Cuando el Pelícano se fue en busca de alimento, una serpiente escondida entre las ramas fue arrastrándose hacia el nido. Los pequeños dormían tranquilos.
Se acercó la serpiente, y con un fulgor malvado en los ojos dio inicio a la matanza. Una mordida venenosa a cada uno, y los pobrecitos pasaron inmediatamente del sueño a la muerte.
La serpiente, satisfecha, volvió a su escondite, para esperar la llegada del Pelícano. De hecho, al cabo del rato, el pájaro retornó.
Al ver aquella matanza, empezó a llorar, y su lamento era tan desesperado que todos los habitantes del bosque lo escuchaban conmovidos.
“¿Qué sentido tiene ahora mi vida sin vosotros?”, decía el pobre padre mirando a sus hijos asesinados. “¡Quiero morir también yo como vosotros!”
Y con el pico se puso a desgarrarse el pecho, precisamente sobre el corazón. La sangre brotaba a borbotones por la herida, empapando a los pequeños asesinados por la serpiente.
De repente el Pelícano, ya moribundo, se estremeció. Su sangre caliente había dado vida a sus hijos; su amor los había resucitado. Y entonces, todo feliz, inclinó la cabeza y expiró.
(Leonardo da Vinci)
domingo, 30 de noviembre de 2008
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