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viernes, 16 de diciembre de 2016

La Ondina

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Un hermanito jugaba con su hermanita al borde de un manantial, y he aquí que, jugando, se cayeron los dos adentro. En el fondo vivía una ondina, que les dijo:
- ¡Ya os he cogido! Ahora vais a trabajar para mí, y de firme.
A la niña le dió a hilar un lino sucio y enredado, y luego la obligó a echar agua en un barril sin fondo; el niño hubo de cortar un árbol con un hacha mellada. Y para comer no les daba más que unas albóndigas, duras como piedra.
Finalmente, los niños perdieron la paciencia y, esperando un domingo a que la bruja estuviese en la iglesia, huyeron. Terminada la función, al darse cuenta la ondina de que sus pájaros habían volado, salió en su persecución a grandes saltos.
La vieron los niños desde lejos, y la hermanita soltó detrás de sí un cepillo, que se convirtió en una montaña erizada de miles y miles de púas, sobre las cuales hubo de trepar la ondina con grandes trabajos; pero al final pudo pasarla.
Entonces el muchachito dejó caer un peine, que se convirtió en una enorme sierra con innumerables picachos; pero también se las compuso la ondina para cruzarla.
Como último recurso, la niña arrojó hacia atrás un espejo, el cual produjo una montaña llana, tan lisa y bruñida que su perseguidora no pudo ya pasar por ella.
Pensó entonces: "Volveré a casa corriendo, y cogeré un hacha para romper el cristal."
Pero al tiempo que iba y volvía y se entretenía partiendo el cristal a hachazos, los niños habían tomado una enorme delantera, y la ondina no tuvo más remedio que volverse, pasito a paso, a su manantial.
 
(Hermanos Grimm)
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Un guardabosque salió un día de caza y, hallándose en el espesor de la selva, oyó de pronto unos gritos como de niño pequeño.
Dirigiéndose hacia la parte de la que venían las voces, llegó al pie de un alto árbol, en cuya copa se veía una criatura de poca edad. Su madre se había quedado dormida, sentada en el suelo con el pequeño en brazos, y un ave de rapiña, al descubrir el bebé en su regazo, había bajado volando y, cogiendo al niño con el pico, lo había depositado en la copa del árbol.
Trepó a ella el guardabosque, y, recogiendo a la criatura, pensó: "Me lo llevaré a casa y lo criaré junto con mi hija Lenita."
Y, dicho y hecho, los dos niños crecieron juntos. Al que había sido encontrado en el árbol, por haberlo llevado allí un ave le pusieron por nombre Piñoncito. Él y Lenita se querían tanto, tantísimo, que en cuanto el uno no veía al otro se sentía triste.
Tenía el guardabosque una vieja cocinera, la cual, un atardecer, cogió dos cubos y fue al pozo por agua; tantas veces repitió la operación, que Lenita, intrigada, hubo de preguntarle:
- ¿Para qué traes tanta agua, viejecita?
- Si no se lo cuentas a nadie, te lo diré -le respondió la cocinera. Le aseguró Lenita que no, que no se lo diría a nadie, y entonces le reveló la vieja su propósito-: Mañana temprano, en cuanto el guardabosque se haya marchado de caza, herviré esta agua, y, cuando ya esté hirviendo en el caldero, echaré en él a Piñoncito y lo coceré.
Por la mañana, de madrugada, se levantó el hombre y se fue al bosque, mientras los niños seguían aún en la cama. Entonces dijo Lenita a Piñoncito:
- Si tú no me abandonas, tampoco yo te abandonaré.
Le respondió Piñoncito:
- ¡Jamás de los jamases!
Y le díjo Lenita:
- Pues voy a descubrirte una cosa a ti solo. Anoche, al ver que la vieja traía tantos cubos de agua del pozo, le pregunté por qué lo hacía, y me dijo que me lo diría si no se lo contaba a nadie. Yo se lo prometí, y entonces me dijo ella que esta mañana, cuando padre estuviese de caza, herviría el agua en el caldero, te echaría en él y te cocería. Así que levantémonos enseguida, vistámonos y nos escaparemos.
Se levantaron los dos niños, se vistieron rápidamente y huyeron. Cuando el agua hirvió en el caldero, la cocinera se dirigió a la habitación en busca de Piñoncito, con el propósito de echarlo a cocer; pero al acercarse a la cama se encontró con que los dos pequeños se habían marchado. Le entró a la vieja un gran miedo, y pensó: "¿Qué diré cuando vuelva el guardabosque y vea que no están los niños? Hay que correr y traerlos de nuevo."
Envió a tres mozos, con el encargo de alcanzar a los niños y traerlos a casa. Los pequeños se habían sentado a la orilla del bosque, y, al ver de lejos a los tres criados que se dirigían hacia ellos, dijo Lenita a Piñoncito:
- Si tú no me abandonas, tampoco yo te abandonaré.
- ¡Jamás de los jamases! -respondió Piñoncito.
Y Lenita:
- Transfórmate en rosal, y yo seré una rosa.
Al llegar los tres criados al bosque no vieron más que un rosal con una sola rosa; pero de los niños, ni rastro. Se dijeron entonces:
- Aquí no hay nada -y, regresando a la casa, dijeron a la cocinera que sólo habían visto un rosal con una rosa. Riñólos la vieja:
- ¡Bobalicones! Debisteis cortar el rosal y traer a casa la rosa. ¡Id a buscarla corriendo!
Y tuvieron que encaminarse nuevamente al bosque. Pero los niños los vieron venir de lejos, y dijo Lenita:
- Piñoncito, si tú no me abandonas, tampoco yo te abandonaré.
Respondió Piñoncito:
- ¡Jamás de los jamases!
Y Lenita:
- Transfórmate en una iglesia, y yo seré una corona dentro de ella.
Al llegar los mozos vieron la iglesia, con la corona en su interior, por lo que se dijeron:
- ¡Qué vamos a hacer aquí! Volvámonos a casa.
Ya en ella, les preguntó la cocinera si habían encontrado algo. Ellos respondieron que no, aparte una iglesia con una corona dentro.
- ¡Zoquetes! -los increpó la vieja-. ¿Por qué no derribasteis la iglesia y trajisteis la corona?
Entonces se puso en camino la propia cocinera, acompañada de los tres criados, en busca de los niños. Pero éstos vieron acercarse a los tres hombres y, detrás de ellos, renqueando, a la vieja. Y dijo Lenita:- Piñoncito, si tú no me abandonas, yo jamás te abandonaré.
Y dijo Piñoncito:
- ¡Jamás de los jamases!
- Pues transfórmate en un estanque, y yo seré un pato que nada en él -dijo Lenita.
Llegó la cocinera y, al ver el estanque, se tendió en la orilla para sorberlo. Pero el pato acudió nadando a toda prisa y, cogiéndola por la cabeza con el pico, se la hundió en el agua, y de este modo se ahogó la bruja.
Los niños regresaron a casa, alegres y contentos; y si no han muerto, todavía deben de estar vivos.
(Hermanos Grimm)


lunes, 12 de diciembre de 2016

La piedra mágica

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Érase una vez un joven huérfano, tan pobre que no tenía nada para sustentarse. Un día, caminando por un bosque vió cómo un zorro quería atacar el nido de un gorrión. El pajarillo estaba tan asustado que apenas lograba revolotear alrededor del zorro intentando que no devorase a sus polluelos. Así que el muchacho decidió intervenir, ahuyentó al zorro con una rama de abedul incandescente y el animal huyó despavorido al olor del fuego.
El gorrión estaba tan contento que entró en su nido y salíó con una piedra brillante en el pico que puso a los pies del muchacho en señal de agradecimiento por salvar a sus crías. El chico recogió la piedra que le pareció bellísima aunque inútil y continuó caminando.
Así siguió un buen rato por el sendero del bosque mientras frotaba la piedra y de repente delante de sus ojos apareció un genio gigantesco.
- "Estimado amo-dijo- ¿qué necesitáis? Pedid y vuestros deseos se harán realidad".
El chico que no salía de su asombro, con cierto miedo dijo "Hace dos días que no como nada. Tengo mucha hambre". Acto seguido, apareció delante de sus ojos una mesa llena con los manjares más exquisitos que podía imaginarse: pavos, corderos, cochinillos asados, frutas de todas las clases, pasteles, vino, etc. Cuando hubo terminado saciando su gran apetito, el genio dio dos palmadas y la mesa se recogió sola  y desapareció.
A continuación dijo "necesito ropa y una casa donde vivir". El genio volvió a chasquear los dedos y el muchacho se vió envuelto en las ropas de un príncipe. Los árboles unieron sus ramas para construir un palacio fabuloso con doce jardines y doce fuentes de las que salían dulces aromas a regaliz, a menta, a caramelo...y aguas de colores brillantes.
El muchacho, que no podía dar crédito a lo que estaba viendo, se acordó de la bella princesa que había en su reino y al decírselo al genio, la muchacha apareció ante sus ojos como por arte de magia. Al instante los jóvenes se enamoraron y decidieron casarse. Y así vivieron felizmente durante doce días y doce noches.
Pero el rey que estaba intranquilo y no sabía donde estaba la princesa, desesperado ofreció la mitad de su reino a quien le devolviera a su hija. Así fue cómo un día apareció una vieja que le dijo que sabía dónde estaba la princesa, pero que para traerla tenía que meterse en un barril y ser echada al mar. Así fue como siguiendo las ordenes de la vieja, que era en realidad una bruja, el monarca echó el barril al mar con la vieja dentro y lo sello con brea y ésta estuvo navegando siete días y siete noches hasta llegar al lugar donde vivían los jóvenes. Allí la vieja se las ingenió para que la princesa la acogiera en su servicio diciéndole que había sufrido un terrible naufragio en alta mar. La princesa que era dulce y bondadosa no dudó en ayudarla y darle trabajo en la cocina.
La bruja observó que todo estaba muy limpio a pesar de que no tenían servicio y entonces le preguntó a la princesa a qué se debía tal prodigio. La princesa, que conocía las virtudes de la piedra mágica, se lo confesó a la bruja y ésta no tardó en robarla y deshacer todos los prodigios que con la piedra el muchacho huérfano había logrado.
Gracias a la ayuda del genio, la vieja bruja hizo desaparecer el palacio mágico y las ricas vestiduras del huérfano que se volvieron miserables de nuevo, y devolvió a la princesa al castillo de su padre. Al mismo tiempo que mejoró su aspecto para engañar al rey y casarse con él.
La princesa estaba muy tiste añorando a su amado esposo, mientras que el reino de su padre era gobernado por una bruja despiadada y cruel, que había hechizado al rey.
El muchacho desesperado, caminaba por la orilla del mar cuando encontró el barril que la bruja había usado para llegar hasta ellos y como no tenía nada mejor que hacer, se metió en el barril, que también tenía el poder de retornar al punto de partida, y que le llevó al castillo del rey. Así fue como entró al servicio como fogonero.
Un día, el gato de la malvada reina había atrapado a un ratoncito que estaba muy asustado y al igual que hizo en su día con las crías del gorrión, el joven salvó al ratoncillo de las fauces del gato cruel. Aquel ratoncillo resultó ser el hijo del rey de los ratones, que en agradecimiento, después de escuchar su triste historia decidió ayudarle devolviéndole la piedra mágica que la malvada reina le había arrebatado. Esa misma noche, otro ratoncillo, mientras la reina dormía, le metió la cola en la nariz para hacerla estornudar, aprovechando el momento para quitarle la piedra mágica que guardaba bajo la almohada de la cama real.
Los ratoncillos devolvieron la piedra al joven fogonero que con a ayuda del genio volvió a recuperar sus ropas, su palacio y a su princesa.
Cuando la bruja recobró su forma original y el rey su cordura, la bruja fue llevada a las mazmorras y nunca más se volvió a saber de ella. El rey aceptó que su hija estuviera casada con un joven tan apuesto y valiente y así vivieron ciento veinte años felices gracias a la piedra mágica y a la bondad del corazón.