miércoles, 17 de marzo de 2010

El hombre de la banqueta


Un hombre llegó a un pueblo con una banqueta. Colocándola en la plaza, se subió a ella y, altavoz en mano, empezó a hablar a la gente que pasaba. En su discurso, les invitaba a disfrutar del amor, de la comunicación, a escucharse unos a otros... Casi doscientas personas lo aplaudieron cuando el orador bajó de la tarima. A la mañana siguiente, otra vez el orador llegó a la plaza y, desde su banqueta, volvió a hablar a los transeúntes. También esta vez, más de un centenar de personas lo escuchó disertar sobre la comunicación y el amor. Cada día, el hombre iba a la plaza y hablaba, cada vez más pasional, en su discurso. Sin embargo, por alguna razón, cada día menos gente se detenía a escucharlo... Hasta que, en efecto, a las dos semanas, ya nadie fue a la plaza. De todas formas, él hizo su habitual discurso, como si miles de personas atendieran sus palabras. Y, así continuó haciéndolo... Todos los días, el hombre iba a la plaza y, subido en su banqueta, ya sin megáfono, hablaba, apasionadamente, sobre la importancia del amor y de escuchar al prójimo. La plaza, sin embargo, seguía desierta. Una mañana, uno de los comerciantes de la zona, se le acercó cariñosamente y le dijo: - Disculpe señor. Usted ha venido a esta plaza durante un mes. Al principio, mucha gente lo escuchaba. Cada vez, han ido viniendo menos personas, hasta que, desde hace quince días, nadie viene a escucharlo. ¿Para qué sigue hablando? Al principio, yo podía entenderlo, pero ahora... ahora, la verdad, ya no lo entiendo. El hombre de la banqueta respondió: - Lo que pasa es que, al principio, yo hablaba para convencer a los otros. Hoy, en cambio, hablo para estar seguro de que ellos no me han convencido a mí.

(De la red)

1 comentario:

Ana Moreno dijo...

EN verdad que una llega a dudar de si aquello en lo que cree es cierto o no. Entiendo al hombre de la banqueta