sábado, 15 de noviembre de 2014

La luz azul



Cierta vez, un soldado que había sido licenciado por sus muchas heridas en la guerra, iba recorriendo el país en busca de trabajo. Una noche, cansado de caminas, llegó a la puerta de una cabaña.
-¡No llames a esa puerta! -le advirtieron unos pajaritos-. En esa casa vive una bruja.
-Si quieres descansar en mi casa -dijo la bruja que salió a abrirle-, tendrás que trabajar en mi huerto hasta que yo te diga basta.
El soldado, que estaba muerto de hambre y muy cansado, se puso a trabajar. Cuando ya no podía más, la bruja le dijo:
-Te daré cobijo por esta noche, pero mañana tendrás que bajar al pozo a buscar un poco de la luz azul que flota sobre el agua.
A la mañana siguiente, el soldado bajó al fondo del pozo y encontró la luz azul.
-¡Bien, bien! -se alegró la bruja-. Eres un soldado muy listo y valiente.
Cuando el soldado llegó arriba, la mujer le dijo:
-Ya puedes entregarme la luz azul, soldado.
-¡No! -respondió el soldado, al ver que la bruja lo miraba con ojos llenos de malicia-. No te entregaré la luz hasta que mis pies toquen tierra firme.
Razón tenía el soldado en desconfiar. La bruja furiosa al ver que no había podido engañarle, soltó la cuerda y el pobre joven fue a parar al fondo del pozo.
-¡Nunca más podrás salir de aquí! -gritó la bruja-. Te has pasado de listo, amiguito.
El soldado, resignado con su suerte, sacó su pipa y la encendió en la llama azul que flotaba sobre las aguas del pozo. Pero, al instante, el humo de la pipa se convirtió en un duendecillo.
-¿Qué deseas de mí? -preguntó el duendecillo al asombrado soldado-. Estoy a tus órdenes.
-Quiero que me ayudes a salir de este pozo -respondió el joven.
El duendecillo condujo al soldado a través de unos pasadizos llenos de joyas y cofres llenos de monedas.
-Es el tesoro de la bruja -dijo el duendecillo-- Puedes coger lo que quieras.
El soldado, que no era muy ambicioso, tomó una pequeña joya, diciendo:
-El resto podemos entregarlo a los pobres, ¿te parece?
Al salir al exterior vieron a la bruja que se alejaba, muy enfadada, a lomos de su gato negro más veloz que en viento.
-Al no poder conseguir la luz azul -dijo el duende-, tiene que marcharse de este lugar para no volver nunca más. ¿Qué otra cosa mandas, señor?
-Yo era soldado -dijo el joven- y el rey me despidió. Quiero que me traigas a la hija del rey para hacerla servir de criada.
Al llegar la noche, el duende se introdujo en el palacio del rey y se llevó a la princesa por una ventana.
-Ji, ji, ji -se rió el duendecillo-. Como está dormida, no se da cuenta de nada. Sólo se despertará cuando esté en presencia del soldado.
Al llegar a la cabaña de la bruja, que ahora ocupaba el soldado, la princesa se despertó.
-Coge una escoba y barre -le dijo el soldado.
-Haré lo que tú digas -dijo la princesa con los ojos llenos de lágrimas-. Pero los soldados de mi padre te meterán en la cárcel.
En efecto, los servidores del rey apresaron al soldado. Pero el joven solicitó poder fumar su pipa y, al aparecer el duendecillo, ordenó:
-Empieza a pegar garrotazos hasta que me suelten, amigo.
El duendecillo, ayudado por varios compañeros, cumplió lo que le ordenaban hasta que los soldados soltaron al preso.
El rey maravillado por todo lo ocurrido, concedió al soldado la mano de su hija.
Vivieron muchos años felices y el rey, a partir de aquel día, fue justo y generoso con los soldados que le servían.
El duende, cumplida ya su misión, se marchó volando al reino de las hadas y nunca más salió de allí.

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