Cuenta una leyenda que fueron cuatro y no tres los Reyes Magos de Oriente. En un
principio partieron juntos, siguiendo a la estrella de oriente, para adorar al
niño Jesús, Pero el cuarto rey, que llevaba vino y aceite como presente, se vio
sorprendido por un imprevisto.
Tras varios
días de camino, los cuatro reyes se internaron en el desierto. Una noche les
pilló de sopetón una tormenta. Todos los reyes se resguardaron bajo amplios
mantos tras sus camellos, pero el cuarto rey, al que todos conocían como Artabán
y que solo contaba con un burro, buscó resguardo en la cabaña de un pastor.
A la mañana siguiente, ya pasada la tormenta, esta había desperdigado
todas las ovejas del pobre pastor quien no tenía forma de volver a reunirlas.
Ante esta situación, Artabán se encontraba ante un dilema: si ayudaba al pastor
se retrasaría de la caravana y no conocía el camino. Pero, por otro lado, su
buen corazón le decía que no podía dejar así a aquel pastor. Así que decidió
quedarse a ayudarle.
Cuando terminó se dio cuenta de que los otros reyes
ya estaban muy lejos y que no podría alcanzarles, pero continuó su viaje
tratando de acelerar el paso para acortar las distancias. Cada vez que se
acercaba a la caravana se encontraba con otro pobre que necesitaba de su ayuda.
Mientras prestaba su ayuda, la estrella ya se había perdido y solo quedaban
huellas medio borrosas de los otros reyes. Trató de seguirlas pero tuvo que
detenerse muchas otras veces para auxiliar a otras personas.
Tras muchos
años, ya muy anciano, llegó a Jerusalén y allí se encontró con Jesús al que le
pidió perdón por no haber ido a adorarle cuando era un niño. Jesús lejos de
estar enfadado, se alegró de haberle conocido por fin, ya que le habían hablado
de las buenas acciones que había realizado.”
(Del blog: "Cuento a la vista")
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