- Las Hadas existen, dijo con absoluta certeza mientras miraba hacia los bosques de concreto que se dibujaban en el horizonte al tiempo que sacudía el polen de su cuerpo.
- Las Hadas no existen, le respondió ella mientras ordenaba el pétalo sobre el que habían dormido esa noche.
Por un momento se quedaron en silencio observando cómo el sol iba descubriendo cada detalle del paisaje que habitaban.
- Las hadas tienen el cabello oscuro -dijo - Hay veces en que su piel es del color del caramelo y el sonido de sus risas es aun más bello que el de nuestras vertientes cuando descienden desde las montañas. Pero también hay veces en que están tristes y estrellas cristalinas se escapan de sus ojos. Si miras fijamente a los ojos de las hadas podrás ver lo que ellas han visto y si ellas lo permiten, podrás sentir lo que ellas han sentido.
- Pues te digo que no existen las hadas - volvió a refutar ella mientras con un pequeño aguijón cocía un trocito de hoja dañada por el viento.
Él se quedó nuevamente en silencio mirando el horizonte.
- Si, estoy seguro de que las hadas existen. Entonces agitó sus alas y elevó el vuelo hasta la cima de los árboles desde donde podía mirar aun mas allá del horizonte que limitaba su vista.
- No- volvió a decir ella esta vez en voz baja -las hadas no existen- y en un breve momento sus alas transparentes cubiertas por su larga cabellera se agitaron con la bisa de la mañana.
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