miércoles, 26 de enero de 2011

Los dos hermanos


Dos hermanos viajaban juntos; hacia el mediodía tendiéronse en el bosque para descansar.

Cuando despertaron, vieron cerca de ellos una piedra, con una inscripción; la descifraron y esto fue lo que leyeron:

«Que quien encuentre esta piedra camine por el bosque hacia el Oriente; en su camino hallará un río; que lo atraviese; a la otra ribera verá a una osa con sus oseznos; que coja los oseznos y escape a la montaña sin volverse. Allí verá una casa, y en aquella casa encontrará la dicha.»

Entonces dijo el menor al mayor:

-Vamos juntos; quizá podamos atravesar el río, coger los oseznos, llevarlos a aquella casa y encontrar ambos la dicha.

Pero el mayor replicó:

-No iré en busca de los osos, ni te aconsejo que lo hagas. En primer lugar, porque nada prueba la veracidad de esta inscripción, que acaso sea una broma; en segundo, porque es muy posible que la hayamos leído mal; y en tercero, aun admitiendo que eso sea la verdad, pasaremos la noche en el bosque, no hallaremos el río y nos extraviaremos. Y aun cuando hallásemos el río, ¿podríamos pasarlo? Quizá sea muy ancho y su corriente rápida. Mas, dado que lo pasásemos, ¿crees cosa fácil apoderarse de los oseznos? La osa nos degollaría y en vez de la dicha, encontraríamos la muerte. Por otra parte, aunque consiguiéramos apoderarnos de los oseznos, no nos sería posible escapar sin que descansásemos sino hasta haber llegado a la montaña. Por último, allí no se ve qué dicha es la que se encuentra en aquella casa; quizá sea una dicha de la que nada podamos hacer.

Y el hermano menor repuso:

-No soy de tu opinión; sin objeto no se escribió eso en esta piedra. El sentido de la inscripción es claro y preciso. Desde luego, no hay que correr tan gran peligro. En segundo lugar, si no vamos nosotros podrá otro descubrir esta piedra, hallar la dicha en lugar nuestro y nosotros no obtendremos nada. Por otra parte, nada se consigue en el mundo sin esfuerzo. Y, además, yo no quiero pasar por cobarde.

A lo que dijo el hermano mayor:

-Sabes el proverbio: «La codicia rompe el saco», o aquel otro: «Más vale pájaro en mano que ciento en el aire.»

Replicó el menor:

-Y yo he oído decir: «Quien no se arriesga no pasa la mar», y también: «Bajo una piedra inmóvil no corre el agua.» Pero me parece que es hora de partir.

Marchó el menor y el otro se quedó.

Un poco más lejos, en el bosque, el menor encontró un río, lo atravesó, y junto a la orilla vio una osa que dormía; cogió los oseznos y sin volver la cabeza, echó a correr hacia la montaña.

En cuanto llegó a la cima, una multitud de gente salió a su encuentro y transportole a la ciudad, donde se le nombró rey.

Reinó cinco años; al sexto, otro soberano más fuerte que él, le declaró la guerra, se apoderó de la ciudad y le expulsó.

Entonces, el hermano menor erró de nuevo y volvió a la casa del mayor, que vivía pacíficamente en el campo, ni rico ni pobre.

Ambos hermanos sintieron mucho gusto contándose su vida.

-Bien ves -díjole el mayor- que yo estaba en lo cierto. He vivido sin sobresaltos, y tú, que fuiste rey, piensa cuán atormentada fue tu vida.

Respondió el menor:

-No deploro mi aventura del bosque; cierto que ahora ya no soy nada; pero tengo, para embellecer mi vejez, el corazón lleno de recuerdos, mientras que tú no los tienes.

(Leon Tolstoi)

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