Consciente de ello, concibió y puso en práctica la idea de perfeccionarse. Su meta era desarrollar al máximo todas sus posibilidades.
Empezó por limar defectos, cultivar virtudes y amar las cosas que le rodeaban: piedras, árboles, hierba, pájaros…
Luego, pasó a amar el sol, la luna, el día, la noche, las galaxias… llegando a sentir el cosmos entero dentro de su corazón.
Pues bien, una noche desapareció su color oscuro y se despertó convertido en la más bella, pura, transparente y estimada de las piedras preciosas, brillante y majestuosa cual diminuta estrella que quisiera iluminar el interior de la Tierra.
Quienes conocen esta historia dicen que “el diamante es un milagro de amor”.
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