Manuel era un niño que en todo instante estaba imaginando cosas entretenidas. Él tenía una mamá Angélica y un papá Eduardo y un día le preguntaron muy serios y afligidos:
-¿Manuel qué te gustaría que te regaláramos para tu cumpleaños?
Pensó dos semanas, pero no dijo nada. Finalmente llegó el día de su cumpleaños y salió con papá y mamá a recorrer jugueterías, pero nada le gustó. De pronto dio un brinco y dijo: . ¡Ya sé, quiero que me compren un regalo allá - y corrió hacia una a una ferretería.
Entraron a un gran galpón lleno de materiales de construcción, cañerías canaletas de hojalata, herramientas, carretillas, cadenas, cuerdas y mil tesoros más. Manuel fijó sus ojos en un hermoso bidón amarillo de veinte litros y con una tapa verde. Era un bidón de plástico grueso resistente, durable. Fantástico.
Los papás no podían imaginar para que le iba a servir a Manuel un bidón.
Esa misma tarde Manuel transformó su bidón una obra de arte pegándole stikers, y recortes de publicidad. Después con dos palitos de maqueta estuvo tocando batería ejecutando endemoniados ritmos. En la tarde jugo play sentado en su bidón. Al otro día lo lleno hasta la mitad con arena, le amarró un cordel que pasó por una barra de acero del cobertizo y se puso a fortalecer sus músculos tirando de la cuerda e izando el bidón hasta el techo. Otro día llenó el bidón con agua lo colgó y se duchó en el patio. Sus amigos lo invitaron a jugar a la plaza siempre y cuando llevara su bidón.
En la noche cuando todos dormían metió su linterna encendida dentro del bidón y tuvo un enorme sol amarillo para el solo.
Entonces soñó que estaba en una playa lejana viendo como amanecía; y fue feliz, como siempre.
(Luis Alberto Tamayo)
jueves, 25 de junio de 2009
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