Un joven cabrero paseaba su rebaño por los montes cuando advirtió que una de las cabras se había quedado rezagada saboreando unos pastos muy tiernos.
Por más que la llamó, la cabra no regresaba y permanecía pastando.
Impaciente y enfadado por la actitud del animal, tomó una piedra y se la lanzó, con tan mala fortuna que golpeó uno de sus cuernos y terminó por quebrarlo.
El joven cabrero de inmediato se dio cuenta de la gravedad de su acto y de las terribles consecuencias que tendría cuando el patrón advirtiese lo que había hecho.
Por eso, se dirigió corriendo hacia donde estaba la cabra y le suplicó perdón con lágrimas en los ojos.
“Por favor, no digas nada al patrón de lo ocurrido y disculpa mi ligereza.
Prometo que no volverá a suceder”
La cabra, conmovida por el arrepentimiento del muchacho, se mostró indulgente, más le hizo ver la inutilidad de su petición.
“Puedes estar tranquilo, que no diré nada al amo. Pero, ¿Crees que mi cuerno roto será capaz de mantener el secreto?”
MORALEJA
Negar lo evidente no es de hombre prudente
(Fábulas de Esopo)
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