sábado, 29 de noviembre de 2008

El Cuento de las Cebollas



En un país oriental, donde ocurren tantas cosas bellas y se sueña despierto, había un huerto que hacía las delicias de vecinos y extraños.
Las cebollas son hortalizas muy apreciadas por el hombre a causa de las múltiples aplicaciones que tienen para hacer más agradable la vida. Ellas, sencillas y humildes, guardan el secreto en su corazón.

Las cebollas, acompañadas de otras hortalizas frondosas y frescas, crecían en el huerto donde los árboles frutales, con sus frutos limpios y coloreados abrían el apetito al más austero penitente. Las plantas que crecían espontáneamente tapizaban el huerto, al tiempo que conservaban su frescor. Los pájaros con sus trinos ponían la nota-clave para completar la armonía del huerto.
Inesperadamente empezaron a nacer cebollas especiales, cada una de un color, de un brillo y de unas irradiaciones propias.
Ante tan extraño cambio de las cebollas, los investigadores se interesaron por descubrir el secreto; y sus constantes trabajos dieron con él. Cada cebolla tenía en su corazón una piedra preciosa, causa de sus vistosos y radiantes colores.
No se aceptó esta coquetería de las cebollas. Se especuló con la inadecuación, la presunción, la vergüenza de salirse del común de las cebollas y hasta con diversos peligros.

Las espléndidas cebollas tuvieron que renunciar a su vistosa ornamentación.
Pasó por allí un sabio, sería un ecologista, que entendía muy bien el lenguaje de las cebollas y dialogó con ellas. A todas les hacía la misma pregunta.

- ¿Por qué ocultas bajo tantas capas lo más bello de tu ser?
- Me han obligado a este rigor. Empecé a echar una capa, no parecía suficiente, eché la segunda, todavía no estaba segura, eché la tercera, me
pareció eficaz el procedimiento y así fui superponiendo capas.

Algunas cebollas, las más tímidas, llegaron a cubrir su corazón hasta con diez capas. Casi habían perdido la memoria de su aspecto primitivo.
El ecologista se echó a llorar. La gente pensó que llorar ante una cebolla a quien descubrimos el corazón es de una sensibilidad laudable.
Así continuaremos los hombres, dejando caer las perlas de nuestros ojos ante las cebollas, cuando separemos sus protectoras capas.

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