Erase una vez un lápiz que vivía en la oscuridad de la gaveta de un escritorio. Cada vez que la gaveta se abría sentía la emoción de salir y conocer el mundo exterior, pero la tristeza lo invadía al ver cómo nuevamente la gaveta se cerraba.
Un da escuchó las risas y gritos de un niño y las voces de todos en casa haciendo preparativos para algo que sonaba emocionante. La gaveta se abrió, alguien lo tomo en sus manos y lo guardó junto a muchos lápices de colores en una cartuchera. Estaba feliz pero no le pasaba lo mismo a sus nuevos compañeros.
Refunfuñaban y se quejaban de lo mala que sería su vida. Él no entendía a qué se referían y los demás terminaron por creerlo un loco. Volvió a ver la luz al día siguiente. Un niño lo tomó torpemente en sus manitas y afiló su punta, lo cual le dolió un poco, pero bien valdría la pena.
El niño empezó a realizar trazos torpes en una hoja de papel y el lápiz sufría pues esto lastimaba su punta. Por si fuera poco su sombrerito de borrador se estaba deformando. Al entrar a la lapicera los demás lápices, aunque algo magullados, empezaron a burlarse del lápiz de escribir. Él les respondió que estaba algo adolorido pero se sentía contento pues el niño empezaba a escribir sus primeras letras y él lo acompañaba en esta aventura. Eso lo hacía sentirse muy especial.
Los días pasaron y el lápiz ya no era el de antes. Su sombrerito de borrador ya no estaba y tenía su cuerpecito mordido, pero seguía adelante pues tenía la certeza de que estaba a punto de presenciar algo maravilloso y el sería parte importante de ese acontecimiento. Un día ya muy pequeño y casi sin fuerzas por fin vio cumplido su sueño, junto al niño escribió la primera palabra: MAMÁ. Al llegar a casa el niño mostró emocionado su proeza y todos celebraron.
La madre del niño tomó con cariño aquel pequeño y maltratado lápiz. Lo puso en una cajita con algodones y lo guardó, era el primer lápiz con él su hijo escribió la primera palabra. Al fin descansó feliz pues, aunque había sufrido un poco, logró cumplir con su propósito. Muchos lápices llegaron a la lapicera del niño, muchos fueron y vinieron, pero ninguno fue tan especial como el primer lápiz.
(Mercedes Serrano Vargas)
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