargo, ese día no llegó ni a la mitad.

Al día siguiente fueron siete, luego cinco, y el último día estuvo toda la tarde tratando de talar su segundo árbol.

Inquieto por lo que diría el capataz, el leñador fue a contarle lo que le estaba pasando y a jurarle y perjurarle que se estaba esforzando hasta los límites del desfallecimiento.

El capataz le preguntó: «¿Cuándo afilaste tu hacha por última vez?».

-¿Afilar? No he tenido tiempo para afilar: he estado demasiado ocupado talando árboles.

¿De qué cosas importantes nos estamos olvidando?

(De la red)

sábado, 12 de marzo de 2011

El pescador y las piedras


Un pescador iba todas las noches hasta la playa para tirar su red; sabía que cuando el sol sale los peces vienen a la playa a comer almejas, por eso siempre colocaba su red antes del amanecer.
Tenía una casita en la playa y bajaba muy de noche con la red al hombro. Con los pies descalzos y la red medio desplegada entraba en el agua.
Esta noche de la cual habla el cuento, cuando estaba entrando en el agua sintió que su pie golpeaba contra algo muy duro en el fondo.
Toqueteó y vió que era algo duro, como unas piedras envueltas en una bolsa.
Entonces pensó: "¿quién es el tarado que tira estas cosas en mi playa?. Y encima yo soy tan distraido que cada vez que entre me las voy a llevar por delante… "

Así que dejó de tender la red, se agachó, agarró la bolsa y la sacó del agua.

Estaba todo muy oscuro, y quizás por eso, cuando volvió, otra vez se llevó por delante la bolsa con las piedras, ahora en la playa.
Y pensó ‘soy un tarado’.
Así que sacó su cuchillo, abrió la bolsa y tanteó. Había unas cuantas piedras del tamaño de pequeños pomelos pesados y redondeados.
El pescador volvió a pensar ‘quien será el idiota que embolsa piedras para tirarlas al agua’.
Instintivamente tomó una, la sopesó en sus manos y la arrojó al mar.
Unos segundos después sintió el ruido de la piedra que se hundía a lo lejos. ¡Plup!.
Entonces metió la mano otra vez y tiró otra piedra. Nuevamente escuchó ¡Plup!
Y tiró para otro lado ¡Plaf!. Y luego lanzó dos a la vez y sintió ¡plup-plup! Y trató de tirarlas más lejos y de espaldas y con toda su fuerza ¡Plup-plaf!
Y se entretuvo, escuchando los diferentes sonidos, calculando el tiempo y probando de dos en dos, de una en una, con los ojos cerrados, tiro de tres…tiraba y tiraba las piedras al mar.
Hasta que el sol empezó a salir.
El pescador palpó y tocó una sola piedra adentro de la bolsa.
Entonces se preparaba para tirarla más lejos que las demás, porque era la última y porque el sol ya salía.

Y cuando estiró el brazo hacia atrás para darle fuerza al lanzamiento el sol empezó a alumbrar, viendo entonces que en la piedra había un brillo dorado y metálico que le llamaba la atención.
El pescador detuvo el impulso para arrojarla y la miró. La piedra reflejaba el sol entre el moho que la recubría.
El hombre la frotó como si fuera una manzana, contra su ropa, y la piedra empezó a brillar más todavía.
Asombrado la tocó y se dió cuenta de que era metálica. Entonces empiezó a frotarla y a limpiarla con arena y con su camisa, y vió que la piedra era de oro puro. Una piedra de oro macizo del tamaño de un pomelo.
Pero su alegría se borró cuando pensó que esta piedra es seguramente igual a las otras que tiró.
Y se dijo entonces : "¡Qué tonto he sido!. Tuve entre mis manos una bolsa llena de piedras de oro y las fui tirando fascinado por el sonido estúpido de las piedras al entrar al agua."

Y empezó a lamentarse y a llorar y a dolerse por las piedras perdidas, pensando que era un desgraciado, que era un pobre tipo, un tarado, un idiota…

Y empiezó a pensar: "Si entrara y consiguiera un traje de buzo y si fuera por abajo del mar, si fuera de día, si trajera un equipo de buzos para buscarlas", y lloraba más todavía mientras se lamentaba a gritos…

El sol terminó de salir y él se dio cuenta de que todavía tenía la piedra, se da cuenta de que el sol podría haber tardado un segundo más o él podría haber tirado la piedra más rápido, de que podría no haberse enterado nunca del tesoro que tenía en sus manos. Entonces pensó finalmente que tenía un tesoro, y que este tesoro era en sí mismo una fortuna enorme para un pescador como él y que la suerte significa poder tener el tesoro que aún tenía.

‘Ojalá podamos ser sabios para no llorar por aquellas piedras que quizás desprevenidamente desperdiciamos, por aquellas cosas que el mar se llevó y tapó y podamos, de verdad, prepararnos para ver el brillo de las piedras que tenemos y disfrutar en el presente eterno de cada una de ellas…’

Merendando con Dios


Había una vez un pequeño niño que quería conocer a Dios.
Él sabía que era un largo viaje llegar hasta donde Dios vivía, así es que preparó su mochila con sandwiches y botellas de leche chocolatada y comenzó su viaje.

Cuando había andado tres cuadras, se encontró con un viejecita. Ella estaba sentada en el parque observando a unas palomas.

El niño se sentó a su lado y abrió su mochila. Estaba a punto de tomar un trago de su leche chocolatada cuando notó que la viejecita parecía hambrienta, así es que le ofreció un sandwich.
Ella agradecida lo aceptó y le sonrió. Su sonrisa era tan hermosa que el niño quiso verla otra vez, así que le ofreció una leche chocolatada. Una vez más, ella le sonrió. El niño estaba encantado.

Permanecieron sentados allí toda la tarde comiendo y sonriendo, aunque nunca se dijeron ni una palabra.
A medida que oscurecía, el niño se dió cuenta de cuan cansado estaba y se levantó para marcharse.
Antes de dar unos pasos más, se dió la vuelta, corrió hacia la viejecita y le dió un abrazo. Ella le ofreció su sonrisa más amplia.

Cuando el niño abrió la puerta de su casa un rato más tarde, a su madre le sorprendió la alegría en su rostro.
Ella le preguntó: “¿Qué hiciste hoy que te puso tan contento?” Él le respondió: “Almorcé con Dios.”
Pero antes de que su madre pudiese responder añadió: “¿Y sabes qué? ¡Ella tiene la sonrisa más hermosa que he visto!”

Mientras tanto la viejecita, también radiante de dicha, regresó a su casa. Su vecina estaba impresionada con el reflejo de paz sobre su rostro, y le preguntó: “¿Qué hiciste hoy que te puso tan contenta?” Y ella respondió:
“Yo comí sandwiches con Dios en el parque”. Pero antes de que su vecina respondiera a esto, añadió: ” ¿Sabes, es mucho más jóven de lo que esperaba.”

Dos lobos


Un viejo amerindio estaba hablando con su nieto.

Le decía:
- "Me siento como si tuviera dos lobos peleando en mi corazón. Uno de los dos es un lobo enojado, violento y vengador. El otro está lleno de amor y compasión".

El nieto preguntó:
"Abuelo, dime, Cuál de los dos lobos ganará la pelea en tu corazón?"

El abuelo contestó:
- "Aquel que yo alimente" . .
.

El abuelo y el nieto


Un atardecer cálido. Las golondrinas juegan teniendo el firmamento como fondo. El sabio abuelo camina satisfecho junto a su nieto. Es un niño vivaz y despierto, lleno de inquietudes espirituales, ávido de respuestas.

Abuelo - dice quebrando el silencio perfecto de la tarde -, cuando el cuerpo muere, ¿qué sucede?

- El cuerpo muere, pero el Ser nunca muere. Él es el Ser de todo el Universo. Es la esencia sutil de todo el mundo.

-¡Oh, abuelo! - se lamenta el muchachito -, no termino de comprender. ¿Puedes explicármelo mejor?

- Coge un fruto de aquel árbol.

El niño, presuroso, lo coge y lo trae entre sus manos.

- Quítale la cáscara - dice el abuelo: ¿Qué ves?

- El fruto.

- Abre el fruto. ¿Qué ves?

- Granos.

- Abre un grano. ¿Qué ves?

- Minúsculos granitos.

- Abre uno. ¿Qué ves?

- Nada, querido abuelo, nada.

Y el abuelo declara: Ésa esencia sutil que tú no ves es el Ser. Mantiene en pie el gran árbol. Nos mantiene vivos a ti y a mí. Hace que el río fluya y el fuego arda. Anima todos vastos espacios. Tú, querido mío, mi muy amado nieto, no ves esa esencia sutil, pero está ahí...

El niño, satisfecho, agarró la mano temblorosa y envejecida de su querido abuelo. Apaciblemente, se fundieron con el horizonte como el azúcar se funde con el agua.

martes, 8 de marzo de 2011

Como los muertos

Desde tiempos inmemoriales los maestros hindúes han insistido en la necesidad de mantenerse conectado con el ángulo de quietud tanto en lo agradable como en lo desagradeable. Han exhortado siempre a la ecuanimidad, que es esa energía de claridad que nos permite ser nosotros mismos a pesar de la contingencia y las viscisitudes, ya que en el mundo exterior todo es fluctuante.

El discípulo llevaba meses recibiendo aplicadamente la enseñanza espiritual del mentor. Un día, de repente, el amestro miró a los ojos al discípulo y le dijo:

- Sé como un muerto.

El discípulo se quedó perplejo. No entendía nada.

- No te comprendo, maestro -vaciló- A qué te refieres?

El maestro sonrió. Era la sonrisa del que ha alcanzado la calma profunda.

- Mi muy querido -dijo-, acércate al cementerio más cercano y, con todas las fuerzas de tus jóvenes y vigorosos pulmones, empieza a gritar toda suerte de halagos a los muertos.

Aunque sorprendido, el disípulo siguió las indicaciones del mentor y acudió al cementerio. Comenzó durante varios minutos a gritar halagos a los muertos. Luego regresó ante el maestro, quien le preguntó:

- Qué han respondido los muertos?
- Nada, maestro, no han respondido nada.
- Muy bien. Pues vuelve ahora al cementerio y comienza a proferir insultos contra los muertos.

Así lo hizo el discípulo. Una vez en el cementerio empezó a gritar insultos contra los muertos y luego regresó junto al maestro.

- Qué han respondido los muertos?
- Nada- respondió el discípulo-. Nada en absoluto.

Y el maestro dijo:

- Así tienes que ser tú siempre, como un muerto, o sea, indiferente a los halagos y a los insultos.

El Maestro declara:

Los que hoy te elogian, mañana te pueden insultar; los que hoy te insultan, mañana te pueden halagar. Permanece indiferente a halagos e insultos.

(De "Cuentos Hindúes" de Ramiro Calle)

lunes, 7 de marzo de 2011

Los tres milagros del sabio

Tres personas iban caminando por una vereda de un bosque; un sabio con fama de hacer milagros, un poderoso terrateniente del lugar y, un poco atrás de ellos y escuchando la conversación, iba un joven estudiante alumno de sabio.
Fue entonces cuando el poderoso dirigiéndose al sabio dijo: -"Me han dicho en el pueblo que eres una persona poderosa y que inclusive puedes hacer milagros".
-"Soy una persona vieja y cansada...¿como crees que yo podría hacer milagros? respondió.
-"me han dicho que sanas a los enfermos, haces ver a los ciegos y vuelves cuerdos a los locos... esos milagros solo los puede hacer alguien muy poderoso".
-"¿te refieres a eso?... Tú lo has dicho, esos milagros solo los puede hacer alguien muy poderoso... no un viejo como yo.. Esos milagros lo hace Dios, yo solo pido se conceda un favor al enfermo o para el ciego y todo el que tenga la fe suficiente en Dios puede hacer lo mismo.
-yo quiero tener la misma fe para realizar los mismos milagros que tú haces... muéstrame un milagro para poder creer en tu Dios.
Ante la insistencia de aquel hombre poderoso, el sabio acepto mostrarle tres milagros. Y así, con la mirada serena y sin hacer ningún movimiento le preguntó:
-¿Esta mañana volvió a salir el sol?
-Si, claro que sí.
-Pues ahí tienes un milagro... el milagro de la luz.
-No, yo quiero ver un verdadero milagro, oculta el sol, saca agua de un piedra... mira, hay un conejo herido junto a la vereda, tócalo y sana sus heridas.
-¿Quieres ver un verdadero milagro? No es verdad que tu esposa acaba de dar a luz hace algunos días?.
-¡Si! fue varón y es mi primogénito.
-Ahí tienes el segundo milagro, el milagro de la vida.
-Sabio...tu no me entiendes, quiero ver un verdadero milagro.
-¿Acaso no estamos en época de cosecha?, ¿no hay trigo y sorgo donde hace solo unos meses había tierra?
-Si, igual que todos los años.
-Pues ahí tienes el tercer milagro...
-Creo que no me he explicado, lo que yo quiero...
Sus palabras fueron cortadas por el sabio, quien convencido de la obstinación de aquel hombre y seguro de no hacerle poder comprender la maravilla que existe en todo aquello que le había mostrado, señalo:
-te he explicado bien, yo hice todo lo que podía hacer por ti, si lo que encontraste no es lo que buscabas, lamento desilusionarte, yo he hecho todo lo que podía hacer.
Dicho esto, el poderoso terrateniente se retiro ,muy desilusionado por no haber encontrado lo que buscaba. El sabio y su alumno se quedaron parados en la vereda. Cuando el poderoso terrateniente iba muy lejos como para ver lo que hacían el sabio y su alumno, el sabio se dirigió a la orilla de la vereda, tomó el conejo, sopló sobre él y sus heridas quedaron sanadas; el joven estaba algo desconcertado:
-Maestro te he visto hacer milagros como este casi todos los días, ¿Por qué te negaste a mostrarle uno al caballero’
-lo que buscaba el no era un milagro, sino un espectáculo, le mostré tres milagros y no pudo verlos. Para ser rey primero hay que ser príncipe, para ser maestro primero hay que ser alumno… no puedes pedir grandes milagros si no has aprendido a valorar los pequeños milagros que se te muestran día a día.

(Anónimo)

Confusión en el Cielo

Cierta vez, le pregunté a Ramesh, uno de mis maestros de la India:

- Por qué existen personas que salen fácilmente de los problemas más complicados, mientras que otras sufren por problemas muy pequeños, muriendo ahogadas en un vaso de agua?
El simplemente sonrió y me contó esta historia...

"Era un sujeto que vivió amorosamente toda su vida.

Cuando murió, todo el mundo dijo que se iría al cielo.

Un hombre bondadoso como él solamente podría ir al Paraíso.

Ir al cielo no era tan importante para aquel hombre, pero igual el fue para allá. En esa época, el cielo todavía no había tenido un programa de calidad total.

La recepción no funcionaba muy bien.

La chica que lo recibió dió una mirada rápida a las fichas que tenía sobre el mostrador, y como no vio el nombre de él en la lista, lo orientó para ir al Infierno.

En el Infierno, Ud. Sabe cómo es. Nadie exige credencial o invitación, cualquiera que llega es invitado a entrar.

El sujeto entró allí y se fue quedando.

Algunos días despues, Lucifer llegó furioso a las puertas del Paraíso para pedirle explicaciones a San Pedro:


- Esto es sabotaje! Nunca imaginé que fuese capaz de una bajeza semejante.

Eso que Ud. está haciendo es puro terrorismo!

Sin saber el motivo de tanta furia, San Pedro preguntó, sorprendido, de qué se trataba.

Lucifer, transtornado, gritó:

- Ud. mandó a ese sujeto al Infierno y él está haciendo un verdadero desastre allí.

El llegó escuchando a las personas, mirándolas a los ojos, conversando con ellas.

Ahora, está todo el mundo dialogando, abrazándose, besándose. El Infierno está insoportable, parece el Paraíso!

Y entonces hizo un pedido:

- Pedro, por favor, agarre a ese sujeto y tráigalo para acá!"

Cuando Ramesh terminó de contar esta história me miró cariñosamente y dijo:

- Vive con tanto amor en el corazón, que si por error, fueses a parar el Infierno, el propio demonio te lleve de vuelta al Paraíso.

Los problemas forman parte de nuestra vida, pero no dejes que ellos te transformen en una persona amargada. Las crisis siempre sucederán y a veces no tendrás opción.

Tu vida está sensacional y de repente puedes descubrir que un ser querido está enfermo; que la política económica del país cambió, y que infinitas posibilidades de preocupación aparecen.

En las crisis no puedes elegir, pero puedes elegir la manera de enfrentarlas.

Y, al final, cuando los problemas sean resueltos, mas que sentir orgullo por haber encontrado la solución, tendrás orgullo de ti mismo.

(Anónimo)

Amor ciego

Una pareja de jóvenes estaban muy enamorados y se iban a casar. Unos meses antes de la boda, la novia tuvo un accidente y quedó con el rostro totalmente desfigurado...

"No puedo casarme contigo”, le comunicó en una carta a su novio, “quedé marcada y muy fea para siempre, búscate a otra joven hermosa como tú te mereces, yo no soy digna de ti”

A los pocos días la muchacha recibió esta respuesta de su novio: “El verdadero indigno soy yo, tengo que comunicarte que he enfermado de la vista y el médico me dijo que voy a quedar ciego... Si aún así estás dispuesta a aceptarme, yo sigo deseando casarme contigo”

Y se casaron, y cuando lo hicieron, el novio estaba ya totalmente ciego. Vivieron 20 años de amor, felicidad y comprensión, ella fue su lazarillo, se convirtió en sus ojos, en su luz, el amor los fue guiando por ese túnel de tinieblas.

Un día ella enfermó gravemente y cuando agonizaba, se lamentaba por dejarlo solo entre esas tinieblas. El día que ella murió, él abrió sus ojos ante el desconcierto de todos.,“no estaba ciego” - dijo- “fingí serlo para que mi mujer no se afligiera al pensar que la veía con el rostro desfigurado, ahora mi amor descansa en ella”

El verdadero amor ve más allá de la belleza física, porque el verdadero amor, va con el corazón. Vivimos en un mundo de apariencias, donde se califica a las personas según su aspecto físico, pero el verdadero amor embellece más que el más caro tratamiento de belleza; la belleza se acaba, pero el amor verdadero vive para siempre.


La mano

Una vez, una maestra pidió a sus alumnos de primer grado que hiciesen un dibujo de alguna cosa de la que estuviesen agradecidos. Ella pensó que seguramente todos ellos eran hijos de familias pobres no tendrían mucho que agradecer, así que dibujarían platos de comida, o alguna cosa por el estilo.

Sin embargo, la profesora quedó sorprendida con el dibujo que hizo uno de sus alumnos... Era una mano, dibujada de forma sencilla e infantil.

Pero, ¿de quién era la mano? Toda la clase quedó encantada con aquel dibujo.

"Creo que debe ser la mano de Dios", dijo un niño

"No, yo creo que que es la mano de un granjero que está dando de comer de comer a las gallinas", dijo otro.

Cuando finalmente todos volvieron a su trabajo, la profesora se aproximo de su alumno y le preguntó de quien era la mano.

"Es su mano, profesora" -murmuró él.

El sufrimiento de Kisagotami

En tiempos de Buda, murió el único hijo de una mujer llamada Kisagotami.
Incapaz de soportar siquiera la idea de no volver a verlo, la mujer dejó el cadáver de su hijo en la cama y durante muchos días lloró y lloró implorando a los dioses que le permitieran morir a su vez.
Como no encontraba consuelo, empezó a correr de una persona a otra en busca de una medicina que le ayudara a seguir viviendo sin su hijo o, de lo contrario, a morir como él.
Le dijeron que Buda la tenía:
Kisagotami fue a ver a buda, le rindió homenaje y le preguntó:
-¿Puedes preparar una medicina que me sane este dolor o me mate para no sentirlo?
-Conozco esa medicina-contestó Buda-, pero para prepararla necesito ciertos ingredientes.
-¿qué ingredientes?-Preguntó la mujer.
-El más importante es una vaso de vino casero- dijo Buda.
-Ya mismo lo traigo- Dijo Kisagotami. Pero antes de que se marchara, Buda añadio:
-Necesito que el vino provenga de un hogar donde no haya muerto ningún niño, cónyuge, padre o sirviente.
La mujer asintió y, sin perder tiempo, recorrió el pueblo, casa por casa, pidiendo el vino. Sin embargo, en cada casa que visitaba le sucedía lo mismo. Todos estaban dispuestos a regalarle el vino, pero al preguntar si había muerto alguien, ella encontró que todos los hombres habían sido visitados por la muerte. En una vivienda había muerto una hija, en otra un sirviente, en otras el marido o alguno de los padres.
Kisagotami no pudo hallar un hogar donde no se hubiera experimentado el sufrimiento de la muerte.
Al darse cuenta de que no estaba sola en su dolor, la madre se desprendió del cuerpo sin vida de su hijo y fue a ver a Buda. Se arrodilló frente a él y le dijo:-Gracias... comprendí