Cuando murió el
rey de cierto lejano país, dejó toda su fortuna, que era inmensa, a sus dos
hijos: el príncipe Mhuley-Assum y la princesa Estrella de la Mañana.
Tan, caprichoso
era el príncipe, y tan dado a las
diversiones, que enseguida derrochó no sólo su parte sino también la de su
hermana, quedando ambos en
la miseria.
-. Todos nos han
abandonado -sus·piró Mhuley A~sum, cuando los parientes y amigos que en las
épocas de abundancia revoloteaban, zalameros, a su alrededor, se alejaron
velozmente en cuanto sus bolsillos quedaron vacíos.
-He gastado en
su compañía nuestros bienes, y ahora se ríen de mí y me desprecian.
-No he de
hacerte reproches -le· dijo su hermana-, pues considero suficientes los que en
estos momentos te dedicas, a ti mismo. Sólo desearía que esta lección no la olvidaras
jamás.
El príncipe prometió,
y suplicó a la princesa:
-No puedo
resistir el que todos esos falsos amigos se mofen de nosotros. Alejémonos de
ellos, de esta ciudad, y huyamos donde nadie nos vea :al bosque, a las montañas,
donde poder vivir tranquilos.
Estrella de la
Mañana quería entrañablemente a su hermano, y accedió a seguir su deseo. De
modo que una noche abandonaron los dos el palacio donde tan felices fueran en
otro tiempo.
Caminaron sin
descanso durante toda la noche y la mañana siguiente, hasta que, al fin,
muertos de fatiga, resolvieron detenerse a descansar en un valle. Llevaban
muchas horas sin probar el agua, mas por mucho que miraron no descubrieron
en aquel lugar
fuente alguna. El príncipe, con la lengua como cartón seco, dijo a su hermana:
-Sigamos
andando. Si no encontramos en seguida agua moriremos de sed.
Así, pues,
prosiguieron la marcha y estaba ya anocheciendo cuando descubrieron un pequeño
lago de aguas blanquísimas.
-¡El cielo nos
protege! -exclamó el príncipe--. He aquí agua fresca que calmará nuestra
ardiente sed.
Pero Estrella de
la Mañana le tomó de la mano, deteniéndole:
-La prudencia,
hermano, nos aconseja esperar al día antes de beber de esa agua -le. dijo--. La
noche nos impide saber si está llena de fango.
-¡Pero si brilla
como la plata! --exclamó Mhuley Assum.
-Los rayos de la
luna brillan en todas las lagunas, por sucias que estén.
El príncipe
tenía demasiada sed para atender a razones. Su mente, enloquecida casi, era
incapaz de controlar a su voluntad.
-¡No puedo
resistir más! -gritó--. Lo siento, hermanita, pero beberé. ¡Si no lo hago,
moriré de sed!- y el príncipe bebió en abundancia del agua de aquella laguna, y
al punto quedó convertido en un magnífico ciervo.
En ese momento,
el manto negro de la noche se extendió silenciosamente sobre la tierra, y el
ciervo dijo a la princesa:
-Sube a mi lomo
y alcanza las ramas de ese árbol para pasar la noche.
Al día
siguiente, y muchísimos más a partir de ese, el ciervo recorría el bosque
buscando frutas secas con las que alimentar a la princesa. Y de este modo
transcurrió mucho tiempo. Hasta que, un día, los caballos del rey de aquel país
se dirigieron a abrevar en la laguna mágica, en cuyas orillas, como ya sabemos,
se alzaba el árbol que servía de cobijo a Estrella de la Mañana.
Al beber, los
caballos vieron reflejada en el agua la imagen de la princesa, y recibieron tal
impresión que salieron corriendo como locos.
Mucho tiempo les
llevó a los criados del rey recoger a los perdidos caballos, a los cuales
condujeron nuevamente a la laguna. Pero los animales, al ver otra vez la imagen
de la princesa reflejada en las aguas, se alejaron al galope de aquella temible
orilla.
Cuando el rey
supo lo sucedido, ordenó a sus criados que registraran el bosque y el valle,
para averiguar «por qué los caballos no querían beber de aquella agua, a. pesar
de estar muertos de sed».
Durante sus
pesquisas, los hombres del rey llegaron a la orilla de la llanura y
descubrieron a Estrella de la Mañana subida al árbol. Al tener el rey noticia
de aquel hecho, llamó a su primer ministro y con él se dirigió a la laguna.
.-¿Qué clase de
ser sobrenatural eres? -preguntó a la princesa- o ¿Eres una aparición diabólica
o celestial?
-No soy ninguna
de esas cosas que dices, sino una simple criatura humana -respondió la
princesa.
Sus palabras
dejaron al rey estupefacto.
-¿Por qué no
desciendes de ese árbol? -le rogó.
-No puedo -le
contestó Estrella de la Mañana, recordando que su hermano le había ordenado que
no lo
hiciera.
Entonces, el rey
ordenó a sus sirvientes que fueran en busca de hachas y sierras y cortaran el
tronco. Sin embargo, a pesar del gran vigor que pusieron en la tarea,
transcurrió todo el día sin que lograran cortado, y el rey tuvo que dar la
orden de dejar el trabajo para el día siguiente.
Poco después,
llegaba al lugar el ciervo, y al descubrir el corte que había sido abierto en
el árbol, preguntó a la princesa:
-¿Qué ha pasado,
hermanita? Y Estrella de la Mañana le refirió, punto por punto, lo sucedido.
Las finas y
fuertes patas del ciervo se movieron con nerviosismo y el príncipe advirtió a
la princesa:
-Desprecia las
palabras y las promesas de ese .rey y no desciendas por ningún motivo del
árbol.
Seguidamente, el
ciervo comenzó a lamer el corte abierto en el árbol, haciendo que
desapareciera. Y no sólo eso, sino que el mismo tronco aumentó de grosor,
adquiriendo un diámetro extraordinariamente mayor que el primitivo.
A la mañana
siguiente llegaron el rey y sus sirvientes, pero por mucho que hicieron
trabajar a sus hachas y a sus sierras, les sorprendió la noche sin haber
logrado cortar el árbol. Se retiraron, apareció el ciervo, como la noche
anterior, y compuso la brecha abierta en la madera.
Esto se repitió
durante varios días, hasta que una anciana que había descubierto lo que el ciervo
realizaba durante la noche, prometió al rey hacer bajar del árbol a la
princesa. Y, con el beneplácito del monarca, colocó un trípode en el suelo,
sosteniendo una caldera vuelta del revés; luego tomó un cántaro lleno de agua y
comenzó a verter ésta en el interior del caldero. Naturalmente, el líquido se
perdía, y viéndolo la princesa desde su altura, dijo a la anciana:
- Jamás
conseguirás llenar tu caldero de ese modo.
-¡Ah! ¿Quién eres
tú? -preguntó la anciana-. He venido a lavar ropa, y demostrarías tener buen
corazón bajando del árbol y colocando adecuadamente mi caldero.
Pero Estrella de
la Mañana tuvo en cuenta la recomendación de su hermano y no bajó del árbol.
Al día
siguiente, aquella anciana encendió fuego al pie del tronco y comenzó a pasar
trozos de carne a gran distancia de las llamas, simulando no saber asarla
-Ese no es el
modo de hacerlo -le dijo la princesa.
-Pues baja del
árbol y enséñame -le suplicó la anciana.
Pero tampoco
aquella vez accedió a su ruego la princesa.
El tercer día
apareció la tenaz anciana con un carnero para degollado, y sometió al pobre
animal a un terrible tormento, pues, como se fingía ciega, hundía su cuchillo
en diversas partes del cuerpo del carnero, menos en el cuello. El tierno
corazón de la princesa se conmovió y, no pudiendo soportar aquella dolorosa
escena, bajó por fin del árbol.
El rey y sus
soldados se hallaban escondidos tras la maleza y, al verla a su alcance,
salieron y apresaron a la princesa, conduciéndola a palacio.
El rey, después
de escuchar el relato de sus desdichas, consintió en que fuera llevado el
ciervo-príncipe a palacio, y poco tiempo después se casaba con la princesa.
Pero una esclava
feísima, que ambicionaba ocupar también ese puesto de esposa del rey, resolvió
acometer un negro plan para vengarse. Como la nueva reina tenía por costumbre
pasar largas horas sentada a la orilla de un estanque del jardín, calzando hermosas
babuchas de plata. Plata y llevando de su mano una
brillante copa
de oro, la malvada esclava; se acercó, un día a ella sigilosamente, le dio un
violento empujón y precipitó a la bella reina en el estanque.
Entonces, la
esclava regresó al palacio, se atavió con la ropa de su señora y esperó la
llegada del rey.
-Ah, esposa mía
-exclamó el soberano--, qué negro es hoy el color de tu rostro.
-Es que los
rayos del sol han caído sobre mi piel durante muchas horas.
El rey era muy
confiado, y, especialmente, muy miope, y nada sospechó. Sin embargo, el ciervo
no se dejó engañar.
-Ésta no es la
verdadera esposa. Ésta no es mi buena y bella hermana.
Temerosa de que
el ciervo la descubriera la
esclava
decidió matarlo. Al día siguiente simuló hallarse en grave estado y llamó a los
mejores médicos de la corte, a los que compró con dádivas y promesas, obteniendo que
declararan que su mal había sido causado por un golpe recibido del ciervo.
-¡Que sea
sacrificado! -ordenó el rey, cuando le comunicaron aquella mentira- ¡Y que
pongan a hervir agua en un caldero!
El pobre ciervo,
al oir cómo se afilaban los cuchillos en su honor, corrió al borde del estanque
y llamó a su hermana de este modo:
-Date prisa,
hermanita. En palacio ya están afilando los cuchillos para degollarme, y también
está hirviendo el agua. Y del fondo del estanque salió una voz que dijo:
-Un gigantesco
pez ha devorado a la reina y ahora se encuentra en su estómago. En él vive
cautiva, con su copa de oro en una mano y calzada con las preciosas babuchas de
plata. Además, dentro de muy poco tiempo va a tener un niño. Como los criados
del rey no encontraran al ciervo, el propio monarca salió a buscarlo al jardín,
y tuvo ocasión de oir las palabras que el animal pronunciaba y las que salieron
del fondo de las quietas aguas.
-¡Que venga el
mejor pescador de mi reino a pescar el gran pez que vive en el estanque!
-ordenó. Y el mejor pescador llegó y capturó el gran pez, cuyo vientre
fue abierto y de
él salió la reina, la bella esposa del soberano, con la copa de oro en su mano
y calzando las hermosas babuchas de plata.
En ese momento
el ciervo comenzó a lamer cariñosamente la mano de su hermana, donde aún
quedaba una gota de la sangre del gran pez, la cual, al ser tocada por la
lengua del ciervo, hizo que éste se transformara nuevamente en el apuesto
príncipe que fuera.
Comprendiendo el
rey cuanto había sucedido, ordenó que la malvada y fea esclava suplantadorá
fuera desterrada a perpetuidad, no queriendo matarla por no manchar con sangre
la inmensa felicidad que sentía debido a la recuperación de su verdadera esposa..
Se celebraron
numerosos festejos, tanto en palacio como en todo el país, y se dice que
duraron cuarenta días y cuarenta noches. Estrella de la Mañana y su hermano
Mhuley Assum vivieron ya por siempre junto a aquel buen rey, sin acordarse de
su país de origen, donde tan ingratamente habían sido tratados cuando quedaron
sin bienes de fortuna. Nunca se arrepintieron: fueron tan felices como jamás lo
soñaron ser...
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