sábado, 20 de noviembre de 2010

La Princesa y el Guisante


En un país muy lejano, vivía un Príncipe maravilloso; gentil con sus súbditos, atento en el trato, de manos suaves y sonrisa clara, gran conversador, amigo de los animales, inteligente y buen amante.

El Príncipe soñaba cada noche con una mujer especial; la Princesa que llenaría de felicidad cada día de su vida. La imaginaba hermosa, con unos ojos oscuros en los que perder la razón por entregarse a ellos, de dulces y perfilados labios, seductores hombros cubiertos por una cascada de cabello negro, y el gesto puro de quien aun conserva la inocencia. La buscaba en su onírico mundo y al regresar en la mañana, lo hacia siempre más enamorado que la noche anterior.

Viajó a los condados cercanos preguntando por ella al burgo, pero no hayó más que jóvenes aspirantes al trono, que nada tenían en común con la perfección de su Princesa. Unas tenían la sonrisa, pero no el brillo en su mirada. Otras hablaban de amor, de pasión, de deseo, pero olvidaban mencionar el calor de la mutua compañía, el perdón, el cariño o el bálsamo de saberse amado incluso en los momentos más tristes.

Se abandonó al destino tras años de infructuosa búsqueda, y con la desesperanza como compañera, se refugió en palacio.

Una noche de tormenta, llamó a las puertas una mujer. El peso de la lluvia en su pelo, no dejaba ver sus ojos, y el barro ascendía por un abrigo negro como enredaderas. La hizo pasar al salón grande, pidió para ella la cena y un baño y la dejo sola. Necesitaba pensar. Había sentido un temblor al contemplarla en el umbral, bajo la lluvia, pero lo adjudicó al frío; mas tarde, en la mesa, su forma de tomar la copa le hipnotizó; y el tono de su voz al desearle buenas noches le dejó lívido.

Buscó al ama de llaves y le pidió que preparara para su invitada una cama con veinte colchones y doce almohadones de plumas y bajo todo esto colocara un guisante.

A la mañana siguiente, el anfitrión la espero para servirle él mismo el desayuno y con fingida indiferencia ante la nueva mujer con la que compartía mesa, preguntó:

- "¿Qué tal has dormido?"
- "Quisiera ser educada y confirmar que tanta hospitalidad me ayudó a descansar, pero mentiría, Príncipe. He pasado muy mala noche. No lo entiendo. Dormí sobre veinte colchones y doce almohadones me protegían y aun así apenas pude pegar ojo. Desperté antes que el gallo y con el cuerpo lleno de moratones. Lo siento".
- "No lo sientas, mi amor. Te invoqué durante toda mi vida. Desee en ti la sensibilidad, la honestidad y la belleza que tienes. Y aunque te soñé cada noche, nunca me atreví a creerte tan perfecta para mí. Ahora que te amo y por fin entraste en mi vida, solo quisiera ser para ti también perfecto."

(Cuento popular)

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