sábado, 10 de enero de 2009

El Loro Infeliz

Había una vez un hombre que trabajaba como comerciante. Un día, uno de sus clientes le regaló un loro. Todas sus plumas eran de color verde, excepto en el pico, donde se volvían de un color amarillento.
- Querido amigo te regalo este loro que he comprado en el mercado. Cuídalo mucho porque me han dicho que es un loro muy inteligente.

El comerciante así lo hizo. Lo colocó dentro de una jaula plateada, cerca de la ventana. Desde ahí, el loro podía ver todo lo que pasaba en la calle y dentro de la casa. El comerciante comprobó que el loro era realmente listo, pues repitiendo y repitiendo lo que oía, al final aprendió a hablar. El loro, que también era muy simpático, hacía compañía a su amo y éste cada vez le tenía más aprecio.

Un día el comerciante tuvo que partir a la India en viaje de negocios. Antes de marcharse preguntó a su familia qué querían que les trajese. Su hija le pidió un vestido y su mujer un broche de marfil. El comerciante también quería traer un regalo al loro, por lo que se acercó a su jaula y le preguntó:
- Me marcho a la India. ¿Quieres que te traiga alguna cosa?
- Espero que tenga un buen viaje. La verdad es que me gustaría que preguntara algo a los loros de mi raza que habitan en los bosques de esas lejanas tierras. Querría que le dijeran cómo podría yo ser tan feliz como ellos.
- Muy bien, pues así lo haré. Cuando vuelva traeré la respuesta de tus compañeros.

En la India, después de arreglar todos sus negocios, el comerciante fue a comprar los regalos para su familia. Encontró un precioso sari, el vestido que usan las mujeres indias, para a su hija y también un bello broche de marfil que pensó que le gustaría mucho a su mujer. Pero antes de partir todavía tenía que satisfacer la curiosidad del loro, por lo que cogió su caballo y se fue a dar un paseo por el bosque. Era un bosque muy bonito, con árboles grandes y robustos. En sus miles de ramas, había miles de loros que cantaban, jugaban y revoloteaban en las copas de los árboles muy contentos.
- Saludos a todos. Vengo de lejos para preguntaros algo de parte de mi loro. Quiere saber cómo puede ser tan feliz como vosotros.
Estas simples palabras tuvieron un efecto sorprendente entre los loros. De repente, todos los loros dejaron de hacer ruido y se quedaron quietos. El silencio se adueñó del bosque, lo que espantó un poco al comerciante. Pero cómo se había comprometido a llevar una respuesta a su loro volvió a intentarlo:
- Por favor, responded a la pregunta de mi loro. Solo quiere saber cómo ser tan feliz como vosotros.
Ahora el resultado fue aún peor. Los loros seguían en silencio, pero además algunos empezaron a caer de los árboles.
El comerciante no comprendía la reacción de los loros, por lo que se rindió y decidió volver a su casa.

Cuando llegó dio los regalos a su hija y su mujer, que los recibieron muy contentas. Después se acercó a la jaula del loro y con mucha pena le dijo:
- Querido loro, siento no poder traerte una respuesta de tus amigos.
- ¿Y cómo es eso?-, preguntó el loro.
- Fui a verlos al bosque, pero cuando les pregunté lo que me habías pedido no me contestaron. Se quedaron sin habla y algunos incluso se desmayaron.
- ¿De verdad pasó eso?
- Sí, no entiendo qué pasó allí.
Tras decir estas palabras el loro se quedó también en completo silencio y rígido. Dio un fuerte grito y cayó de los barrotes. El comerciante corrió a ver qué le pasaba, espantado por el efecto de sus palabras. El loro estaba en el suelo de la jaula. Lo llamó pero no contestaba. Abrió la pequeña puerta de la jaula y lo cogió. Después, se acercó a la ventana para ver cómo estaba.
El loro, al ver el cielo azul empezó a aletear y levantó el vuelo. Dio una vuelta delante del comerciante y se fue contento cerca de las nubes. Después volvió y se posó en una de las ramas del jardín.
- ¿No estabas enfermo?, ¿qué pasa aquí? - Gritó el comerciante desde la ventana.
- Los humanos no pueden comprender el lenguaje de los pájaros. Pero como has sido bueno conmigo te explicaré lo que me han dicho mis amigos los loros. Cuando les hablaste de mi, comprendieron mi situación y mi falta de libertad. Al pedirles una solución dejaron de hablar, con lo que querían decirme que hablaba demasiado y debía guardar silencio. Puesto que los loros son apresados porque pueden hablar, si dejaba de hacerlo parecería inútil a mis captores y ya no les interesaría. Así lo hice y ahora soy libre. Me voy, gracias por darme su mensaje.

Y el loro se fue volando a buscar a sus amigos que le habían ayudado a conseguir la libertad.

(Cuento popular de Sumatra)

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