miércoles, 25 de diciembre de 2019

El tren de la vida


La vida se asemeja a un viaje en tren. Con sus estaciones y cambios de vía, algunos accidentes, sorpresas agradables en algunos casos, y profundas tristezas en otros.

Al nacer, nos subimos al tren y nos encontramos con nuestros padres, creemos que siempre viajarán a nuestro lado.  Pero en alguna estación ellos se bajarán dejándonos seguir el viaje, de pronto nos encontraremos sin su compañía y su amor irreemplazable...

No obstante, muchas otras personas que nos serán muy especiales y significativas, se irán subiendo al tren de nuestra vida, nuestros hermanos, amigos y en algún momento, el amor de nuestra vida...

Algunos tomarán el tren, para realizar un simple paseo. Otros durante su viaje pasarán por momentos de oscuridad y tristeza. Y siempre encontraremos quienes estén dispuestos ayudar a los más necesitados.

Muchos al bajar, dejan un vacío permanente. Otros pasan tan desapercibidos que ni siquiera nos damos cuenta que desocuparon sus asientos... 

Es curioso ver como algunos pasajeros, aún los seres queridos, se acomodan en coches distintos al nuestro. Durante todo el trayecto están separados, sin que exista ninguna comunicación.  

Pero en realidad, nada nos impide que nos acerquemos a ellos si existe buena voluntad de nuestra parte.  De lo contrario, puede ser tarde y encontraremos a otra persona en su lugar. 

El viaje continúa, lleno de desafíos, sueños, fantasías, alegrías, tristezas, esperas y despedidas...   

Tratemos de tener una buena relación con todos los pasajeros, buscando en cada uno, lo mejor que tengan para ofrecer. En algún momento del trayecto, ellos podrán titubear y probablemente precisaremos entenderlos, pero recordemos que nosotros también, muchas veces, titubeamos y necesitamos a alguien que nos comprenda.
El gran misterio para todos, es que no sabremos jamás en qué estación nos toca bajar. Como tampoco dónde bajarán nuestros compañeros de viaje, ni siquiera el que está sentado a nuestro lado. 

A veces pienso en el momento en el que me toque bajar del tren. ¿Sentiré nostalgia, temor, alegría, angustia...?  Separarme de los amigos que hice en el viaje, será doloroso y dejar que mis hijos sigan solos, será muy triste. Pero me aferro a la esperanza de que en algún momento, tendré la gran emoción de verlos llegar a la estación principal con un equipaje que no tenían cuando iniciaron su viaje. 

Lo que me hará feliz, será pensar que colaboré para que ellos crecieran y permanecieran en este tren hasta la estación final.

Amigos, hagamos que nuestro viaje en este tren tenga significado, que haya valido la pena. 

Vivamos de manera que cuando llegue el momento de desembarcar, nuestro asiento vacío, deje lindos recuerdos a los que continúan viajando en el Tren de la Vida.

Feliz viaje...

domingo, 8 de diciembre de 2019

El plan de Alonso


“Por fin había llegado el 24 de diciembre. Era el día más frío del año y Papá Noel ya se estaba preparando para repartir los regalos. Todo el mundo estaba nervioso, trabajaba sin parar para tenerlo todo preparado para esa noche mágica. Sin embargo, a Papá Noel llevaban toda la mañana sin verle, hasta que de repente apareció con la cara muy blanca y muy serio. Pidió silencio a toda la sala y los elfos extrañados se callaron.
Papá Noel dijo muy despacio y muy triste: Este año no habrá Navidad con regalos.
Los elfos se pusieron a gritar a la vez: ¡No puede ser! ¿Qué pasará con los niños?
Papá Noel les explicó que no se encontraba bien, que se había mareado y no podía montarse en el trineo. Los elfos no sabían qué hacer, ellos no se atrevían a montar en el trineo porque eran muy pequeños. Pero si no repartían los regalos iba a ser La Navidad más triste de la historia.
El elfo más joven del grupo, que se llamaba Alonso, tuvo una gran idea para solucionar el problema, tenían que trabajar todos en equipo y bien coordinados. El plan era ir en el trineo en distintas posiciones: cuatro con las riendas, tres en los pedales, dos en la parte alta para mirar y dirigir y otros tres ordenando los regalos.
No se atrevían pero no había otra solución, lo importante era estar muy unidos. Con mucho cuidado cargaron los regalos en el trineo y se colocaron cada uno en su posición. Con un poco de dificultad llegaron a la primera casa, bajaron por la primera chimenea y dejaron los regalos debajo del árbol, después lo demás fue coser y cantar.
Por la mañana todos los niños tenían sus regalos debajo del árbol y los elfos fueron a devolver el trineo y los renos. Papá Noel se acercó a la fábrica y al ver que estaban todos los regalos repartidos se puso muy contento y comprendió que lo más importante de esa noche había sido el compañerismo”.

La brújula de Santa Claus



“Esta historia comienza un 24 de diciembre en el Polo Norte.
Los elfos empaquetaban los últimos regalos. Papá Noel estaba subido en el trineo tirado por sus seis renos y Rodolfo, el reno de la nariz roja.
Cuando comprobó que todo estaba listo cogió las riendas del trineo y les dijo a los renos:
¡Levantad el vuelo, esta noche llevaremos regalos e ilusión a todas las casas del mundo!

Se cruzaron con estrellas fugaces, auroras boreales…
Cuando iba a comprobar la brújula se dio cuenta de que estaba estropeada.
¡No puede ser era la única brújula que me quedaba!
Rodolfo se acercó a Papá Noel y le dijo:
Tranquilo, llegaremos bien, con mi nariz roja se podrá ver en la oscuridad.

Y siguieron su camino.
A Rodolfo le costaba situarse en medio del cielo. Pero su ilusión esa noche era tan grande que dirigió el trineo perfectamente.

Empezaron en una casa muy pequeña y con muchos niños, entró por la chimenea y miró alrededor. El salón era frío y casi no tenían muebles, pero en un rincón había un pequeño árbol, casi sin adornos.
Papá Noel dio una palmada y dijo:
¡Ha quedado un salón perfecto!
Ahora tenía muebles preciosos y un gran árbol con adornos y bombillas.
Dejó los regalos en el árbol y salió sin hacer ruido y continuó repartiendo por todas las casas de la ciudad. Entró por chimeneas grandes, pequeñas, altas, bajas…
¡Uf! ¡Qué noche! – dijo Papá Noel. Estoy cansadísimo pero aún así he dado los regalos a los niños.
Miró a sus renos y les dio las gracias.
Rodolfo guíanos de vuelta a casa, dijo Papá Noel.
Llegaron muy rápido.
En la puerta le estaban esperando todos con un pequeño regalo, lo abrió y se rió.
¡Ja, ja, ja! Gracias por esta brújula tan bonita, pero tengo la mejor: ¡Rodolfo!
Le llamó con gran voz, el reno se acercó y le dio con el hocico en la barriga. Los dos sabían que esa noche les haría amigos inseparables"

El niño descalzo


Hace mucho tiempo, en un pueblo muy remoto de Francia, vivía un niño llamado Pierre que era huérfano. Había perdido a sus padres a muy temprana edad y vivía con una avariciosa tía, que nunca había sido cariñosa con él. A esta mujer lo único que le importaba era el dinero, a tal grado que hacía de todo para no gastar lo que tenía. Por eso vivían en una casa muy modesta y muy incómoda en invierno. Comían solamente sobras y se calentaban con aceite viejo.
El pobre Pierre ni siquiera tenía zapatos, ya que su malvada tía no quería comprarle unos. Andaba descalzo todo el tiempo, pero nunca había dejado de tener un noble corazón. Pierre soportaba los malos tratos de su tía con una actitud optimista y era amable con los demás.
Cuando llegó el invierno, el niño se talló unos zuecos de madera para poder proteger sus pies de la nieve. En la víspera de Navidad, se encontraba muy nervioso por la llegada de Papá Noel. Debía dejar sus zapatos junto a la ventana para que el buen hombre pudiera dejarle sus regalos, apenas llegara con su tía de la Iglesia, donde daban la tradicional Misa de Gallo.
No obstante, al estar a punto de entrar en su casa, Pierre vio a un niño en la calle que se moría de frío, ya que tampoco tenía zapatos. Sintió tanta lástima por él, que sin dudarlo se quitó uno de los suyos y se lo regaló.
—¡Ya has perdido uno de tus zuecos! —lo regañó su desagradable tía— ¡Pues a ver como lo repones, porque no voy a dejar que gastes otro tronco de leña para tallar uno nuevo! Ahora te vas a la cama sin cenar.
Muy triste, Pierre se fue a su habitación, pero antes dejó su zueco restante en la ventana.
A la mañana siguiente, los niños jugaban entre la nieve con sus juguetes nuevos. Pierre corrió a ver su zapato y se quedó impresionado. Papá Noel le había dejado no solo un par de relucientes zapatos nuevos, sino juguetes y todo lo que necesitaba para pasar el invierno: abrigos, ropa, suéteres, gorros y bufandas. Hasta le había obsequiado un par de mantas muy calientitas para pasar las noches invernales.
Además, le había dejado una cesta llena de comida deliciosa para disfrutar en Navidad.
Muy emocionado, Pierre salió de su casa y vio un trineo majestuoso en la nieve, desde el cual un hombre barbudo y vestido de rojo le sonreía bondadosamente. ¡Era Santa Claus! Y a su lado iba un niñito vestido de blanco, que sostenía el zueco que él le había regalado. Era el niño Jesús, quien también lo había recompensado por ser tan bueno.
Pierre nunca olvidó la importancia de la generosidad en las navidades.

Moraleja: Lo que esta fábula nos ha enseñado, es que debemos aprender a dar para recibir. Siempre sé generoso con quienes te rodean, pues en la medida en que des al mundo, el mundo te devolverá con creces.

martes, 9 de enero de 2018

Jesús y el zapatero

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Dios tomo forma de mendigo y bajo al pueblo, busco la casa del zapatero y le dijo:
- Hermano, soy muy pobre no tengo ni una sola moneda en la bolsa, estas son mis unicassandalias y estan rotas... si tu me hicieras el favor.
El zapatero le dijo: estoy cansado de que todos vengan a pedir y nadie a dar.
El señor le dijo: yo puedo darte lo que tu necesitas
El zapatero desconfiado viendo a un mendigo le pregunto: ¿Tú podrias darme el millon de dolares que necesito para ser feliz?
El señor le dijo: yo puedo darte 10 veces mas que eso pero a cambio de algo.
El zapatero le pregunto: ¿A cambio de qué?
El señor le dijo: A cambio... a cambio de tus piernas.
El zapatero respondio: Para que quiero yo 10 millones de dolares si no voy a poder caminar.
Entonces el señor le dijo: Puedo darte 100 millones de dolares a cambio de tus brazos.
El zapatero respondio: Para que quiero yo 100 millones de dolares si no voy a poder comer solo.
Entonces el señor le dijo: Bueno... puedo darte Mil millones de dolares a cambio de tus ojos.
El zapatero penso poco y respondio: Para que quiero yo mil millones de dolares si no voy a poder ver a mi mujer, a mis hijos, a mis amigos.
Entonces el señor le dijo: Ah! Hermano hermano... que fortuna tienes y no te das cuenta...
(Facundo Cabral)

jueves, 28 de diciembre de 2017

La Viga

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Un día se encontraba un hechicero rodeado de espectadores, ante los cuales efectuaba sus maravillosos trucos. Entre ellos presentaba un gallo que levantaba una viga y la llevaba de un lado para otro como si fuese una ligera pluma. Pero entre los asistentes estaba una muchacha que había encontrado un trébol de cuatro hojas y, por tanto, era más lista e inteligente que los demás. Como nada podían con ella las artes de prestidigitación, vio que la viga no era sino una paja. Gritó entonces:
- ¡Eh, buena gente! ¿No veis que lo que lleva el gallo no es una viga, sino una simple paja?
Desapareció el hechizo, y los espectadores, dándose cuenta del truco, echaron al brujo con burlas e improperios. El hombre, con la rabia en el corazón, dijo para sí: "¡Me vengaré!."
Al cabo de algún tiempo, la muchacha celebraba su boda. Muy acicalada y ataviada dirigiese a la iglesia, seguida de una numerosa comitiva; para llegar al templo había que pasar por un despoblado. De pronto llegaron a un torrente, que bajaba muy crecido, y no había puente ni pasarela para cruzarlo. La novia, ni corta ni perezosa, subióse las faldas, dispuesta a vadear el riachuelo; y he aquí que cuando ya estaba en el centro, el hechicero de marras, que se hallaba cerca, se puso a gritar en tono burlón:
- ¡Eh! ¿dónde tienes los ojos que tomas esto por agua?
La muchacha levantó la mirada y viose, con las ropas levantadas, en medio de un campo de lino, cubierto de sus flores azules. Al verlo también todos los presentes, empezaron a reírse de ella

La zanahoria

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Éranse una vez dos hermanos que habían sentado plaza de soldados. El uno era rico, y el otro, pobre. El pobre, queriendo salir de su miseria, licencióse y se hizo campesino, dedicándose a cavar y labrar su pedacito de tierra, en el que sembró zanahorias. Germinó la semilla y brotó una zanahoria que no cesaba de crecer. Crecía a ojos vistas; cada día era más alta y más recia, y bien podía llamársele la reina de las zanahorias, pues jamás se había visto ni se verá otra igual. Al fin, llegó a alcanzar un tamaño tan extraordinario, que llenaba un carro, y se necesitaban dos bueyes para transportarla; y el campesino no sabía qué hacer con ella, ni si habría de ser su suerte o su desgracia. Al fin, pensó: "Si la vendo, no sacaré gran cosa, si me la como, lo mismo puedo comerme las pequeñas. Lo mejor será llevarla al Rey y regalársela como una cosa rara, en prueba de acatamiento." En consecuencia, la cargó en el carro, enganchó a él dos bueyes y se encaminó a la Corte, para ofrecerla al Rey.
- ¡Vaya una hortaliza extraña! - exclamó éste -. He visto en mi vida muchas maravillas, pero jamás un monstruo así, ¿De qué clase de semilla ha salido? ¿O tal vez es que tú eres un favorito de la suerte, y por ello te suceden estas cosas?
- Nada de eso - respondió el campesino -. No soy un favorito de la fortuna, sino un pobre soldado que, para poder subvenir a mis necesidades, pedí la licencia y me dedico a cultivar el suelo. Tengo un hermano rico, a quien Vuestra Majestad bien conoce; pero yo, como nada poseo, soy desconocido de todos.
Compadecióse el Rey de él y le dijo:
- Pues se ha terminado tu pobreza; te daré lo que haga falta para que no seas menos que tu hermano.
Y le regaló una cantidad de oro y campos, prados y rábanos, haciéndolo tan rico, que la fortuna de su hermano no podía compararse con la suya. Al enterarse éste de lo que había valido a su hermano una simple zanahoria, sintióse dominado por la envidia y se puso a cavilar en busca de algún medio para conseguir una dádiva parecida. Queriendo proceder de modo más inteligente, llevó al Rey oro y caballos, pensando que se le correspondería con regalos mucho más valiosos. Pues si a su hermano le habían dado tanto por una zanahoria, ¡qué no le darían a él a cambio de sus presentes! Aceptó el Rey el obsequio, y le dijo que lo mejor con que podía corresponderle era con aquella rarísima zanahoria; y, así, el rico hubo de cargar en su carro la hortaliza de su hermano y llevársela a casa. Una vez en ella, no sabía sobre quién descargar su cólera y mal humor, hasta que le vinieron malos pensamientos y decidió matar a su hermano.
Contrató a unos asesinos para que le tendiesen una emboscada, y mientras tanto él fue en su busca y le dijo:
- Hermano, yo sé donde hay un tesoro oculto. Iremos juntos a buscarlo y nos lo repartiremos.
Parecióle bien al otro, y se fue con él, sin recelar nada malo. Cuando llegaron a un lugar despoblado, asaltáronlo los bandidos y, atándolo, se dispusieron a colgarlo de un árbol. Pero en aquel momento oyóse a lo lejos un sonido de cascos de caballos y la voz de alguien que cantaba a grito pelado. Asustáronse los bandidos y pusieron pies en polvorosa, dejando a su prisionero metido en un saco, que ataron a una rama. El nombre, desde aquella altura, a costa de muchos esfuerzos consiguió abrir un agujero en el saco y asomó por él la cabeza.
Resultó que quien venía por el camino era un estudiante vagabundo, que cabalgaba cantando alegremente a través del bosque. Al observar el de arriba que era un solo individuo el que pasaba, gritóle:
- ¡Buenos días os dé Dios!
El estudiante miró a todas partes, y no viendo de dónde procedía la voz, preguntó:
- ¿Quién me llama?
Respondió el otro, desde el árbol:
- Levanta la vista. Estoy aquí, en el saco de la sabiduría. En muy poco rato he aprendido grandes cosas. Todas las escuelas juntas nada valen en comparación. Un poquitín más y lo sabré todo, y bajaré del árbol más sabio que ningún otro hombre. Entiendo las estrellas y constelaciones, el soplar de todos los vientos, la arena del mar, la curación de las enfermedades, la virtud de las hierbas, las aves y las piedras. Si estuvieses tú aquí, verías las maravillas que fluyen del saco de la verdad.
Al oír el estudiante todo aquello, dijo, lleno de admiración: - ¡Bendita sea la hora en que te encontré! ¿No me dejarías subir un ratito al saco?
Contestó el de arriba, como si lo concediese a regañadientes:
- Te dejaré subir un rato en recompensa de tus buenas palabras; pero tendrás que aguardar aún una hora, pues me falta aprender todavía una cosa.
Cuando el estudiante llevaba ya un rato aguardando, empezó a hacérsele larga la espera y rogó al otro que le permitiese entrar enseguida, pues su sed de sabiduría era irresistible. Entonces el de arriba, como si cediese de mala gana, dijo:
- Para que pueda salir del saco de la sabiduría tienes que soltar la cuerda que lo sostiene. Entonces te meterás tú.
Bajólo, pues, el estudiante y, desatando el saco, lo puso en libertad.
- Ahora súbeme enseguida - dijo, y quería meterse de pie. - ¡Espera! - exclamó el otro -. Así no - y agarrándolo de la cabeza, metiólo de patas arriba. Ató luego el saco sólidamente, lo subió, tirando de la cuerda, hasta lo alto de la rama y, dejándolo que se columpiase a merced del viento, le dijo:
- ¿Qué tal, amigo? Ya debes de estar sintiendo que te entra la sabiduría y que aprendes muchas cosas. Ahí te quedas, hasta que hayas ganado en listeza.
Y montando en el caballo del estudiante, se alejó, aunque al cabo de una hora envió a que lo libertasen.