miércoles, 30 de diciembre de 2015

La mina de oro



Había una vez un pueblo donde se descubrió que las casas estaban construidas sobre un gran filón de oro. La alegría y algarabía fueron enormes. Como serían inmensamente ricos, se olvidaron de trabajar, cultivar la tierra y de muchas otras labores arduas. Se reunieron los habitantes del pueblo para ponerse de acuerdo cómo debían proceder con respecto de la nueva riqueza encontrada. Pero no se podían poner de acuerdo. Unos se negaban a que se excavara porque las casas se derrumbarían. Otros sólo aceptaban si ellos eran los únicos que podían excavar. Otros querían vender la mina y repartirse el dinero. Otros se negaban a que se explotara la mina porque aseguraban que los demás no entregarían bien las cuentas y se quedarían con una parte del dinero. Las discusiones subían de tono y nadie quería ceder en su postura. Mientras se ponían de acuerdo, de vez en cuando el jefe del pueblo y sus ayudantes recogían piedras que contenían alguna cantidad de oro. Al no ser puro, la vendían en unas cuantas monedas en el pueblo vecino, para poder llevar comida a la gente. El pueblo vecino, separaba el oro de la piedra, lo purificaba y lo vendía muy bien, muchas veces lo vendía de vuelta al pueblo de nuestro cuento. Con el dinero que obtenía por el oro, podía pagar todas las piedras que le llevaran. Pasaron muchos años, la pobreza era generalizada y agotaron gran cantidad del oro vendiéndolo por unas cuantas monedas, mientras los habitantes del pueblo jamás se pusieron de acuerdo

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