martes, 13 de diciembre de 2016

El Tesoro de los tres hermanos

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Había una vez tres hermanos que vivían en un pequeño pueblo. A uno lo llamaban el Largo, a otro el Gordo, y al tercero el Tonto.
El Largo, cansado de vivir en aquel pueblecito aburrido, dijo a sus hermanos:
-Voy a recorrer el mundo en busca de fortuna. – Y se puso en camino.
No había llegado muy lejos cuando se quedó sin dinero y empezó a preocuparse. ¿Qué comería al día siguiente?
Estaba pensando en esto cuando, por el camino del bosque, apareció un viejecito que le preguntó:
-¿Qué te pasa? ¿Por qué estás tan preocupado?
-Tengo hambre, estoy sin dinero y no tengo trabajo.
-Todo tiene solución. Ven conmigo, te daré de comer.
Después el viejo dijo:
-Si quieres, también puedo darte trabajo y aunque no tengo dinero, tendrás una justa recompensa por lo que hagas.
El Largo aceptó. Finalizado el trabajo, el anciano abrió un armario y sacó una mesita.
-Ésta es una mesa mágica -prosiguió el viejecito- cuando le ordenes: “¡Mesita, tiéndete!”, se cubrirá de manjares. Trata de mantener el secreto y no te separes de ella.
Contento con el regalo, el Largo se despidió muy agradecido.
Anochecía ya cuando llegó a una aldea cercana a su pueblo, así que el joven decidió pasar allí la noche. Al llegar al hostal, el hostelero le preguntó:
-¿No quieres nada para cenar?
-No, gracias, no lo necesito. Un anciano me ha regalado esta mesita, que es mágica. Observa.
Y acto seguido le ordenó a la mesa:
-¡Mesita, tiéndete!
En el acto apareció un mantel de seda rosa y sobre el mantel deliciosos manjares, a cual más apetitoso.
El hostelero, asombrado, se dijo a sí mismo:
-Esto es justamente lo que yo necesito para mi negocio.
Estuvo toda la noche trabajando para hacer una mesita exactamente igual y al día siguiente, sin que nadie lo notara, hizo el cambio.
Al llegar a su pueblo, el Largo contó sus aventuras y propuso celebrar un banquete:
-Invitemos a comer a todo el pueblo.
-¿De dónde sacaremos comida para tanta gente? –preguntaron sus hermanos.
-No os preocupéis. ¡Que vengan todos! Sobre esta mesita aparecerá todo lo necesario.
Cuando los invitados estuvieron reunidos en torno a la mesa, el Largo dijo:
-¡Mesita, tiéndete!
La gente se quedó mirando, y pensó que el chico se había vuelto loco. Sobre la mesa no apareció nada. Su dueño repitió varias veces:
-¡Mesita, tiéndete! ¡Mesita, tiéndete! ¡Mesita tiéndete!
Los invitados empezaron a reírse, pensando que era una broma. El Largo quedó tan avergonzado que decidió no correr más aventuras.
Tiempo después, el segundo de los hermanos decidió recorrer el mundo. También el Gordo encontró al generoso anciano en el camino del bosque. Fue a su casita y le hizo algunos trabajos. Al despedirse, el dueño de la casa le regaló un burro.
-Como no tengo dinero para pagarte por tu trabajo, te regalo este burrito. No parece gran cosa, pero es mágico. Cada vez que le digas: “¡Estornuda!”, estornudará monedas de oro.Trata de mantener el secreto y no te separes de él.
El Gordo agradeció el valioso regalo y se alejó más contento que unas pascuas. Al llegar a la hostería en que se había alojado su hermano, decidió pasar allí la noche, pero el hostelero, que era muy desconfiado, le exigió el pago por adelantado. El Gordo exclamó:
-¡No hay problema! ¡Ahora mismo te pago! Un anciano me ha regalado este burrito, que es mágico. Observa -y ordenó al burrito- ¡Estornuda!
¡Cuál no sería la sorpresa del hostelero cuando vio que el animal sacaba monedas de oro por la nariz!
-Ese burro tiene que ser mío -pensó.
Pasó toda la noche buscando por la aldea un burrito parecido al de su huésped y cuando dio con él, lo cambió sin que nadie lo notara.
A la mañana siguiente,sin sospechar que el burro que llevaba no era el suyo, el Gordo se marchó a su casa.
-¡De hoy en adelante no nos faltará de nada! -dijo el joven a su familia- invitad a todo el pueblo; quiero hacer una gran fiesta para celebrar mi regreso. Habrá oro para todo y para todos.
Se celebró una gran fiesta en la que no faltó de nada y al final el Gordo llevó el burrito ante sus invitados y le ordenó:
-¡Estornuda!
El burro ni se movió.
-¡Estornuda! -repitió.
Pero el burro siguió sin hacerle caso.
Los invitados se partían de la risa. Todo el mundo pensó que era una broma del Gordo. Éste, muerto de vergüenza, no tuvo más remedio que ponerse a trabajar duramente para pagar las deudas que había contraído con el fastuoso banquete.
El tercer hermano, al que llamaban el Tonto, porque pensaba mucho y hablaba poco, se propuso averiguar qué estaba ocurriendo.
Muy de mañana, tomó el camino por el que se habían ido sus hermanos. Al llegar al bosque, encontró al mismo anciano, y este le ofreció trabajo y recibió como pago un bastón metido en un saco.
-No tengo dinero para pagar tu trabajo, pero aquí tienes un regalito. Es un bastón mágico que golpea cuando ordenas: ¡Sal del saco!  Te defenderá de tus enemigos. Sólo dejará de pegar cuando le digas: “¡Vuelve al saco!”
El muchacho se marchó y por la noche llegó a la hostería en la que habían dormido sus hermanos y pidió una habitación. Le entregó el saco al hostelero para que lo guardase mientras él cenaba, advirtiéndole:
-Llévalo a mi habitación, por favor, y por nada del mundo digas: “¡Sal del saco!”
El hostelero, muy extrañado por la advertencia, preguntó:
-¿Hay un animal feroz dentro?
-No, no hay ningún animal. –respondió el Tonto.
-¿Y a qué viene tanto secreto, entonces? ¿Hay un objeto de mucho valor? -insistió el preguntón, mientras iba palpando a través de la tela del saco.
-Ni es un animal, ni es un objeto de valor -respondió el Tonto.
-Entonces será algo extraordinario o mágico. De otra manera ¿cómo se explica tu recomendación de que no le ordene salir del saco?
El Tonto, harto de tantas preguntas, se encogió de hombros y se fue a cenar.
El hostelero se alejó de mala gana para llevar el saco a la habitación de su huésped. No se atrevía a abrirlo, pero su curiosidad venció su miedo. Al ver que se trataba de un vulgar palo, creyó que el Tonto le había tomado el pelo y ordenó al bastón:
-¡Sal del saco!
Una lluvia de bastonazos empezó a caer sobre su espalda y el hostelero se puso a gritar y a pedir socorro.
El Tonto, al verlo, se dijo: “¡Ahora lo comprendo todo!”
-¿Creías que era un gran tesoro y lo querías robar como hiciste con la mesita y el burro de mis hermanos? Pues ahora, ¡aguanta los bastonazos!
Quejándose de dolor, el hostelero pidió perdón y devolvió al Tonto la mesita y el burro.
Al volver a su casa, el joven a quien todos llamaban el Tonto, porque pensaba mucho y hablaba poco, maravilló al pueblo entero con la mesita, el burro y el bastón.
Los dos hermanos que habían sido engañados por el hostelero, le preguntaron al Tonto cómo había descubierto la trampa. Pero el joven no dio explicaciones ni al Largo, ni al Gordo ni a nadie. Como de costumbre, ante las preguntas de los curiosos se encogía de hombros y callaba.
Desde entonces la gente se guardó muy bien de llamar Tonto a aquel joven meditativo y silencioso, que pensaba mucho y hablaba poco.

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