— Que nadie se aflija por mí –musitó el maestro–. Lo que deba ser, será. Vida y muerte se complementan. Todavía, sin embargo, tengo tiempo de deciros algunas cosas.
Tras una pausa, retomando el aliento, el moribundo dijo:
— Una vida sencilla, una muerte sencilla. No hay otro secreto. Llega el placer y disfrutas, pero sin apego; llega el sufrimiento y sufres, pero sin resentimiento. Es necesario aprender a ser armónico en lo inarmónico y sosegado en el desasosiego. Una vida de hermosa simpleza, sin inútiles resistencias. Hay tempestad y calma, pero el equilibrio tiene que estar dentro de uno. Escuchadme bien, amados míos: una vida sencilla, una muerte sencilla.
Y en ese momento, se hizo un silencio perfecto y el maestro murió apaciblemente. Todos los discípulos pensaron: «Una vida sencilla, una muerte sencilla».
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