Hace mucho tiempo, en un pueblo muy
remoto de Francia, vivía un niño llamado Pierre que era huérfano. Había perdido
a sus padres a muy temprana edad y vivía con una avariciosa tía, que nunca
había sido cariñosa con él. A esta mujer lo único que le importaba era el
dinero, a tal grado que hacía de todo para no gastar lo que tenía. Por eso
vivían en una casa muy modesta y muy incómoda en invierno. Comían solamente
sobras y se calentaban con aceite viejo.
El pobre Pierre ni siquiera tenía
zapatos, ya que su malvada tía no quería comprarle unos. Andaba descalzo todo
el tiempo, pero nunca había dejado de tener un noble corazón. Pierre soportaba
los malos tratos de su tía con una actitud optimista y era amable con los
demás.
Cuando llegó el invierno, el niño se
talló unos zuecos de madera para poder proteger sus pies de la nieve. En la
víspera de Navidad, se encontraba muy nervioso por la llegada de Papá Noel.
Debía dejar sus zapatos junto a la ventana para que el buen hombre pudiera
dejarle sus regalos, apenas llegara con su tía de la Iglesia, donde daban la
tradicional Misa de Gallo.
No obstante, al estar a punto de entrar
en su casa, Pierre vio a un niño en la calle que se moría de frío, ya que
tampoco tenía zapatos. Sintió tanta lástima por él, que sin dudarlo se quitó
uno de los suyos y se lo regaló.
—¡Ya has perdido uno de tus zuecos! —lo regañó su desagradable tía— ¡Pues a ver como lo repones,
porque no voy a dejar que gastes otro tronco de leña para tallar uno nuevo!
Ahora te vas a la cama sin cenar.
Muy triste, Pierre se fue a su
habitación, pero antes dejó su zueco restante en la ventana.
A la mañana siguiente, los niños jugaban
entre la nieve con sus juguetes nuevos. Pierre corrió a ver su zapato y se quedó
impresionado. Papá Noel le había dejado no solo un par de relucientes zapatos
nuevos, sino juguetes y todo lo que necesitaba para pasar el invierno: abrigos,
ropa, suéteres, gorros y bufandas. Hasta le había obsequiado un par de mantas
muy calientitas para pasar las noches invernales.
Además,
le había dejado una cesta llena de comida deliciosa para disfrutar en Navidad.
Muy
emocionado, Pierre salió de su casa y vio un trineo majestuoso en la nieve,
desde el cual un hombre barbudo y vestido de rojo le sonreía bondadosamente.
¡Era Santa Claus! Y a su lado iba un niñito vestido de blanco, que sostenía el zueco que él le había regalado. Era el niño Jesús, quien también lo había
recompensado por ser tan bueno.
Pierre
nunca olvidó la importancia de la generosidad en las navidades.
Moraleja: Lo que esta fábula nos ha enseñado, es que debemos
aprender a dar para recibir. Siempre sé generoso con quienes te rodean, pues en
la medida en que des al mundo, el mundo te devolverá con creces.
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