Érase una vez un joven huérfano, tan pobre que no tenía nada para sustentarse. Un día, caminando por un bosque vió cómo un zorro quería atacar el nido de un gorrión. El pajarillo estaba tan asustado que apenas lograba revolotear alrededor del zorro intentando que no devorase a sus polluelos. Así que el muchacho decidió intervenir, ahuyentó al zorro con una rama de abedul incandescente y el animal huyó despavorido al olor del fuego.
El gorrión estaba tan contento que entró en su nido y salíó con una piedra brillante en el pico que puso a los pies del muchacho en señal de agradecimiento por salvar a sus crías. El chico recogió la piedra que le pareció bellísima aunque inútil y continuó caminando.
Así siguió un buen rato por el sendero del bosque mientras frotaba la piedra y de repente delante de sus ojos apareció un genio gigantesco.
- "Estimado amo-dijo- ¿qué necesitáis? Pedid y vuestros deseos se harán realidad".
El chico que no salía de su asombro, con cierto miedo dijo "Hace dos días que no como nada. Tengo mucha hambre". Acto seguido, apareció delante de sus ojos una mesa llena con los manjares más exquisitos que podía imaginarse: pavos, corderos, cochinillos asados, frutas de todas las clases, pasteles, vino, etc. Cuando hubo terminado saciando su gran apetito, el genio dio dos palmadas y la mesa se recogió sola y desapareció.
A continuación dijo "necesito ropa y una casa donde vivir". El genio volvió a chasquear los dedos y el muchacho se vió envuelto en las ropas de un príncipe. Los árboles unieron sus ramas para construir un palacio fabuloso con doce jardines y doce fuentes de las que salían dulces aromas a regaliz, a menta, a caramelo...y aguas de colores brillantes.
El muchacho, que no podía dar crédito a lo que estaba viendo, se acordó de la bella princesa que había en su reino y al decírselo al genio, la muchacha apareció ante sus ojos como por arte de magia. Al instante los jóvenes se enamoraron y decidieron casarse. Y así vivieron felizmente durante doce días y doce noches.
Pero el rey que estaba intranquilo y no sabía donde estaba la princesa, desesperado ofreció la mitad de su reino a quien le devolviera a su hija. Así fue cómo un día apareció una vieja que le dijo que sabía dónde estaba la princesa, pero que para traerla tenía que meterse en un barril y ser echada al mar. Así fue como siguiendo las ordenes de la vieja, que era en realidad una bruja, el monarca echó el barril al mar con la vieja dentro y lo sello con brea y ésta estuvo navegando siete días y siete noches hasta llegar al lugar donde vivían los jóvenes. Allí la vieja se las ingenió para que la princesa la acogiera en su servicio diciéndole que había sufrido un terrible naufragio en alta mar. La princesa que era dulce y bondadosa no dudó en ayudarla y darle trabajo en la cocina.
La bruja observó que todo estaba muy limpio a pesar de que no tenían servicio y entonces le preguntó a la princesa a qué se debía tal prodigio. La princesa, que conocía las virtudes de la piedra mágica, se lo confesó a la bruja y ésta no tardó en robarla y deshacer todos los prodigios que con la piedra el muchacho huérfano había logrado.
Gracias a la ayuda del genio, la vieja bruja hizo desaparecer el palacio mágico y las ricas vestiduras del huérfano que se volvieron miserables de nuevo, y devolvió a la princesa al castillo de su padre. Al mismo tiempo que mejoró su aspecto para engañar al rey y casarse con él.
La princesa estaba muy tiste añorando a su amado esposo, mientras que el reino de su padre era gobernado por una bruja despiadada y cruel, que había hechizado al rey.
El muchacho desesperado, caminaba por la orilla del mar cuando encontró el barril que la bruja había usado para llegar hasta ellos y como no tenía nada mejor que hacer, se metió en el barril, que también tenía el poder de retornar al punto de partida, y que le llevó al castillo del rey. Así fue como entró al servicio como fogonero.
Un día, el gato de la malvada reina había atrapado a un ratoncito que estaba muy asustado y al igual que hizo en su día con las crías del gorrión, el joven salvó al ratoncillo de las fauces del gato cruel. Aquel ratoncillo resultó ser el hijo del rey de los ratones, que en agradecimiento, después de escuchar su triste historia decidió ayudarle devolviéndole la piedra mágica que la malvada reina le había arrebatado. Esa misma noche, otro ratoncillo, mientras la reina dormía, le metió la cola en la nariz para hacerla estornudar, aprovechando el momento para quitarle la piedra mágica que guardaba bajo la almohada de la cama real.
Los ratoncillos devolvieron la piedra al joven fogonero que con a ayuda del genio volvió a recuperar sus ropas, su palacio y a su princesa.
Cuando la bruja recobró su forma original y el rey su cordura, la bruja fue llevada a las mazmorras y nunca más se volvió a saber de ella. El rey aceptó que su hija estuviera casada con un joven tan apuesto y valiente y así vivieron ciento veinte años felices gracias a la piedra mágica y a la bondad del corazón.